Un relato de La maldición de Hill House

Los fantasmas a veces son deseos

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Antes de nada, querido lector, has de saber dos cosas. La primera es que yo solo he visto dos películas de miedo/suspense en mi vida. Las dos de día. Las dos acompañada de mis hermanos mayores. Los otros y El proyecto de la Bruja de Blair. La segunda cosa que debes saber es que yo solo he sentido verdadero terror con una película: Dragones y mazmorras (la vi de pequeña). 

Bajo esta premisa y sabiendo que soy muy miedosa me dispongo a ver La Maldición de Hill House, serie de Netflix que se basa en la novela homónima de la escritora estadounidense Shirley Jackson.

Me siento en el sillón con mi pijama nuevo de Harry Potter y una manta. Mi gata me hace compañía, cosa que agradezco porque no hay nadie más en mi casa y no podría pasar este mal trago sola.

Primer capítulo. La historia es tranquila, no hay sustos pero sí niños y los niños nunca fallan en las historias de miedo. De fondo un perro no para de ladrar y me desconcentra. Miro por la ventana con la esperanza de encontrar al perro pero más importante aún al dueño. No los encuentro. Reanudo la serie.

“Casi siempre un fantasma es una deseo”, comenta el personaje de Michiel Huisman en la serie. Me pregunto si seguirá pensando lo mismo al final de la historia. Fin del primer capítulo. No he pasado miedo, no sé si es porque brilla el sol o porque mi gata me acompaña. El perro no ha dejado de ladrar.

Empieza el segundo acto. Se me había olvidado mencionar que tengo gripe y este que tengo en la mano es el último pañuelo, después tendré que ir al baño a por otro paquete y, sinceramente querido lector, tengo miedo.

La serie cada vez me asusta más y lo peor es que, a parte de los fantasmas principales, también se ven caras en pasillos y reflejos en los cristales que los personajes no ven pero el espectador sí, aunque no sé si es mi imaginación. Lo que no es fruto de mi mente es que las estatuas sí mueven su cabeza. Siempre me fijo en las estatuas. Pienso: en mi casa también tenemos una figura a la que se le mueve la cabeza. Mi hermano pequeño la descuartizó un día que jugaba con la pelota en casa.

Creo que me estoy obsesionando con la Mujer del cuello torcido. Hay cierta tristeza, a parte de todo el terror que causa. Por otra parte, en la serie hablan de un monstruo que sí que da realmente miedo. De esos que duermen en la habitación de al lado y te dan de comer. De esos que te van a perseguir para siempre.

La historia se mueve entre sustos y problemas familiares que me dan mucho que pensar, aunque tenga que ir al baño y siga teniendo miedo. Mi gata me abandonó hace rato y antes, al final de uno de los episodios (no recuerdo qué número era porque me los estoy tragando seguidos), cuando la pantalla se puso en negro, vi la silueta de una persona reflejada. Al final resultó ser mi reflejo pero el susto sigue en mi cuerpo.

Ya no sé por qué capítulo voy, la historia me deja de piedra con la mezcla de lo sobrenatural y los problemas de una familia que no sabe superar el pasado. Los movimientos de cámaras antes pensaba que eran para avisar de que venía un susto, pero para nada. Se mueven justamente para tenerte alerta pero el miedo lo pasarás cuando menos te lo esperas.

Llevo horas viendo la serie y parece que cada objeto tiene algo que decir. Esa es una de las grandes ventajas de las historias de miedo, que con un buen movimiento de cámara y una iluminación tenebrosa puedes hacer que cualquier elemento cotidiano sea aterrador. Eso me hace desconfiar hasta de la manta con la que me abrigo. Creo que no voy a ver más series de terror en mi vida. Acaba de llegar mi madre. Voy a ver La Bella y la Bestia. El perro no ha parado de ladrar.