A veces me gustaría escribir una historia loquísima capaz de dejar a todo el mundo con la boca abierta, los mocos colgando, el corazón acelerado tanto tanto que al otro lado del planeta escuchen un ruido y se queden así como: ¿qué es esto, qué es, qué es, por qué lo siento dentro de los huesos?
Me gustaría, a veces, emular las películas que vi de pequeña. Las que se me quedaron para siempre metidas. Las que moldearon mi forma de pensar, los videojuegos con los que aprendí a contar y que se quedaron tan pegados a mi memoria que ahora irrumpen en cualquier cosa que me dé por hacer. Intento trabajar en un texto serio y aparecen los gráficos del Kingdom Hearts. Me envicié de una forma tan profunda que ese universo es ahora una pieza de la maquinaria de mi mente. A veces me gustaría escribir algo así, justo así, dejar que alguien se cuelgue de ello. Se balancee. Camine por vías pixeladas en las que un fallo de repente y de ese fallo, una belleza.
Me da por obsesionarme a veces con escribir un texto que cuente algo que cambie una vida. No sé. Que revele un secreto. Que susurre algo y encienda una luz. Una luz de esas que mi abuela tenía, una especie de botón gigante al que le mandabas un taponazo para que se prendiera y ningún fantasma te pudiera asustar ya por la noche. Antídoto para las pesadillas. O preparación para ellas: abrir un fisco los ojos y hallar la claridad y el susto difuminándose lentamente.
Algo que difumine los sustos. Algo que acoja a quienes han sufrido violencias. Algo que abrace cuerpos, algo que derrame gota a gota la saliva del dolor que, como los escenarios de los videojuegos, me engurruña los ojos para que mire de tal forma. Para que hable de tal forma.
Escribir es un poder. Yo lo sé. Yo querría usarlo. Conseguir, con él, algo que importe.
Así que me siento como una bozala delante del ordenador y le doy al teclado como si fuera la lámpara y no se enciende nada y sigo y sigo y me obligo a pensar ¡la estructura! y a seguir pensando ¡la precisión! y recuerdo las sensaciones tan fuertes de los libros que me han ayudado, que me han inspirado y me han hecho ser yo. A veces apoyo la cabeza contra la mesa y respiro y, cuando lo doy todo por perdido, cuando ya me resigno a no lograrlo, cuando estoy tan aburrida de la matraquilla que la única opción que me queda es hacerlo todo horriblemente mal, entonces.
Entonces, justo entonces, no me concentro en voy a darle forma a algo que haga en otras personas lo que en mí hicieron las ficciones que me construyen. No me concentro en la importancia, no me concentro en nada, en vez de buscar que alguien pueda jugar con lo que hago, juego yo. Digo si no puedo hacer algo trascendente, por lo menos me entretengo aquí dentro y me lo gozo y ya está.
A veces quiero escribir algo. No me sale. Me harto. Escribo otra cosa, fracasando. Y se enciende, sin que me dé cuenta, la luz.
Me olvido de que quiero conseguir en la cabeza de alguien un clic como el que he sentido y logro utilizar, en vez de eso, el clic que yo tuve. No logro elaborar una ficción como las que me han cambiado la vida. Pero elaboro ficciones utilizando los cambios que ha habido en mi vida gracias a ellas. No emulo el muro, lo uso como pieza para construir un parque. Y me doy cuenta, a veces, todas esas veces, de que no me sirve planear qué voy a lograr con un texto, de que la importancia de lo que cuento no la escojo yo, de que lo importante es decir algo que sea de verdad y la apariencia de lo real no puede imitarse. Me doy cuenta de que hacer lo que podemos con lo que tenemos no es solo un consuelo: es algo hermoso.
Fallo escribiendo. Fallo escribiendo como una cabrona. Gracias a eso, escribo.
Si hubiera dado con esa historia loquísima capaz de acelerar todos los corazones, si hubiera emulado las películas que le dan textura a mi imaginación, si conociera el secreto que le voy a revelar a alguien que no piensa como yo, me habría perdido lo mejor de la escritura: lo imprevisto. Inventar una lengua que aún no existe. Para inventar algo que no existe, primero debe no existir. Fallar y no saber y no anticipar cómo son formas de inexistir las cosas. Agoto todos los caminos posibles y entonces puedo caminar. No sé escribir y por eso solo yo sé escribir como yo escribo.