En Arrecife nadie conoce a Félix Hernández y si preguntas por él nadie sabría responderte. Pero si buscas a Félix el zapatero, todo el mundo te mandará a la misma dirección: al número 22 de la calle Hermanos Zerolo. Es lo normal cuando tu familia lleva más de un siglo (108 años) realizando el noble arte de la zapatería artesanal, el pueblo te conoce y tu nombre y el de tus familiares antes que tú se convierte en historia de un lugar. Pero, como todas las historias, esta llega a su fin.
Aunque a su familia la conocían como la familia de los zapateros y aún cuando su padre, del mismo nombre, se dedicaba a la zapatería, Félix trabajaba como fontanero. “Sí, nací entre zapatos, pero nunca pensé que fuera a trabajar de ello”, afirma. Por teléfono cuenta cómo en 1915 su abuelo abrió el primer negocio en el pueblo de Mácher, en el municipio de Tías. Eran once hijos y entre chicos y chicas se dedicaban a elaborar la famosa alpargata. “Las mujeres cosían a máquina y los hombres cosían a mano lo que era la alpargata a la goma de coche”, explica Félix.
En 1947 Arrecife se convirtió en el nuevo hogar de esta familia. En su nueva zapatería, el padre de Félix tuvo que especializarse en el calzado de señora y “llegó a tener 13 empleados en su tienda”.
El fontanero que se convirtió en zapatero
No fue hasta la crisis de 1975 que el fontanero dejó de lado sus herramientas para aprender a usar unos utensilios que, aunque ya no arreglaban tuberías, sí creaban esas sonrisas características que se forman cuando en la bolsa hay unos zapatos nuevos. Y en 1977 apareció Zapatería Félix. “Siempre guardé las enseñanzas que mi padre me había dejado, pero también fui más allá. Progresé en maquinaria, diseños y me convertí en lo que somos hoy en día”.
Ahora, tras más de un siglo de historia y de trabajo, Félix y su zapatería se jubilan y en la calle Hermanos Zerolo ya no reinará la historia de los calzados que adornaron los pies de todos aquellos que pasaron por ahí.
El oficio no se abandona
Pero cuando el arte vive dentro de una persona, esta no puede abandonarlo. Por eso Félix tiene claro que cogerá alguna de sus herramientas y máquinas y se las llevará a su casa. “Ya tengo incluso encargos para seguir fabricando las zapatillas típicas de Lanzarote. ¡Parado no me voy a quedar!”
Sin embargo, su ilusión es poder enseñar cómo él aprendió. “Yo sé el oficio porque tuve buenos maestros, y sé que hay gente que quiere aprender, pero eso no está en mis manos”. Que la tradición continúe y locales como el de Félix no se pierdan está en manos de las administraciones. Pero este zapatero solo ha conseguido respuesta por parte del Gobierno de Canarias. “Tengo un contrato con ellos para venderles todas las herramientas antiguas, de cientos de años, para que no se pierdan”, expresa.