Me gusta mucho Taylor Swift. Ya lo sabemos, ya lo sabemos, Aida. Me gusta de verdad: la escucho tanto que a veces me da vergüenza que mis amigas vean en la columna social de Spotify cuántas horas paso al día saltando de uno de sus discos a otro. De uno de mis chillidos a otro. He comido noodles. Esto es fuerte. He comido noodles llorando y sorbiendo hasta casi tragarme también el bote mientras veía un concierto de Taylor Swift en el ordenador y me manchaba toda la camisa del pijama, fuerte desperdiguera de salsa y sal y de todo. Y he salido renovada de ello, porque las cosas que nos gustan son nuestras fortalezas. Identidades. Elecciones para que algo, cuando nada lo hace, vaya bien: ya lo sabemos, ya lo sabemos, Aida. Que estás obsesionada con el fenómeno fan. Que, si resulta que a una amiga le apasiona algo que también te apasiona a ti, ya tienen una casa. Que el pop. Bailar. Gritar cantando. Las cosas que los señores rechazan porque son “de chicas”: ahí quería llegar.
Me gusta Taylor Swift, y las personas a las que nos gusta Taylor Swift hemos tenido que escuchar, hasta el verano de 2020, muchas cosas: que “solo escribe sobre sus exs”. Que “canta para las adolescentes”. Que “será, más bien, un placer culpable: ¿cuál es la música que te gusta en serio?”. Taylor tiene 32 años y lleva publicando discos desde 2006; en julio de 2020, sacó ‘folklore’, un álbum indie que anunció, por cierto, con solo 17 horas de antelación. Imagínenme a mí. Saliendo de bañarme. Mi hermana: mira esto. Y el paquete de noodles. Hirviendo ya en la cocina. Porque para mí ser fan es una cosa muy seria: a eso querré llegar luego; ahora quiero acercarme a: ‘folklore’ es un disco indie, y rompe muchas dinámicas del pop; Taylor, que se define desde siempre como contadora de historias, emprendió con él una etapa en la que está contando historias diferentes. O en la que está contando las historias que siempre le han interesado de forma diferente. Sus seguidoras dejamos de oír que “solo escribe sobre sus exs” y empezamos a oír que “esta es su etapa madura”, que “ahora hace música de verdad”, que “ya es escuchable”, que, como se dijo en una crítica a ‘folklore’ publicada en EL PAÍS, “Taylor Swift ya no es circunstancial”.
¿Qué es, llevo ya más de año y medio preguntándome con el mismo ahínco con el que los noodles y las cascadas de salsa de soja, ser circunstancial? ¿Es malo? ¿Dejar de serlo es importante? ¿Taylor fue circunstancial cuando, en la versión de 10 minutos de ‘All Too Well’, una canción que escribió en 2012, trató las dinámicas de luz de gas en una pareja con una diferencia de edad considerable? ¿Lo fue por haber vivido ella esa situación; lo fue Residente dedicando ocho minutos de canción a soltarle beef a J Balvin? ¿Residente es serio? ¿Y Taylor, antes de ser “escuchable”, es decir, indie, es decir, perteneciente a un género musical que cuenta con la validación de regirse por las dinámicas masculinas, solo hacía música para adolescentes? ¿Por lo mismo? ¿Cuál es la diferencia? Ahí quiero llegar.
Déjenme explicarles lo que es ser circunstancial: ser una mujer. Las autoras somos circunstanciales cuando no nos acogemos a esas dinámicas masculinas de las que hablaba, cuando nos referimos a la parte de nuestras existencias que no está integrada en el imaginario de lo que se supone que todas las personas compartimos; de los grandes, inmutables e indiscutibles temas; de lo que contaban quienes pudieron ostentar el privilegio de determinar qué significa contar. Las autoras no somos banales. Ni circunstanciales. Nuestro universo se ha etiquetado como banal y circunstancial; se nos ha querido condenar a acomodarnos a las formas de hacer que sí cuentan con el respaldo de los centros del sistema. Por eso, si no eres un hombre cis, heterosexual, blanco, etc., etc., etc., escribir es mucho más difícil: no van a tomarte en serio. Sí si te pasas al indie. Sí si les hablas en su idioma. Te asemejas a lo que se entiende como correcto: ni la purpurina del pop ni la levedad de la risa ni lo que nos hicieron quienes nos maltrataron ni la intimidad ni los espacios familiares ni los cuidados ni ciertos vínculos ni la violencia estética ni, ni, ni. Aquí cabe de todo.
El fenómeno fan, ya dije que iba a llegar a esto, es para mí algo muy serio: porque es cosa de chicas, de adolescentes, de inmaduras, de poco adecuadas, de banales, de vulnerables, de bobas, de raras. Y nuestro poder es apropiárnoslo. Aprender que lo que nos dice “esto es solo para casa” es algo programado por quienes siempre han sido privilegiados. Nuestro poder es construir con un lenguaje que solo será nuestro y por ello es infinito; no caber en el que ya conocemos; poder usarlo, sin embargo, cuando nos apetezca; ser chicas pop; contar nuestros dramas; ser circunstanciales; saber que la circunstancia es más valiosa que la eternidad.
Ya lo sabemos, ya lo sabemos, Aida: cuánto me alegro entonces. Yo lo aprendí hace poco.