El lunes, al entrar en un supermercado, me sobresalté: sin esperarlo, con la guardia baja, me topé de frente con una mesa enorme repleta de turrones sobre un mantel que cargaba dibujos de Papá Noel. Inmediatamente revolví el bolsillo derecho del pantalón en busca del móvil para certificar, con una sensación que oscilaba entre el agobio por las prisas ajenas y la tranquilidad por el tiempo que todavía tiene que transcurrir, que aún quedan dos meses para que el espíritu del Grinch me atrape una Navidad más.
El susto, sin embargo, fue todavía mayor cuando me puse a repasar la prensa. Por un momento temí estar ya en 2027, año en el que se debe licitar el servicio de transporte público de Gran Canaria —concesión que ahora disfruta la compañía Global—. De repente, sin anestesia, descubrí que al PSOE le había dado por poner en el centro del debate, mucho antes de lo esperado, la posibilidad de que el Cabildo implantara un modelo de gestión pública en la movilidad interurbana.
En otras palabras, el plan propuesto por el PSOE es que la Autoridad Única del Transporte —ente en el que participa la propia corporación insular junto a los ayuntamientos de Las Palmas de Gran Canaria y Santa Lucía— pase a controlar Global. El mensaje, si uno se queda en la envoltura del asunto, parece ser claro: si alguna empresa está interesada en concurrir por el servicio en 2027 que sepa que no habrá licitación —¿entendido, Alsa?—.
Pulso latente
El asunto, no obstante, tiene mucha más miga y sería recomendable señalar a la Luna —como hacía el sabio— y no mirar al dedo —ejercicio que correspondía al necio—. Porque la sugerencia del PSOE no es baladí: llegó justo después de que 39 trabajadores de la propia Global se afiliaran a la formación socialista. ¿Acaso se quiere hacer entrever a la plantilla de la empresa que sus puestos de trabajo estarán garantizados bajo la protección del PSOE?
No seamos ingenuos, por favor. Este movimiento tiene más que ver con la lucha de poder dentro del PSOE en Gran Canaria que con el interés general. Es, una vez más, fuego amigo —con el sello de Sebastián Franquis y ejecutado por sus paniaguados— lanzado sobre Augusto Hidalgo con un solo objetivo: generar una crisis en el grupo de gobierno del Cabildo, encabronar a Antonio Morales y Teodoro Sosa (Nueva Canarias) y dejar en una posición de debilidad dentro del partido al propio Hidalgo para que se avenga a firmar su rendición.
El pulso no es nuevo dentro del PSOE. Lleva latente muchos años y se cerró en falso durante la primavera de 2023 por un bien común: no acuchillarse en público antes de las elecciones autonómicas del 28 de mayo. Desde entonces, Ángel Víctor Torres —cada día más parecido a Mariano Rajoy: incapaz de meterse en un charco para poner orden en el Partido Socialista Canario— ha optado por mirar hacia otro lado y en la familia liderada por Hidalgo no han visto venir a Franquis, algo sorpredente cuando en las filas socialistas de Las Palmas de Gran Canaria y de Gran Canaria acumulan ya 40 años de franquismo —todo está atado y bien atado—.