Fran Belín./ CEDIDA

Opinión

Artículo (del fin) de agosto

Periodista

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Los lectores y las lectoras que me siguen en Atlántico Hoy saben a ciencia cierta que los fundamentos medioambientales y la cocina sostenible, entre otros apartados similares y sensibles de marcada observancia generalista, marcan las pautas en estos escritos de periodicidad semanal.

Pero en esta ocasión, una vez que se acaba el letargo al que -se quiera o no- aboca este mes vacacional por excelencia, confieso que estas líneas parten de una latente desazón. Lo explico.

La congoja de un incendio forestal como el todavía latente en Tenerife se cuela por las rendijas del ánimo. Analizar, reflexionar, diseccionar los ‘porqués’, los aciertos, los errores,… darían, como se decía antaño, para “ríos de tinta”. ¿Con qué nos quedamos? Claramente con el daño sufrido en nuestros pulmones verdes y en la solidaridad y esperanza para la más pronta recuperación posible en la que todos-as nos debemos ocupar al alcance de nuestras posibilidades, por humildes que éstas sean.

Así que, cuando se cumple el enésimo día de ola de calor, cuando observo desde la Rambla los hidroaviones en sus continuadas maniobras de ida y vuelta (gracias, gracias, gracias), entonces la fatiga en el ánimo no la resuelve ni el bañador o una copa de vino tinerfeño durante esas exiguas pausas vacacionales.

Desazón, como aseveraba, que se desliza como un gato entre el ánimo y la certidumbre de que si los humanos avanzamos, lo hacemos con desesperante lentitud. Así que este escrito, por muy optimista que me ponga –y que, caramba, lo soy-, fluye con cierto tinte tristón.

Esa sensación pegajosa también tiene que ver con la del grado de toxicidad al que podamos llegar en cada instante por tal nivel de información (y de desinformación, y de noticias fake, y de información con títulos-gancho en la que aguarda auténtica basura).

Si uno se deja vapulear por esas turbulencias, a pesar del bañador, los camarones y la cerveza helada, estaremos a merced del calor, el que vivimos tal cual y el del informativo; de esto al ‘piquito’ de Rubiales (inadmisible forma de estar por la vida el de este machista de libro, más aún cuando se es representante de un país); de esta desvergüenza a la imposible aritmética de Feijóo con Vox para la gobernabilidad, amén de que el fugado y extorsionador Puigdemont pueda finalmente meter tocino en el otro puchero…

Cuando nos disponemos a servirnos la segunda jarrita, ahí tenemos a Daniel Sancho de nuevo,… Otra y otra vez, y más de Sancho: doble ración de Sancho y la pena que da Sancho. De eso, a la ola de calor. Del incendio de Tenerife estamos pendientes, claro, pero las cifras son dolorosas, desmoralizan y lo que toca en estos días de final de agosto es apelar a la esperanza de regenerar, en lo posible, lo que es el desgarro de nuestro verde esencial, imprescindible para nuestra vida.

No he seguido nunca, ni siquiera tres minutos continuados, el “Pasapalabras” o la “Ruleta de la fortuna” (tampoco los reportajes acerca de dónde pasa cada noche Daniel Sancho) pero de esta otra ruleta, de la ola de calor-Rubiales (en el momento que escribo sigue en el machito, nunca mejor dicho, de no dimitir) y los imposibles malabarismos de los políticos que nos llevarán a otras elecciones, resulta difícil escapar.

Aunque, ya que estamos en estas postrimerías estivales, ¿por qué no desconectar y dedicarnos un tiempo sin récords de termómetros, de desvergüenzas de machistas casposos, de andanzas tailandesas o de ilusoria álgebra parlamentaria?

Por de pronto, en este rato me voy a servir otra cerveza fría, de paso que el artículo de final de agosto queda finiquitado.