Este que les escribe cada semana, y que como periodista ha de hurgar de continuo en el diccionario, se topa a veces con lo que ‘cree’ que significaba una palabra en el uso frente al significado tal cual que arrojan los diccionarios de la Real Academia Española o el de María Moliner. En este sentido, obsolescencia y obsolescente resultan algo ‘perturbadores’, digamos, si lo aplicamos concretamente a nuestros dispositivos tecnológicos y particularmente los móviles.
De intuir que nuestro dispositivo, por causas evidentes, está petando al significado rigurosamente acotado vaya que hay un trecho. “La obsolescencia es el estado de ser que ocurre cuando un objeto, servicio o práctica ya no se mantiene o no se requiere aunque todavía esté en buen estado de funcionamiento”.
Queda uno convencido, entonces, que en un momento inevitable hay que cambiar de aparato (también de pc, de tablet y de televisor). Escalofríos. Está claro que en todo, entre los seres humanos se puede imponer la neofilia y la neofobia, que indican la proclividad hacia lo nuevo, la innovación, o una actitud conservadora o que rechaza esa novedad basadas en distintos factores.
En el caso del móvil, un servidor suele cuidarlo lo máximo posible para no tener que reemplazarlo en un tiempo más que prudencial –hay personas que continuamente mudan de aparatejo por exclusiva novedad- y es que como herramienta de trabajo en toda regla –y no solo por su servicio para telefonear- me preocupa, incluso me aterroriza estrenar uno de esos ‘bichitos’ que me cambien, transformen o eliminen mis hábitos a la hora de encontrar las funciones y aplicaciones pertinentes.
Por tanto, la novedad es el atractivo pero con el hándicap de no saber cómo afrontarlas y si, para colmo, no tenemos a nadie que nos haga de guía para llegar a buen puerto. Ahí es donde quería llegar.
En un segmento de la población como puede ser en el que se me podría encuadrar, tecnológicamente hablando, algunos-as me van a comprender perfectamente cuando digo que el dominio de estos trastos se hace a “pico y pala”. Entiéndase. Hemos acopiado fundamentos informáticos y tecnológicos de ‘aquella manera’ lo que supone que llega un momento en que ya casi no entiendo nada y por dónde van los tiros.
Transferencias de datos en un nuevo móvil es arriesgarse, a alguien como yo, a meter la pata –el dedo- con un paso que no se entiende y cuando es de lo más normal para una juventud que se maneja en estas lides como pez en el agua.
En el fondo de todos estos párrafos persiste como una “especie de canto de sirena” acerca de algo que me ocurre cada vez que afronto cambios a la hora de enviar facturas por plataformas, por ejemplo. Un lío que antes se resolvía enviando un mail.
Quiere decirse que cada dilema de estos los resuelvo personalmente, y así lo digo, “guarreteando” –con perdón-. Acudiendo a algún tutorial o a veces dándole la vuelta –a lo mejor durante horas- a un problema que me surge. A base de tozudez absoluta.
He cambiado de televisor. Por decoro no les confieso los años que tenía el anterior; la juventud te lo configura. Va de un punto a otro con una fluidez pasmosa. Es entonces cuando surge el escollo (de aquí ya no pasa) y queda aquello sin resolver y con la pantalla en blanco, más bien en azulón.
En la tozudez de la que hablaba y “guarreteando”, al menos tres horas después sale adelante la pantalla. ¿Cómo lo logré? De puro “churro”.
A nadie podría repetir entonces cómo llegué a remendar tal jeroglífico en un prototipo que exige conocimientos al más pintado cuando en la época en la que estrenamos el mencionado televisor, hoy jubilado, enchufábamos y ¡voilá! se ha hacía la luz. Sin “guarretear”.