Crónica de una muerte anunciada

El domingo de carnaval de 1906, en el pequeño pueblo de Buenavista del Norte, se tiñó de sangre. Una batalla campal entre familias que se saldó de forma trágica.

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- Alberto, porque lo aprecio mucho, le digo que se ande usted con cuidado. 

-¿Qué es lo que sucede ahora?

-¿No ha llegado a sus oídos?

-No...

-Se rumorea que Miguel Cejas, el hermano del Alcalde de Buenavista, anda diciendo en el pueblo que el domingo de Carnaval es el día para matarlo tanto a usted como a Francisco Díaz Lorenzo. Me extraña que no haya oído nada, cuando la noticia ha llegado hasta la Villa de la Orotava...

-Nuestras familias están enemistadas. Pero ni caso, no se atreverá. El domingo de Carnaval estaré como de costumbre en el establecimiento que mis hermanos y yo regentamos en la plaza de la Iglesia.

-Es decir, al lado de la propiedad del alcalde, Antonio Cejas. Eso es meterte en la boca del lobo, Alberto.

-Poco importa. Eso no me va a amedrentar...

Y Alberto Dorta no se amedrentó.

El domingo de carnaval, 25 de febrero, transcurrió con tranquilidad, pero solo se trataba de la calma que precede a la tempestad.

Francisco Díaz estaba, también, en el establecimiento de su amigo, cuando, al caer la tarde, un grupo de personas, que, convocadas por Miguel Cejas, habían empezado a reunirse junto a la Iglesia, le exigieron que saliera a la calle. Y Francisco salió.

Al poco de atravesar la puerta, fue golpeado brutalmente con un palo, y Alberto, que contempló la escena desde el interior, corrió a socorrer a su amigo. Era el momento que sus asesinos esperaban. Unos segundos después, tras la detonación de un arma de fuego, Alberto yacía muerto en el suelo, con el proyectil que le arrebataba la vida alojado en sus entrañas. Ante la estupefacción del pueblo, uno de los asaltantes no tuvo piedad: destrozó el rostro del cadáver a machetazos.

Fue el inicio de una auténtica batalla campal, que enfrentó a los adeptos del vecindario a ambos bandos. Los amigos y familiares de Alberto Dorta se lanzaron a por los atacantes, que buscaron refugio, con sus armas, en el próximo almacén del alcalde. Miguel Cejas cayó muerto. Juan y Silvino Cejas, hermanos también del alcalde, y José Dorta, hermano de Alberto, resultaron heridos de gravedad. Más de una decena de personas sumaron sus lesiones al trágico balance.

La lucha, según la prensa de la época, solo terminó porque se acabaron las balas. Hasta el día 27, martes de carnaval, no se trasladaron al lugar de los hechos el lugar el juez y un teniente de la Guardia Civil.