Prácticamente la palabra ‘abarcar’ podría jugar como símil, homólogo o equivalente de ‘ser humano’. Inherente, propio e identificativo de nuestra especie; queremos anexar más y más de lo que sea según gustos, fobias o también como absurda forma de perder el tiempo.
Abarcar saberes, territorios, riqueza (“rodear, contener o comprender algo” según el diccionario de la RAE). Es implícito al afán humano, incluso, a coleccionar de forma convulsiva: todos, todas hemos emprendido alguna vez, con mayor o menor intensidad, los delirios de abarcar objetos incluso inverosímiles espoleados por el ansia insaciable de reunir, aglutinar, agrupar,…
¿Para qué? En ocasiones o ni sabemos o simplemente nos da por rellenar espacio y polvo en esos objetos que repletan los espacios. Imaginen: bolígrafos, mariposas, imanes de nevera,… Englobar cosas, por tanto, sujetas a un hilo argumental subjetivo que puede durar toda nuestra vida o una fracción de ella (yo, poco dado a coleccionar, me puse un tiempo al empeño de acaparar camisetas de rugby; un buen día las regalé una veintena menos dos de ellas que me habían regalado mis padres; ahí estaban tristemente apiladas).
Un poco sí -debemos reconocer-, la colección es altruista, una loa a la fantasía pero insustancial en su horizonte. ¿Apilar por apilar? Cada uno sabrá y en qué culminará un día todo ese esfuerzo.
Abarcar, coleccionar (hay colecciones y colecciones, claro está): compañeras incondicionales de la curiosidad, por supuesto, aunque más bien la de los que observan todo lo abarcado por la persona que ha sucumbido a la ‘adicción’ de abarcar.
Me ha salido un prólogo un tanto largo para lo que en realidad quería abordar (que no abarcar) esta vez, la anti-colección, más bien, en nuestros dispositivos móviles. En este sentido, he seguido una información acerca de la nomofobia (básicamente no poder apartar la mirada de la pantalla).
Es que ni siquiera quería llegar a parar a esto sino reflexionar ante el verdadero cacho de memoria que nos come las fotos en esos dispositivos: las que hacemos, las que nos envían, la que nos llega vía guasap,… GB’s y más GB’s de imágenes, cartelitos, conciertos, detalles arquitectónicos, la playa de las vacaciones, selfies, instantes desabridos de grupos y más grupos de guasap. Todo ello en nuestro almacenamiento, tan campante y cogiendo sitio y polvo y más “polvo digital”.
Acampando instantes congelados, sí, mientras voy releyendo algo de la fobia que genera ese dislate: hay usuarios que no quieren perder ni tan siquiera la más desenfocada de esas fotos de tanto valor sentimental. Tienen miedo, literal, a perder para siempre ese irrecuperable material visual. De ahí que las nubes estén más cargaditas que nunca.
Otra sub-fobia (palabro que me invento) es que borramos fotos para oxigenar espacio pero, ya ves: la duda entre qué o no quitarnos de encima genera también esa otra ansiedad de si “¿estaré haciendo bien eliminando esta tan ‘popi’ del viaje de fin de curso?”.
Así es: pavor a perder nuestra vida digital, a que se diluya la fotografía de nuestro perrito reproducido un millar de veces (ay, es que aquí está tan mono, y aquí, y aquí, y así hasta el infinito).
En esta cuestión, personalmente soy algo inconsciente. No quiero, no me gusta acumular y que estén ahí, tan bien guardaditas, esos millares de fotos que he realizado, por ejemplo, a platos para mis escritos periodísticos acerca de la gastronomía. Llega un momento que confundo o ni tengo ni idea dónde capturé tal foto o la otra, porque finalmente el emplatado puede ser muy estético (muy mono) pero, ¿qué hace ahí? ¡durante años! Panes, garbanzos, copas de vino, en algunos casos todo idéntico, clavadito, aunque las haya tomado en Portugal, Soria o en Lanzarote.
Así que yo sí, sin piedad, suelo darle al ‘dedazo’ y hago desaparecer colecciones y colecciones enteras de fotografías inservibles porque sé que finalmente se impone lo de “ojos que no ven corazón que no siente”.
Si alguien esperaba un remedio a la fobia de abarcar las fotos y miedo a perderlas, no creo que lo encuentre en este artículo, salvo la del “dedazo” fulminante.