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Opinión

Enfadarme

4 minutos

–Me gustaría ser: una chica enfadada. Una chica escribiendo esto con rabia. Una chica estallándose los dedos antes de contarles qué es lo que le molesta de todo lo que le molesta. Todo lo que le molesta de este mundo tan molesto. Una chica planeando hacer eso. Mordiéndose el labio de abajo  por eso. Rajas luego en la piel por eso, hendiduras finísimas recordándole luego tú fuiste capaz de responder, tú fuiste, chica, capaz de dejar que el enfado te fluyera por los brazos, que te engrifara los pelos, que te tensara y destensara los músculos a una velocidad inimaginable por alguien que no sepa saberse enfadada. Fuiste capaz de: poner todas las cosas que te molestan en fila. De decir tú, tú, tú. De establecer, entre ellas, un patrón. Un patrón externo. Apoyado el patrón en las voces y en las decisiones de les otres: un patrón injusto y no provocado siempre por las cosas que alguien que no sabe saberse enfadada no logra hacer. Alguien que falla. Falla. Falla y falla. Tú no, chica que me gustaría ser. Chica enfadada; chica irrompible, al menos en ciertos sentidos en los que yo.

Me doblo como un folio.

Convirtiéndose en un pico-pico: elige un número: cinco; elige una forma: la flor; te salió: [inserta aquí todo lo que te molesta que te digan o hagan, todas los límites sobre los que das advertencias y que te desmenuzan delante de la cara: inserta todos los adjetivos que te triggerean, todos los gestos que te arrugan la respiración, todos los comentarios intrusivos posibles sobre todos los sucesos dolorosos de tu vida]; respondes con: inmovilidad. Me gustaría ser: una chica respondiendo a esto con gritos, distancias, ganas de poner a les demás en su sitio, de decirles cuatro cosas, de ser tajante, de. Me gustaría ser una chica protegiéndose a sí misma.

–Soy: una chica que acaba de sufrir intentando describir cómo sería ser una chica enfadada. Una chica rascando las teclas del ordenador con delicadeza, escuchando música suave, preguntándose, preguntándose de verdad y con insistencia, cómo podría ser este un texto rabioso. Soy una chica queriendo meter aquí una declaración sobre lo muchísimo que le irritan tantas cosas: cosas que al final se vuelven una masa abstracta y empiezan a darle vueltas sobre la cabeza (como los pajaritos que indican que un pokémon está confuso) y no se resuelven. Soy una chica dándose cuenta de que tiene tantos nudos dentro; de que por eso, seguramente, cada vez que se cabrea, cada vez que sucede algo y su cuerpo reacciona, responde con ansiedad, con tristeza, llorando toda la tarde, incontenible pero en otro sentido, quieta, agachando la cabeza, con migraña, encerrándose en un cuarto, mirándolo todo hasta gastarlo para ver si las lijadas por dentro frenan un fisco y vuelve a poder encontrar posturas cómodas, apagándose como una nintendo después de haber estado seis horas en rojo, mal. Mal. Fatal. Sin saberse enfadada. Soy una chica, ahora, dándose cuenta de: ser una chica enfadada es para mí eso.

Es ser una chica que no responde, que pone el móvil en modo avión, que no halla lenguaje y se come un paquete de m&ms entero y les pregunta a las amigas: ¿por qué no reacciono? ¿Por qué tengo que escribir un texto para entender un mecanismo tan obvio?

–Me estaba comparando con los enfados de los hombres.

–Con los de las personas cuya ira es validada. Reafirmada. Convertida en experiencia universal.

–Con los de las personas que se imponen.

–Que se permiten la agresividad.

–Mientras a mí, ante cualquier rigidez en las manos, me dicen: histérica. Histérica. Histérica. Me estás faltando al respeto. Histérica.

–Me estaba comparando con los enfados de las personas que no me permiten saberme enfadada. Hablo de los hombres, pero me refiero a la concepción patriarcal del conflicto: unes contra otres y las voces elevadas y buscar siempre la raja por la que colar lo que queremos, y buscar siempre el temblor que indique que la otra persona es más débil y por ello merece menos. Yo soy: una chica débil. En el sentido de que yo querría ser: una chica enfadada. Y por eso: no llego nunca a imponerme.

No llego nunca imponerme porque el mismo sistema que codifica los conflictos como un escenario de enfrentamiento y de fuerza también codifica a algunas personas para ser sumisas. Esto nos sucede, creo, a quienes habitamos márgenes: a las otredades. Nuestros enfados no pueden responder a la ira amparada por el sistema, y esto se debe simplemente a que no tenemos un sistema que nos ampare. Muchas personas nos paralizamos ante una injusticia que estamos sufriendo justo en ese instante porque nadie nos va a defender si hacemos algo parecido a lo que nos están haciendo. Quejarnos y reaccionar. Si nos estamos enfrentando al poder, nuestro enfado va a ser visto como una vulnerabilidad. Si el poder se enfrenta a nosotras, su enfado va a ser visto como hacer justicia. Es tan simple como esto; tan complicado como que para entenderlo tenemos que salirnos de la fisiología del momento (boca seca; ansiedad desbordante) y sentarnos a escribir; tan complicado, también, como que entonces nos damos cuenta de que no queremos enfadarnos así.

Paso.

Tampoco quiero bloquearme. Quiero hacerlo de otra forma. Pero no se puede. Es una espiral.

Habrá que hablar más y más para hallar la forma.

Habrá que hablar entre nosotras. Cuidarnos entre nosotras. Para hallar la forma: esa, puede ser, quizá, quizá.