Carnaval sangriento

La intolerancia y el odio tiñeron de sangre las calles del Puerto de la Orotava en el carnaval 1810

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Los dos cadáveres, desnudos y cubiertos de sangre, cuelgan como pedazos de carne del pescante del barco que se construye en la Plaza del Charco

- ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la religión!¡ -Grita la muchedumbre, exaltada. - ¡Mueran los franceses!

El único delito que han cometido Broal y Bressan, cuyos cuerpos sin vida son expuestos para mofa y escarnio público, es precisamente haber nacido en Francia. Ese, y vivir en territorio español en un momento en que España libra contra Francia la cruenta guerra por su Independencia. Los ánimos están caldeados. Hoy, el gentío sospecha que cada francés es un espía del "usurpador" José Bonaparte.

Broal es maestro. Ha enseñado a leer a más de 200 jóvenes desde que vive en la isla de Tenerife, y también instruye en latín y música. Ya no volverá a hacerlo. Esta mañana hubo un desgraciado incidente que parece haber sido el detonante de la ira y el ensañamiento contra este ciudadano: hoy es carnaval, y el sobrino de la esposa del maestro, que vive en su casa, tuvo la ocurrencia de colocar en la cabeza de su perrito faldero un gorro con los colores rojo y gualda de la bandera de España.

Cuando el animal salió a la calle de esta guisa, la turba, que ya traía los ánimos caldeados, tomó la gracia del chico como una afrenta del maestro. Exaltados, se abalanzaron sobre el perro y lo descuartizaron, en un anticipo de lo que esperaba a Broal en cuanto le echaran el guante. Saquearon su hogar, quemaron sus pertenencias, lo golpearon, y, después de asesinarle a puñaladas, lo cubrieron con piedras y lo arrastraron por la calle entre vítores y jaleos. No fue suficiente. Tras acabar con su vida, la gente quedó con ganas de más sangre, y se fueron a por otro francés: José Bressan, escribiente de la Casa Cologan.

- ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la religión!¡ -Grita la muchedumbre, exaltada. - ¡Mueran los franceses!

Por este horrible crimen del carnaval de Puerto de la Cruz de 1810, 51 personas serán detenidas. Muchas ingresarán en la prisión de Paso Alto, en Santa Cruz. La mayoría tendrá una vida corta: la epidemia de fiebre amarilla, al final de ese año, se cobrará la deuda.