El día que Juan Miguel Sanjuán y Jover se plantó en Tenerife para hacer la mili, allá por los años 60, desconocía que en Canarias encontraría su lugar en el mundo. Las Islas, para el protagonista de esta historia, no eran la primera parada en el camino a pesar de su juventud y el contexto que le tocó vivir. En aquella España que empezaba a dejar atrás el subdesarrollo —tras el letargo provocado por la Guerra Civil—, la vida ya le había llevado por diferentes derroteros. Pasó su infancia en Monasterio (Badajoz), el pequeño pueblo en el que nació el 12 de septiembre de 1945; disfrutó de la adolescencia entre Petrel y Elda (Alicante) arropado por la fábrica de zapatos bajo control familiar; y se formó como ingeniero de Caminos, Canales y Puertos en el revoltoso Madrid que asomaba el hocico al mundo tras la posguerra. Todo lo vivido, hasta entonces, había sido fecundo, pero el rompecabezas se completó en el Archipiélago: aquí encontró el amor, aquí se convirtió en empresario.
Esas dos jugadas del destino han convertido a Juan Miguel Sanjuán, presidente del Grupo Satocan —uno de los gigantes de la economía española—, en una figura clave para entender y descifrar el desarrollo de Canarias durante las últimas cuatro décadas. La corporación que dirige luce la condición de peso pesado dentro los principales sectores estratégicos de las Islas: cuenta con 800 empleados; está presente en el Ibex 35 —a través de Sacyr—, el negocio turístico —Salobre Hotel— y el inmobiliario —Las Ramblas Living—; es accionista de Binter —controla el 13,32 % de la aerolínea—; destaca en la gestión de puertos —Tazacorte—, centros comerciales —Las Ramblas— o aparcamientos privados —Primero de Mayo—; y mantiene una apuesta firme por las energías renovables —Parque Eólico Tenefé—, la innovación —Archipiélago Next—, la economía azul —Algalimento— o el alquiler de frío industrial —Frioluz—.
Sato
Todo eso —unas 70 firmas diversificadas en diferentes áreas de negocio que se expanden por países como Marruecos, Guinea, Senegal, Brasil o Perú— convierte a Juan Miguel Sanjuán, más allá de las listas elaboradas a partir de patrimonios y fortunas, en uno de los empresarios de referencia de Canarias y de España. No está nada mal para el hijo de Miguel Sanjuán Francés y María Auristela Jover Verdú, dos alicantinos que llegaron a Monasterio poco después de la Guerra Civil para que el progenitor ejerciera como inspector de catastro. Allí, en el pueblo extremeño, pasó sus primeros nueve años de vida, tiempo que transcurrió entre las horas de colegio, los juegos con sus compañeros de pupitre y el intercambio de tebeos de El Guerrero del Antifaz —el primer héroe para una generación de españoles—.
La muerte de su abuelo precipitó el regreso del clan a Alicante. En 1954 su padre se puso al frente de la fábrica de zapatos familiar en Elda, localidad en la que cursó el Bachillerato antes de dar el salto a Madrid. En la capital finalizó, de manera brillante, la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Encarrilada la vida académica, el deber con la patria le trazó la primera jugada del destino que cambió su vida: fue destinado al acuartelamiento de Los Rodeos (Tenerife) para hacer la mili y en la isla conoció a la mujer con la que años después formó su propia familia. Tras ejercer en el servicio de aguas del MOPU en el Archipiélago, Sanjuán —aburrido en el servicio público— dio el salto a la empresa privada para formar parte de Sato.
Proyecto frustrado en Miami
Con la empresa de la familia Garrigues Díaz-Cabañate tuvo un papel determinante para la expansión del Puerto de La Luz y Las Palmas durante los años 70, etapa de un desarrollo vibrante de la ciudad al ritmo marcado por el turismo y la condición de Puerto Franco. La compañía, en manos de la tercera generación, sin embargo no acababa de despuntar en el plano financiero, circunstancia que empujó a Sanjuán a aceptar una oferta de una firma que pretendía operar en Miami. La propuesta era golosa: formar una sociedad conjunta para construir hoteles y aceptar todo tipo de obras al calor de una convertibilidad dólar-peso, un escenario que favorecía la inversión de capitalistas sudamericanos.
Tras analizar el mercado durante varias semanas, a su regreso a Canarias para liquidar asuntos pendientes, recoger a su familia y empezar una nueva aventura en Estados Unidos, la convertibilidad de las divisas cambió y los proyectos en Florida se fueron al traste. Esa segunda jugada del destino que le amarraba a Canarias no derrumbó su empeño por convertirse en empresario. De la mano del consejero delegado de Sato, al que comentó su intención de establecerse por su cuenta, creó Sato Canarias. Así nació Satocan, una firma que poco años después ya volaba sola. Sanjuán, por fin, había cumplido un sueño: ser un empresario con alma de ingeniero. Desde entonces, una compañía especializada en obras portuarias se ha convertido en un gigante capaz de agrupar firmas y negocios de todo tipo, desde la rehabilitación de apartamentos turísticos y la construcción de viviendas hasta la gestión de campos de golf, pasando por la innovación, la construcción o las estaciones de esquí —una de las grandes aficiones del patrono—.
Fundación
Si es imposible explicar la vida de Sanjuán sin Canarias, también es inviable interpretar el desarrollo de las Islas sin la participación de un empresario que reconoce que aún se divierte con su labor al frente de un grupo de firmas capaz de facturar 200 millones de euros al año. Sin embargo lo que realmente le apasiona es la Fundación Satocan, un proyecto que define la compañía: ahí los empleados son familia y la familia es empresa.