Fran Belín./ CEDIDA

Opinión

Apetecibles “finales de etapa” (y el almirez de la felicidad)

Periodista

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La vida va pasando entre su extraordinaria lógica matemática (por así definirlo) y tantos ilógicos sumatorios de contratiempos, expectativas, frustraciones, logros y objetivos, todo ello majado en el almirez intangible de la búsqueda de la felicidad.

Algo así como el hecho antropológico de consumar dicha búsqueda de un ‘santo grial’ en el que la transcendencia humana se esfuma entre prisas de supermercado y colas de tráfico; entre gripazos matadores y chuletadas en el monte.

En un sentido más amplio de lo que creemos, algo así como “¿quién le pone a todo esto el cascabel (al gato)?”.

Entre las cordilleras de nuestros acontecimientos personales y los que los envuelven aparecen los “finales de etapa”. Solo como observación y cierta experiencia adquirida durante más de 6 décadas he podido comprobar que, en general, existe más reacción adversa hacia ese adiós, a un episodio determinado de nuestra andadura, que de agradecimiento por tal despedida y, por ende, el saludo a nuevas oportunidades o caminos por hollar en lugar del que hemos dejado atrás.

El de la jubilación, por supuesto, es uno de esos finales de etapa en los que se comprueba de todo, como de toda labor para ganarse las garbanzas hay en la viña del señor. Esto va muy emparejado, evidentemente y no descubro nada, o con el grado de “deslome” acumulado o porque en los tiempos actuales eres joven a los 85 y todavía hay por lo que currar a nivel de un cuarentón.

Claro que se puede seguir siendo productivo una vez que uno llega a la cumbre del K2 –lo difícil es descender, se suele admitir- pero lo que planea en la intuición de todo aquel que ha rendido con intensidad a lo largo de los años es eso de buscar el ‘santo grial’ que comentamos al principio a través de otra filosofía alejada de la productividad laboral como modelo imperante.

De todos modos, lo de “final de etapa” puede entenderse –al menos para mí, concretamente- como un arcón de situaciones que allí quedaron, guardaditas; nadie las puede tocar, nadie las puede cambiar: sucedieron para bien o para mal. Comprobamos este año 2024 cómo se despedía Rafael Nadal.

Estos finales de etapa que son universales son considerados, en algunos casos, como una ‘hecatombe’ pero se puede evaluar: este hombre llevaba dando raquetazos y pelotazos a 150 km/h durante 20 años. Lloró, se emocionó en su despedida de cierre pero estimo que al día siguiente estaba realmente exultante.

Fin de etapa (“ahora le toca a Alcaraz”, debió pensar) y yo a jugar al golf y a dirigir mi escuela de tenis. Tan campante. Sí, el final de etapa –los finales de etapas- son tan ineludibles como sanos, estoy convencido; tan reales como tonificantes. En mi caso, estas alternativas marcan ‘adioses’ que, descarnados de nostalgias y melancolías, marcan los embriones de comienzos regeneradores y la despedida de lo que pudo ser, en unos cuantos casos, esa secuencia tediosa que clamaba por trueques vitales y transformaciones.

Así que ya que estamos ante el final de etapa de 2024, porqué no brindarles esta oda a lo que renace, a lo que toca por vivir, a restablecer la constante vital y, por qué no, a cambiar la búsqueda del ‘santo grial indefinido” por la transcendencia de la existencia que cada momento experimentamos al latido de nuestro corazón y al ritmo de nuestra respiración.

Feliz Navidad. Feliz 2025.