No es de extrañar que hoy por hoy, la carrera y profesión de arquitecto posee todos los ingredientes de un menú no apto para celíacos. Años atrás, previo a la crisis del 2007, trip advisor recomendaría al cien por ciento degustar los placeres y embaucadoras promesas de una de las siete bellas artes del mundo, siendo considerada la arquitectura como una de las más bellas y perdurables artes de cualquier civilización. Pero llegó Invernalia para quedarse, y así, todos y cada uno de los ingredientes que formaban parte de ese fantástico menú empezaron a degradadarse con el frío.
Lo jugoso de cada platillo se volvía insípido a nuestros paladares. ¿Qué podíamos hacer? Muchos compañeros y amigos renunciaron y decidieron dejar de lado el restaurante. Se fueron sin avisar. Tanta espera, tanto hype iría a parar a contenedores de basura, recetas olvidadas en la despensa o tuppers en el congelador. Pero seguimos adelante. Porque hay materia prima. Y de sobra:
Algunos compañeros ahora diseñan sillas y venden a firmas en Italia y Francia, otros emigraron y crearon su propia marca de Ginebra en Perú, otros recorren España al ritmo de su guitarra, otros cambian el paradigma del entretenimiento de toda una ciudad con un kiosko en la playa, otros dan clases a aquellos que buscan remontar el río, otros trabajan para agencias inmobiliarias, otros en el mundo del cine como creativos, otros también escriben artículos de opinión para periódicos y otros...bueno, otros siguen sentados en el restaurante. Recogiendo sobras de viejos comensales de buena mesa, esperando que el vino cambie, o cambien ellos el vino.
Muchas circunstancias tendrían que darse para recobrar el lustro casi divino de la figura del arquitecto. De ese olimpo hemos sido relegados. De tres estrellas Michelín a bazar de comida rápida en algo más de una década. Un cambio a todos los niveles que agudiza un ingenio de ya pocas micras de espesor. Pero la ley de Moore no se aplica a nosotros, nos reinventamos indefinidamente, infatigablemente, indudablemente, injustamente... irremediablemente.
Ya no somos tan exigentes, la etiqueta irá siempre con nosotros pero hemos ido aprendiendo a aceptar pulpo como animal de compañía. Accedemos rebajar el caché por cuatro duros, por tirones de oreja de comensales maleducados, interminables horas delante de fogones humeantes, hacer las veces de chico de los recados, elaborar recetas gratis o cobrarlas meses después de su degustación y, con todo el respeto, no somos pinches de cocina. Somos arquitectos licenciados.
Una profesión en desuso, o más bien en progreso de cambio, pero con unos valores que se forjan desde la prehistoria, con la capacidad de redefinir el ámbito urbano de ciudades enteras, que abarca escalas desde el objeto más cotidiano (sillas de arquitectos y diseñadores como las de Charles & Ray Eames) a la construcción más alta del mundo (El Burj Khalifa, Dubai, 828m de altura, arquitecto Adrian Smith de SOM ). Verdaderos influencers en el estado de ánimo mediante el correcto uso de materiales luces y colores, y, allí donde trabajes, allí donde vivas y duermas, allí donde salgas de noche, donde aparques tu coche y donde pasees al perro, ha sido, de una manera y otra, tocado por un arquitecto. Una lástima verles salir, así, sin dejar nada de propina, ¿no crees?
Y no es fácil atajar el problema. Lo entiendo. Hay síntomas de asfixia pero hay quienes les basta con respirar de vez en cuando. Bajito y en silencio para que no se les oiga el llanto, con la cautela suficiente para no tirarse piedras sobre su propio tejado, ya que ir en contra es una guerra que no se pueden permitir...y así, viven mientras tanto.
Son pocos los que prosperan únicamente de estos pastos. En Canarias el aforo está al máximo y no hay camareros para tanto plato, y aún así, volvería a empezar sin siquiera dudarlo. Lo aprendido, lo valioso, lo disruptivo de entender el mundo desde esta atalaya, salva cualquier semilla de pimienta que me encuentro en cada bocado. (Spoiler alert!: hay muchas , y de todos los colores!)
He tenido la suerte de cocinar junto a los mejores chefs y he aprendido que no está en mi labor cambiar la arquitectura a lo que era en el pasado (a pesar de que un arquitecto tenga el criterio para saber hacerlo) Cada uno en el bar tiene su cometido. Es cuestión de quien quiera escuchar, haga su labor para garantizar que se valora en proporción a nuestro trabajo y, al igual que en cualquier otro gremio, así están las llamas. Si no te gusta, siempre puedes probar suerte con otros caldos.