Corría el año 2004, nosotros vivíamos en un mundo sin redes sociales (más allá de los SMS o del Messenger), vivíamos el año que Zapatero ganó las elecciones post 11-M, aún no había estallado la crisis financiera, Juan Pablo II era el Papa de Roma… Ese año debutó en el FC Barcelona Leo Messi, un chiquillo de 17 años, y al que la camiseta con el numero 30 le quedaba grande por, al menos, dos tallas.
Y 18 años después, aquí estamos, parecía que nunca iba a llegar, parecía que ese cuadro que era su carrera iba a quedar inacabado, sin la ansiada copa del mundo. Pero la logró, y con él los otros 25 integrantes del equipo argentino, el cuerpo técnico, todos los miembros que formaban la expedición (sí, Kun Agüero, el streamer, incluído) y por ende los 45 millones de argentinos que celebran aún hoy miércoles la hazaña lograda.
El camino hacia el triunfo
El camino hacia la victoria mundial de Argentina tiene muchos paralelismos con el que logró España hace doce años. Una derrota inicial, varios milagros del portero, un equipo que venía de ganar el torneo continental previo. Son títulos dignos de ser escritos en un guion de cine o el de una novela deportiva. Recordemos que hasta que Messi no aparece en el minuto 64 de la segunda jornada y marca un golazo contra México, Argentina estaba prácticamente eliminada.
A partir de ese momento, Argentina es un grupo que crece, y lo hace de la forma más argentina posible, la unión de la albiceleste se refuerza entorno a enemigos comunes: la polémica con Canelo Álvarez y la camiseta de México, la tangana con la selección de Países Bajos y el ya inolvidable “¿Qué mirás bobo? ¡Anda pa’ allá, bobo!”, etc. Un equipo tiene muchas formas de crecer, pero ninguna tan quijotesca y latina como luchar contra los molinos (rivales, árbitros, periodistas) unas veces reales y otras veces imaginarios.
La final
La final es ese partido que, si a la FIFA le hubiesen dejado guionizar, no lo habría podido hacer mejor. Este mundial de Qatar ha estado discutido desde el día de su anuncio. No hay mejor forma de entrar en la historia del fútbol y de que nadie pueda negar este campeonato, que haber sido testigo de la mejor final de siempre.
La final nos dejó las claves de por qué el fútbol es un deporte único y también nos mostró la realidad del fútbol actual y cómo el juego está en proceso de cambio. Argentina jugó, dominó, propuso, tiró, defendió, corrió, tuvo más convicción, estaba más mentalizada. Mientras, Francia estaba derruida, no lograba dar dos pases, tácticamente se encontraba superada, estaba KO. Por ello, Deschamps, decidió que en lo único en lo que podía superar la convicción argentina era en juventud, piernas y vigor. Retiró a los futbolistas menos diferenciales a nivel físico y fue introduciendo poco a poco a atletas que apabullaban a los argentinos por tierra, mar y aire. Casi le sale bien.
Hoy el seleccionador francés es un villano, pero de haber ganado hablaríamos de un genio. Porque eso es el fútbol: resultados que pueden cambiar en un minuto y analistas que desgranan bien lo que ya ha pasado. En el fútbol sobran forenses, lo que no hay son médicos.
La final también nos dejó un paralelismo en clave Messiana: al principio parecía que lo iban a lograr fácil, exuberantes a nivel técnico y táctico, leyeron mejor el partido y eran superiores. Todo iba encaminado a ser un paseo militar. Y de repente, un error aislado, más una genialidad del heredero al trono (Mbappe) y vuelta a la casilla de salida. 80 minutos de excelencia, destrozados en 2 minutos. 18 años de carrera de aplastante superioridad día tras día, que cuando llegaba el momento clave, no cristalizaban en conseguir lo más deseado…
Fútbol, como la vida misma
Siempre digo que el fútbol es tan grande porque es una metáfora perfecta de la vida. Y en el caso de Messi no iba a ser menos. Me explico:
¿Messi es mejor hoy con 35 años que cuando tenía 23, 27 o 31? Futbolísticamente, la respuesta es clara y contundente: NO. No es más rápido, no le pega mejor, no es más hábil o ágil que antes. Diría que ni siquiera su lectura del juego es mejor.
Pero hay algo que te da la edad, que no lo puedes medir, no lo puedes tocar, pero que está ahí. Esa madurez, esa calma, esa tranquilidad para afrontar todos los contratiempos de una manera más asertiva, más calmada y más firme. Te gana Arabia Saudí, calma. Te empata Países Bajos, haces tu mejor futbol del campeonato en la prórroga. Te empata Francia, llevas a cabo un ejercicio de supervivencia. Te vuelve a empatar, vamos a penales. No hay abismo suficientemente grande que le asuste.
Messi no es mejor jugador que hace 12, 8 ó 4 años, pero es la primera vez que ha sido un verdadero líder para sus compañeros. Se despojó del miedo a perder, el pánico a no igualar a otros históricos, el temor a ser criticado por los haters… Únicamente cuando se pierde todo somos libres para actuar, decían en una famosa película.
Por ello, concluyo que fracasar es humano. La derrota es necesaria para crecer. No son mejores los que no perdieron, sino los que una vez se pegaron el castañazo, se levantaron… y a lo mejor se lo volvieron a pegar. Pero que no desistieron, cambiaron lo que creían que estaba mal, reforzaron lo que estaba bien y siguieron intentándolo.
La emoción
Hay un deportista que nunca perdió, su nombre: Floyd Mayweaher Jr., un boxeador que peleó 50 veces y ganó las 50. Pero nunca emocionó a nadie. Ganaba porque no dejaba que le pegasen, era como un robot al que no podías golpear y que cuando podía y era seguro pegaba. En unos años (y créanme que no serán muchos) nadie se acordará de él. El deporte es una suerte de arte moderno y además de ganar hay que conectar con el espectador.
En tan solo un mes, Lionel Andrés Messi Cuccittini ha pasado de rivalizar con otros futbolistas por ser el mejor del mundo o intentar convencer a muchos escépticos de que podía ser el mejor de la historia, a rivalizar con Michael Jordan por el ser el mejor deportista de siempre. No soy yo gran fan de estas discusiones grandilocuentes. Yo, sinceramente, prefiero sentarme, ver, disfrutar y emocionarme viendo jugar a su deporte a estos seres humanos que hacen cosas extraordinarias.