La multitud, alrededor, hacía planes. La Festividad del Cristo marcaba el paso. Unos irían a La Laguna; otros se quedarían en Tacoronte. En medio del bullicio que agitaba el pulso de la recova, un niño de apenas 12 años, sentado en unos escalones, contaba dinero y hacía cuentas —junto a su hermano mayor— tras una mañana entera de gangochar. La jornada había sido productiva, generosa: tenía en el bolsillo 320 pesetas —un buen dinero para la época, casi dos euros— después de vender higos chumbos, bubangos y cebollas que varios agricultores le habían fiado y que había logrado cargar hasta el mercado con ayuda de una burrita. Con esa cantidad, primero, saldaría deudas con sus proveedores para retomar el negocio a la mañana siguiente y, luego, aportaría algo a la economía familiar.
El niño que cargaba con orgullo esas 320 pesetas tras una jornada de trabajo era Fernando López Arvelo. Hoy, 72 años después, es el presidente de honor del Grupo Fedola, una sociedad que fundó en 1998 y que en febrero de 2023 tenía un patrimonio neto de 100 millones de euros. En la cartera de la corporación, que tiene como origen aquellos días de compra en el campo y venta en los mercados junto a su hermano, hay de todo: 30 marcas diferentes, cinco hoteles y 15 empresas vinculadas a varios sectores entre las que figuran una ferretería, una compañía de seguros, la venta de distintos artículos —uniformes, materiales de construcción y género para la agricultura—, restaurantes, un spa, la distribución de productos alimenticios, un centro de negocios, una compañía vinculada a las nuevas tecnologías, otra a las embarcaciones náuticas, fincas para la elaboración de vinos…
Credibilidad
Más allá de todos esos bienes materiales, para López Arvelo su fortuna reside en la credibilidad. Esa palabra, el significado que va ligado a esas 12 letras, fascina a un empresario cuyo perfil —y el de su hermano— se podría estudiar en cualquier escuela de negocio como modelo de emprendedor. Sin estudios superiores, su audacia y su seriedad le han traído hasta aquí. Su viaje se podría comparar con el de un astronauta: partió a ras de tierra y hoy ocupa uno de los puntos más prominentes entre la patronal de Canarias.
Con apenas 10 años tuvo que dejar el colegio para sumar su fuerza de trabajo a la economía familiar. Su padre y su hermano trabajaban como peones en la labranza, pero él siguió los pasos de su madre, que ejercía como gangochera —vendedora ambulante de verduras— en Tacoronte y alrededores para aportar unas perras de la época a la cuenta común. Sin dinero para grandes empresas, fue la credibilidad la garantía que empleó el joven Fernando para arrancar y salir adelante: convenció a varios agricultores de la zona para que le fiaran cualquier producto que brotara de sus tierras. A todos les ofreció las mismas condiciones: les pagaría al día siguiente el valor de la mercancía. Nunca falló. Cada mañana, con las primeras luces del día, aparecía junto a su hermano por las fincas con el dinero prometido en busca de más higos chumbos, bubangos o cebollas para vender en la recova. Bajo el control financiero de su madre —las cuentas y la visión comercial eran cosa de ella en el núcleo familiar—, el negocio ya no dejó crecer: compraron una burrita y una carreta para poder aumentar el margen de beneficios —podían cargar más productos y podían llegar más lejos—.
Papas y ferretería
El primer estirón empresarial llegó con las papas a finales de los años 50. La posguerra empezaba a quedar atrás como un mal sueño y el tubérculo tomaba protagonismo en las cocinas canarias. Su valor en el mercado permitió a los hermanos López Arvelo comprar su primer camión y ampliar su rango de operaciones: Santa Cruz de Tenerife demandaba con más celeridad y anhelo los productos que se cultivaban en las tierras del norte de la isla. Fernando y Domingo, sin embargo, también detectaron una necesidad en el camino inverso: el dinero se movía con fluidez y la economía de sus vecinos mejoraba, que aspiraban a mejorar, renovar o ampliar sus hogares. Así, en 1957 comenzaron a diversificar su modelo de negocio con la apertura de la Ferretería Hermanos López.
Rodeados de semillas, papas y material de construcción, Fernando y Domingo fueron testigos directos del impacto del turismo en la economía canaria. Curiosos, audaces, valientes, en 1981 se lanzaron a por su trozo de ese pastel: compraron el Hotel Noelia (Puerto de la Cruz). Dos años más tarde ampliaron esa unidad de negocio. Se fueron hasta la parte más meridional de la isla. Adquirieron un solar y decidieron levantar el Hotel Noelia Sur. Sin liquidez para afrontar un desafío de esa envergadura, la credibilidad volvió a ser su carta de presentación: un arquitecto diseñó el complejo con la promesa de cobrar cuando estuviera en funcionamiento, detalle para el que tuvieron que activar dos palancas de crédito que aseguró Domingo. Para la primera, de 300 millones de pesetas —cerca de 1,8 millones de euros—, se trasladó hasta Dinamarca para rentar durante cinco años el establecimiento a un turoperador; para la segunda, de otros 300 millones de pesetas, recibió un préstamo del Banco Hispano Americano con un interés del 13%. Liquidaron la deuda en cinco años.
División impecable
Tras una vida juntos, en 1998 los hermanos optaron por dividir de manera impecable el negocio para despejar el camino a la siguiente generación de la familia. Domingo creó el Grupo Dofela; Fernando puso en marcha el Grupo Fedola, un conglomerado que ahora gestionan sus cuatro hijos —Victoria, Fernando, Mónica y Ana Belén—, fruto de su matrimonio con Cayaya, a la que conoció cuando compraba cebollas a su padre. Con ella se fue de luna de miel a Galicia, viaje que aprovechó para visitar a un proveedor que se había retrasado en un pago. Cuestión de credibilidad, una palabra que mueve el mundo para Fernando López Arvelo.