- Juana...No he podido evitar fijarme en ese documento que tienes impreso en la pared. Me parece una joya. Por el contenido sobre todo, pero también por la fecha.
- ¡Sí! Yo tengo el original aquí en casa, lo encontré rebuscando entre los papeles, y un amigo me dijo que tenía mucho valor y que debería darlo a conocer. Así que le hice una copia y lo colgué en la pared del bar.
-Pues me alegra mucho que lo hayas hecho. Toda una comarca de nuestra isla reivindicando una escuela, soñando con que sus niños y niñas aprendan a leer y escribir y tengan las mismas oportunidades de futuro que el resto. Y hace bien poco: mi abuela tenía dos añitos en ese momento, sin ir más lejos.
-Precisamente es mi abuela una de las tres personas que firma el documento: Juana Gil.
- ¡Qué maravilla!
-¡Sí! Es muy emocionante.
-Me llama la atención una cosa, Juana.
-¿Qué?
- Que esté escrito perfectamente y a máquina. En un conjunto de aldeas que carecía de escuela alguna. ¿No es llamativo?
- La verdad es que sí.
-¿Te consta que en 1936 hubiese máquina de escribir en el pueblo?
- No lo sé...
-Yo sé, por otros documentos de esa misma época, que la gente de aquí solía acudir al Faro de Anaga para dictar al farero, un funcionario que además era escritor, sus cartas y sus escritos.
- Sí, eso he oído. Era habitual.
- Creo que este papel también fue escrito por el farero, al dictado de las tres personas que firmaron; entre ellas, tu abuela.
- ¡No se me había ocurrido, pero sí, es bastante probable!.
- De ser así, Juana, el documento es aún más valioso.
-¿Por qué?
-Porque el farero que vivía aquí en 1936 era José Rial Vázquez. Escribiendo desde el Faro, describió durante varios años, con maestría y enorme sensibilidad, la Anaga que le tocó vivir. Entre sus artículos he encontrado bellos homenajes a las gangocheras, las carboneras, o los carteros rurales. Hacía además un enorme servicio a la comunidad, ya que las cartas que escribía, a dictado, eran el único nexo de unión entre quienes habían partido hacia el nuevo mundo y quienes habían quedado aquí. Era, en definitiva, una persona muy querida. Y lo apresaron por sus ideas sólo dos semanas después de la firma de esa carta, que puede haber sido una de sus últimas contribuciones a la mejora de la vida de sus vecinos de la Punta de Anaga.
- La guerra.
- Sí. La guerra, que termina con tantas cosas...
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PD: José Rial fue enviado junto a otros muchos presos republicanos al Sahara, al Campo de trabajos forzados de Villa Cisneros. Allí, junto al resto de presos, formó parte de una rebelión que terminó con la toma y huída del lugar. Consiguió llegar a Valencia, zona republicana, y tras la guerra, se exilió a Francia, República Dominicana, México, y finalmente a Venezuela, lugares en los que siguió ejerciendo el periodismo. Regresó por fin a Tenerife en 1960, y falleció en Santa Cruz a los 85 años de edad, en 1973. Una vida que da para película, desde luego...