La conocida empresa panificadora Los Compadres no ha conseguido salvar los problemas económicos por los que atravesaba y ya se ha declarado el inicio de su liquidación.
La industria de panificación, líder a nivel estatal en la elaboración de pan de molde, y dotada de un capital social de 1,1 millones, entró en insolvencia en 2019, y, a raíz de la quiebra, presentaron la renuncia los tres administradores, los hermanos Harry, Arturo y Mélida Alfonso Plasencia. Desde entonces ha gestionado la empresa como administrador único Ruyman Hernández.
Hernández es el propietario de Punto Base, uno de los mayores grupos de España en la compra de empresas con dificultades económicas. A su llegada a la compañía, en 2019, la empresa contaba con un capital de 9 millones de euros, y su idea, según declaró a la Cadena Ser el 2 de marzo del pasado año, “era hipotecarlo para pagar las deudas de cerca de cuatro millones”.
No obstante, los bancos se pronunciaron negativamente arguyendo que durante nueve años se había vendido una gran cantidad de patrimonio para pagar las nóminas, y no confíaban en que la empresa tuviera que viabilidad.
El confinamiento provocado por la pandemia de COVID-19 terminó de dar la puntilla a una de las marcas señeras de Canarias durante los últimos 50 años.
Inicios
El fundador de la panificadora, Arturo Alfonso, fue un emigrante retornado de República Dominicana que, en 1966, fundó Los Compadres. Con la ayuda de su mujer, en un inicio regalaba los panes que elaborada, como recuerda Mélida Alfondo, su hija y expresidenta de la sociedad.
Alfonso fue un empresario audaz (murió en 2010), precursor en las Islas en la elaboración de pan de molde cuando en Canarias escasamente se conocía, basándose en cómo se consumía el pan en América.
Introdujo técnicas y maquinaria de diseño propio sin patentar que regalaba a sus conocidos, pues estaba seguro de que lo fundamental, por encima de la ingeniería, era la superioridad de sus productos.
Problemas con la distribución
Los nuevos canales de distribución de las cadenas de supermercados y grandes superficies, que importan su propio pan y priorizan a los mismos distribuidores, sin tener en cuenta si fabricaban o no en Canarias, hizo mella en la economía de la empresa, quien se mantuvo desde su creación en las mismas dependencias ubicadas en la Carretera General del Sur.
Si bien consiguió integrarse dentro de los lineales de cadenas como Hiperdino convirtiéndose en proveedores, las dificultades por las que atravesaba la empresa le llevaron a contratar los servicios de la consultoría Tactio, representados por Ernesto Plaza, que trazó un plan estratégico que finalmente no funcionó y, tras 9 años de muchas dificultades, fue traspasada a Ruyman Hernández.
Concurso de acreedores
Una empresa que llegó a disponer de un patrimonio de 21 millones de euros en los últimos compases de actividad ingresaba tan solo 200.000, ampliamente insuficiente para pagar a los empleados y soportar las cargas diarias que generaba la elaboración del pan. Se vendió parte de su patrimonio, como apartamentos en Santiago del Teide y Las Caletillas, pero el esfuerzo fue baldío y finalmente hubo que vender la nave principal, valorada en más de 6 millones.
Previo al cese de actividad la pacificadora podía producir 17.000 panes semanalmente, cuando la demanda estaba en 68.000, lo que derivó en la cancelación de los contratos con los supermercados, avanzando el final de una empresa que fue líder del sector durante décadas. Una empresa que debió ser cerrada en abril de 2018, según Ruyman Hernández, pero el empeño por mantener una de las marcas señeras del Archipiélago con vida le ha hecho tener una lenta despedida de los hogares de las Islas.