No siempre resulta fácil hacer las maletas. Como de costumbre, tomamos la decisión en familia, pero teníamos la certeza de que la movilidad laboral incluiría nuevos costos y beneficios. El próximo destino no estaba precisamente a la vuelta de la esquina y el paso a lo desconocido estaba garantizado.
Aterrizamos en Gran Canaria con la premura de asentarnos rápidamente, buscar casa, colegio para mi hija e incorporarnos de inmediato al trabajo.
Reconozco que me impresionó el Club Natación Metropole a primera vista. Instalaciones algo deterioradas, complicado ambiente económico post-COVID, pero situado en un emplazamiento privilegiado y atesorado con un clima único y envidiable. Nada más y nada menos que dos piscinas olímpicas, otra de 25 metros y una de saltos. Poco más se puede pedir, el paraíso para un entrenador de natación.
Y por más que medito, tratando de encontrar una explicación, no consigo comprender el mutismo respecto a lo acontecido. Con mi convenio laboral aún vigente, recibo un auto judicial, donde se recogen mis nuevas condiciones profesionales: cambio de categoría, cuarta entrenadora y un cuantioso recorte de mi salario. Sin comunicación, negociación o conversación previa.
Trabajé con rigor, asumiendo cualquier tarea encomendada con ilusión, dedicación y esmero, sin queja alguna, hasta haciéndome cargo de los competidores de distintas categorías, incluso las celebradas en el mismo día.
Después de tantos años amando esta profesión, por primera vez como entrenadora, no acabaré una temporada con mis nadadores.
Jamás tiro la toalla y ahora me obligan a retomar las riendas de mi vida, pero soy humana: me invade el dolor y la impotencia por la incertidumbre, y sigo sin comprender tanta falta de empatía.
Mi marido, Fred Vergnoux, con incredulidad y asombro igualmente, trató de contactar con el presidente de la entidad —Antonio Santana—, ofreciéndole incluso vía audio de WhatsApp, la posibilidad de formalizar un acuerdo para que el Club Natación Metropole se constituyese como segunda sede de la selección nacional belga, con frecuentes visitas y la consiguiente entrada anticipada de dinero, uso de la restauración del club, Fisiomet y otros gastos.
Hasta me ruboriza escribirlo, pero el presidente ni tan siquiera contestó a su mensaje.
Por otra parte, no puedo dejar de releer emocionada, con la piel erizada y nudo en la garganta, las cartas de despedida de mis nadadores. Es precisamente lo que me sosiega y mantiene mi cabeza bien alta.
Quisiera agradecer sentidamente a todos los que creyeron en mí, de corazón; asimismo, al personal del Club Natación Metropole, compañeros de trabajo, personal de las empresas de servicios externalizados, cafetería Aroma de Jazmín, amigos, socios y padres de deportistas.
Marcho con las maletas cargadas de cariño, afecto, gratitud, incluso regalos, pero también con pena, nostalgia y estupor, por la ausencia de delicadeza y el deshumanizado trato recibido por parte del señor presidente y su Junta Directiva.
Alena Popchanka.