Viejo rockero lagunero nunca muere

Bernardo, el dueño del Blues Bar, cuenta cómo ha sido el panorama de los bares con espectáculo en La Laguna durante los últimos 28 años antes de cerrar definitivamente

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La entrada del Blues Bar y un concierto rockero en su interior./ Montaje AH
La entrada del Blues Bar y un concierto rockero en su interior./ Montaje AH

Hace tiempo que se volvió difícil entrar en un bar y escuchar Another brick in the wall de Pink Floyd sonando de fondo. Hubo una época en la que los pubs reproducían rock y blues, se fumaba en el local y los sábados se subía al escenario una banda de jóvenes del pueblo para dar un concierto con el que autofinanciar sus actividades sociales. Ahora, lo más parecido a eso es una cabina de DJ que reproduce una lista de Spotify.

Como un ladrillo en el muro, o como un “trozo dentro del potaje”, es como siente Bernardo, dueño durante 28 años del Blues Bar de La Laguna, su aportación al panorama artístico de Aguere.

Se va un icono

El Blues bajó la persiana definitivamente hace meses y el local se traspasa en noviembre al Café Vórtice, bar que llega para recoger el testigo de las actuaciones en directo que, en su día, ilusionaron a Bernardo para abrir en la calle Doctor Zamenhoff número 9.

Con el cierre del pub no se va un bar, se marcha un icono social que marcó las noches laguneras desde 1994. Mientras en Madrid la Movida daba sus últimos coletazos y en Euskadi comenzaba a andar el Rock Radical Vasco, en La Laguna comenzó a gestarse un movimiento reivindicativo que tuvo su expresión a través de centros sociales, sindicatos, edificios ocupados por punkies y, por supuesto, de bares.

Una de las últimas fotos del Blues Bar, desde la cabina de mezclas, con la reja echada./ Facebook Blues Bar
Una de las últimas fotos del Blues Bar, desde la cabina de mezclas, con la reja echada./ Facebook Blues Bar

Una época reivindicativa

Eran años de la insumisión al servicio militar, de la edición de revistas agitativas y de protestas en las calles. Aquel año, Bernardo abrió el Blues de Bar. Así se llamaba al principio, aunque el boca a boca terminó omitiendo la preposición y se quedó sólo en Blues Bar.

El pub se instaló en el local de lo que hasta entonces era la iglesia de los Testigos de Jeovah de La Laguna. El garito contiguo, el Haring, era un gimnasio de halterofilia que tuvo tiempo de ser una bocatería antes de convertirse en el bar que se conoce hoy en día.

Las agrupaciones sociales nutrían al Blues

Por aquella época, el único pub que había en la calle era el Noelia, un local en el que se trapicheaba con droga y que terminó por provocar importantes protestas de los vecinos que condujeron a su cierre. Dos establecimientos más abajo había un sindicato de profesores y, en el local de al lado, una asociación cultural llamada Tamonante.

Por el sindicato y por Tamonante pasaban infinidad de personas de los movimientos sociales de La Laguna de mediados y finales de los 90. Personas que, inevitablemente, comenzaron a nutrir la clientela de un Blues Bar que había nacido con el objetivo de dar espectáculo en su escenario. "Nunca me gustó servir copas, yo quería mover el escenario", cuenta Bernardo.

Más de una década de escenario

Durante sus 13 primeros años, el Blues Bar ofreció hasta cuatro eventos a la semana. No necesariamente música en directo, aunque también. Recitales de poesía, cuenta cuentos, jam sessions en las que músicos se inscribían a título individual para improvisar sobre la base que tocaba una banda contratada... Y, por supuesto, conciertos de blues que luego pasaron a ser de rock. El objetivo del Blues, además de la propia actuación, era que la gente disfrutase del momento, que cantase y bailase.

De todo ese ambiente cultural se nutría el Blues en una simbiosis con los propios asistentes. "A veces venían unos chicos de Tamonante o de algún centro social y me decían que querían organizar un concierto para pagar a la imprenta e imprimir una revista. Yo les pagaba para que lo organizasen y con ellos se llenaba el local", cuenta Bernardo a Atlántico Hoy.

Gente bailando en el Blues Bar una noche de swing./ Redes
Gente bailando en el Blues Bar una noche de swing./ Redes

Arreglando el mundo

Cuando los artistas se bajaban del escenario, la gente se quedaba en el pub hasta que cerraba. A veces, había que echarlos para poder bajar la persiana. Otras, la reja se echaba con la gente dentro, la música se apagaba, los camareros salían de la barra y todos se quedaban en la pista del Blues hablando entre el humo de los cigarros, arreglando el mundo con una cerveza hasta que saliese el sol. "Arreglamos el mundo muchas noches", cuenta Bernardo.

"Hubo días en los que hablamos sobre el amor, en los que había una persona sobre el escenario con un micrófono hablando del amor y todo el bar estaba callado, escuchándole", recuerda emocionado Bernardo.

Ir al Blues Bar o a cualquiera de los otros locales que marcaron esa época no era sólo "salir de juerga una noche", era algo más. "Una chica una vez vino y me dijo: 'Tú no lo sabes, pero creo que mis padres me concibieron en los baños de este bar'", rememora Bernardo.

Cambiaron los tiempos

Los años fueron pasando, los locales cambiando de manos y las leyes actualizándose. Lo que antes se podía hacer, dejó de ser legal. El Ayuntamiento de La Laguna se puso más duro con el control de los horarios, se prohibió fumar dentro de los bares y la normativa acústica cambió.

Un día, tras 13 años "moviendo el escenario", un vecino llamó a la policía por el ruido de un concierto en el bar. Los agentes dejaron a la banda terminar de tocar, pero avisaron a Bernardo de que no podría seguir haciendo los conciertos si no quería acumular más denuncias. Él insonorizó el local hasta 80 decibelios y consiguió todos los permisos, pero cuando terminó las obras de adaptación del pub algo había cambiado. Prefirió no seguir haciendo actividades en el escenario y se dedicó a pinchar "música enlatada".

Una noche en el Blues Bar, con el local lleno./ Redes
Una noche en el Blues Bar, con el local lleno./ Redes

Música "enlatada"

Al principio con cintas de cassette, después con cedés y, en los últimos años, ya con una mesa de mézclas y música descargada. Aunque la gente continuó yendo al Blues, el modelo de local con escenario se resintió mucho. Dejó de compensar para los dueños contratar músicos y poco a poco fue desapareciendo el concepto.

Algunos bares se mantuvieron, como Bernardo, con el rock de siempre pero pinchado desde la cabina. Eran locales como el Haring, el Sócrates o el Luz Oscura. Este último, después de haber cerrado un tiempo, reabrió a principios de año en la plaza del Cuadrilátero.

Su dueña indica a Atlántico Hoy que siguen yendo rockeros a escuchar música allí. Y no solo viejos, sino también jóvenes. "Se saben todas las de Led Zeppelin y Metallica", cuenta a este medio. Pero el panorama general ya no es el del bar rockero, sino el del garito de reggaetton, continúa la dueña del Luz Oscura.

Nuevo local del Luz Oscura en La Laguna./ Redes
Nuevo local del Luz Oscura en La Laguna./ Redes

Fórmulas clásicas

Estos pubs continúan con algunas de sus fórmulas clásicas y cada uno tiene su distintivo. En el Luz Oscura, la consumición más pedida sigue siendo el "levantamuertos", un chupito de vodka, ginebra, tequila, ron y whisky que llevan sirviendo décadas. En el Blues Bar, la firma de identidad siempre fueron sus margaritas.

Bernardo cuenta a Atlántico Hoy que consiguió la receta en un viaje que hizo a México hace años de boca de un curandero del pueblo que visitó. "Hoy la puedes encontrar en internet, aunque hay algunos ingredientes que él me dijo que hacían especiales a nuestros margaritas y nadie más los sabe", ríe Bernardo.

Los clásicos margaritas del Blues Bar./ Redes
Los clásicos margaritas del Blues Bar./ Redes

El Vórtice recoge el testigo

Tras 28 años tras la barra, 13 de los cuales cargando con escenarios, instrumentos, micófonos y altavoces, Bernardo ha decidido que es hora de echar el cierre y traspasar el local. Con pena, porque el Blues Bar no fue solo un pub para él, sino un proyecto vital y un punto de encuentro para la sociedad lagunera, pero felíz de que sea Naira, dueña de Café Vórtice, la que coja ahora las riendas del local.

"Me hace ilusión que sea ella la que continúe con la dinámica del escenario. Cuando abrí el bar, mi objetivo era ese", dice Bernardo. Naira cuenta a Atlántico Hoy que quiere seguir en la misma línea que tenía el Vórtice en su local anterior como un lugar de encuentro cultural. "No es un bar de copas", dice, casi como si hubiese tenido un contacto telepático con Bernardo.

Música en directo en el antiguo local del Café Vórtice./ Facebook Vórtice
Música en directo en el antiguo local del Café Vórtice./ Facebook Vórtice

Una gran inauguración

La idea de Naira es abrir de viernes a sábado y ofrecer literatura, poesía, teatro, micrófonos abiertos, conciertos acústicos... También quiere empezar a traer bandas de rock y punk los fines de semana. Primero locales, aunque su objetivo es poder ir contando con artistas de más nivel conforme se consolide el proyecto. Incluso le gustaría crear un espacio de rap, convenciendo a unos chicos jóvenes que solían ir a los "micros abiertos" que organizaba en el antiguo local.

La fiesta de inauguración del nuevo Vórtice será el próximo lunes, coincidiendo con Halloween. A partir de la semana siguiente, Naira pondrá en marcha todas las ideas que tiene para el local del antiguo Blues Bar. En la trastienda, Bernardo le ha dejado varias cajas con todos los cassettes y cedés que sonaron en el Blues durante 28 años. "Hay que pasar página, que los disfruten", asegura.

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