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Opinión

Con cuatro gatos hemos topado

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Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria / EFE

Fallas de Valencia, Sanfermines en Pamplona, Orgullo en Madrid, carnavales por toda España… Y el problema lo tenemos aquí, en Las Palmas de Gran Canaria, otra vez, ¡qué pereza! ¡qué vergüenza! Ya ha pasado más de un decenio desde que se iniciara el sitio contra el Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. Cuatro vecinos antilibertadores del Edificio Simón Bolívar comenzaron una cruzada reaccionaria contra la principal fiesta de la ciudad, a la que se fueron sumando aliados de oído agudo de otras partes de la urbe, que también derrotaron a la Ruta Playa Viva y hasta a la Noche de Reyes en Vegueta-Triana.

Ahora que se ha buscado otra ubicación para el Carnaval, se quejan unos pocos vecinos de La Isleta y amenazan con demandas. Ojo, reconozco el derecho a quejarse. Me repugna su razonamiento, me enerva su ombliguismo, pero tienen derecho a querer vivir en una ciudad tanatorio. Lo que no entiendo es que la ley les ampare, o, mejor dicho, que aquí ganen lo que sus homólogos pierden en otras ciudades. Hasta aquí mi talibanismo carnavalero.

Con la misma indignación, pero con un razonamiento más argumentado, paso a señalar algunos errores a nivel comunicativo que debilitan la posición de una inmensa mayoría que quiere una ciudad viva y un carnaval cuya única opción no sea irse a un páramo deshabitado. Me encantaría contar con datos que nos digan la proporción real de partidarios de uno u otro bando, pero creo que resulta obvio que la gente que va a participar en la fiesta supera de forma aplastante a los vecinos que integran plataformas contra el ruido o que simpatizan con sus objetivos. Aquí es donde veo el primer problema: se confunde su indudable capacidad de bloqueo con una representatividad que justifique un altavoz desmedido en medios de comunicación. Luego están los paños calientes. La sempiterna falacia del consenso para la conciliación de la fiesta con el derecho al descanso.

Primero, porque ya con el caso Simón Bolívar se demostró que la negociación no es sino una puerta abierta a un chantaje perpetuo e in crescendo. Segundo, porque la primera derrota es aceptar el marco del contrario y convertirlo en complejos propios. Y tercero, porque no abres camino a la arenga que coloque a tus aliados a tus espaldas para dar la batalla. El Ayuntamiento que, con su cambio en la dirección artística de la fiesta, pretende recuperar las grandes noches de Carnaval, con artistas de la talla de Manuel Turizo o Elvis Crespo, debe saber cuál es su lucha.

Si se empeñan en alcanzar un consenso imposible, lo único que encontrarán es frustración y un aumento en el éxodo al carnaval chicharrero, además de jugarse incluso su liderazgo en Gran Canaria, amenazado cada vez más por Maspalomas. La ofensiva tiene que darse en varios frentes.

Desde una apuesta comunicativa por “defender la alegría”, sin complejos, hasta una estrategia proactiva para demandar las reformas legislativas que hagan falta para proteger la fiesta, pasando por una defensa jurídica sólida que frene la intentona de tumbar esta nueva ubicación. Se lo deben, se lo debemos, a aquellos que levantaron la fiesta que mejor define a una ciudad libre y transgresora. Cuatro gatos no pueden conseguir lo que no logró la Iglesia ni la dictadura

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