El 17 de diciembre de 1972, día que Wolfgang Kiessling abrió al público las puertas de su primer zoo —con 25 empleados y 150 papagayos—, el cielo se desplomó sobre el Puerto de la Cruz. A las 10.50, apenas una hora después de la apertura y con 82 visitantes dentro, comenzó un diluvio que no dejó de tirar agua sobre Tenerife durante las tres jornadas siguientes. El trabajo desarrollado y parte de la inversión realizada, en cuestión de horas, desaparecieron. La lluvia, que se llevó por delante la vegetación elegida al detalle para proteger a los animales, sin embargo fue una anécdota más en medio del desastre general: la caseta donde se instaló la calefacción del recinto explotó la noche antes, los folletos publicitarios no llegaron a tiempo, las autoridades no le permitieron colocar en la autopista la silueta de dos loros de metal —recortados como el toro de Osborne— y de los 5.000 globos que tenía previsto utilizar en la fiesta de inauguración sólo pudo inflar 50.
El quebranto de aquel día de 1972 se prolongó durante cuatro años. Las visitas al zoo daban para que el empresario alemán pudiera pagar deudas y poco más, los bancos no le daban crédito y las autoridades locales rehuían de sus ideas y proyectos. “Hay muchos idiotas que quieren ganar dinero, pero uno con papagayos todavía no lo hemos encontrado” era la respuesta habitual y extendida que se topaba en el Puerto de la Cruz. Pero Kiessling, a pesar de verse tentado más de una vez a arrojar la toalla, perseveró. Una conversación con una mujer le cambió la manera de afrontar esos momentos de crisis. Ella le contó que al divorciarse se quedó con un camión y su marido con otro. Años después de esa separación, era una empresaria exitosa: tenía más de 100 vehículos de transporte mientras que su marido aún conservaba uno. Le pidió que resistiera: “Un día se abre el cielo y, sin que usted lo note, es azul y las nubes se han marchado”. Así fue.
II Guerra Mundial
Hoy Kiessling da trabajo a más de mil personas, es el presidente de un grupo que engloba a Loro Parque, Siam Park, Poema del Mar, Hotel Botánico y Brunelli’s y en 2023 figuraba entre las 100 personas más ricas de España en la lista Forbes. No está nada mal para alguien a quien hace 50 años unos tachaban de idiota y otros renegaban cuando les presentaba sus proyectos en busca de apoyo financiero. Ninguno, probablemente, conocía el tesón de un visionario que en su casa, durante la dura posguerra alemana, aprendió muy pronto una fórmula determinante para afrontar la vida: uno debe tomar la iniciativa del trabajo.
Wolfgang Friedrich Kiessling nació en 1938 en Gera, una ciudad que traza un triángulo con Leipzig y Dresde cerca de la frontera con la República Checa. La II Guerra Mundial marcó su infancia. Su padre, primero, fue llamado a filas ya cerca del final del conflicto y, luego, fue encarcelado por los soviéticos al ser marcado como individuo capitalista. Tras dos años en prisión, en su regreso al hogar, la familia tomó una decisión que marcó el destino de Wolfgang Kiessking: abandonar la zona bajo control ruso, territorio que unos años después se convirtió en la República Democrática Alemana (RDA). Un día, al llegar a casa tras una jornada escolar, se encontró con todo las pertenencias empaquetadas. Al caer la noche, su madre, su hermana y él se subieron en un coche con rumbo al oeste. Fue la primera parada de aquel viaje furtivo. Allí se quedaron, en depósito, todos los bártulos de la familia que el padre había trasladado en un tractor.
¿Elefantes?
El destino final de la familia Kiessling fue Wurtemberg, al sur, en la parte dominada por los aliados —EE UU, Reino Unido y Francia— que luego dio paso a la República Federal Alemana (RFA). Allí descubrió que vender no se le daba mal, pero que el fuego interior que mueve la juventud le empujaba a descubrir —y comerse— el mundo. Soñó con conocer Estados Unidos y cumplió con ese anhelo con 20 años. Allí hizo de todo: de barman, de vendedor, trabajó en una mina de uranio. Consumió años felices antes de regresar a casa, donde tras dar varios tumbos acabó como director de la aerolínea Calair, que a principio de los años 70 unía Frankfurt y Tenerife al calor del boom turístico —Alemania, entonces, permitía a sus ciudadanos invertir en Canarias como pago de impuestos—.
Al descubrir el Puerto de la Cruz, Kiessling y su mujer sintieron un flechazo. Para ambos fue como encontrar una perla en medio del Atlántico en la que quedarse hasta la eternidad. Su primer plan pasaba por proyectar un safari park en el que los elefantes fueran el principal reclamo. El problema para afrontar esa aventura es que no le salían sus números —un paquidermo pede comer 200 kilos de verduras al día—. Su padre, en un viaje a Miami, le despojó de esa idea. No le hizo falta un argumento muy sesudo. Ni siquiera lo tuvo que pelear. Delante de unos papagayos, le dio un consejo que se puede considerar la piedra fundacional de un imperio: “Hazlo con loros, hijo. Sólo comen unos cuantos granos y duran cien años”.
Los loros, reunidos en un primer recinto de unos 13.000 metros cuadrados, dieron paso a cocodrilos, tortugas, chimpancés —a los que Kiessling sacó de una celda de la Policía Local, que no sabía qué hacer con ellos después de que un grupo de activistas los confiscaran—, aves, delfines, gorilas, pingüinos, lémures, osos hormigueros, leones, osos panda rojos, jaguares u orcas que conviven ahora en un parque de 135.000 metros cuadrados que es considerado uno de los mejores zoos del mundo. Esa condición no le ha servido para regatear la controversia que gravita alrededor de este tipo de complejos.
Orca Morgan
La orca Morgan, que fue encontrada varada cerca de la costa de Países Bajos antes de ser trasladada a Tenerife, puso al Loro Parque en el disparadero por diferentes grupos animalistas. A diario Kiessling recibe cartas de escolares de medio mundo en las que se le pide que libere al animal. Ante la reiteración de la petición, el empresario alemán redactó hace casi una década una carta en la que recuerda que, sin familia y sorda, la orca moriría si fuere devuelta al océano. Su postura es defendida por científicos y veterinarios, que ponen en valor el trabajo del Loro Parque en la recuperación de especies como el guacamayo de Lear: 40 ejemplares fueron criados en la isla, de los que seis fueron devueltos a su espacio natural —de ese grupo, a final de 2022, nació el primer pichón en libertad—.
Siempre que se le cuestiona por su animal preferido dentro del parque, Kiessling señala a su perro, aunque recalca que se trata con el mismo cariño y cuidado a un gorila que a un periquito. 50 años después de la apertura del Loro Parque, en aquella jornada diluviana, parece que el empresario alemán guarda mejor relación con la fauna de su zoo que con algunos políticos del sur de Gran Canaria. El Siam Park del Veril es, de momento, la única plaza que le resiste en Canarias.