El tango acabó en tangana

Luis Padilla nos sitúa hoy en uno de los partidos más mediáticos de la historia del CD Tenerife, un duelo de escuelas que traspasó fronteras.

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“Es usted un bilardista”. Hubo un tiempo en que esa expresión se usaba a modo de insulto incluso en el Parlamento de Canarias. Era un tiempo en el que el fútbol español vivía su particular 'guerra de las ondas' entre García y De la Morena, con protagonismo estelar para el seleccionador Javier Clemente. Fue entonces cuando se importó desde Argentina la disputa que desde hace décadas libran, sin que el final se vea próximo, los partidarios de Carlos Bilardo y de César Menotti. Los discípulos más fieles de este último eran entonces Jorge Valdano y Ángel Cappa. Y como Jorge colaboraba entonces con De la Morena, encontró la enemistas de García. Y la disputa futbolística se llevó a las ondas.

A la refriega global se unía una enemistad personal entre Valdano y Bilardo, entrenadores de Tenerife y Sevilla en ese curso 92-93. ¿La razón? En el verano de 1990, justo antes del Mundial de Italia, el entonces seleccionador argentino prescindió de Valdano sin tener el valor de comunicárselo directamente, tras hacerlo regresar de su retiro y tenerlo meses concentrado. Además, los líderes de ambos conjuntos, Fernando Redondo y Diego Maradona, no tenían una relación cordial después de que el 'cinco' del Tenerife renunciara a la selección para centrarse en sus estudios, pecado mortal en opinión del 'diez'... que a su vez era amigo personal de García, por lo que no caía en gracia a De la Morena.

En medio de la disputa futbolístico-mediática, resultó que ambos equipos competían por una 'plaza UEFA' en aquel curso 92-93, por lo que ya se habían lanzado algún dardo antes de que el 3 de enero de 1993 se citaran en el Heliodoro para un combate que concitó la atención de media España y de toda la Argentina futbolera. O lo que es lo mismo, de toda la Argentina. A un lado del 'ring' estaban Bilardo, Maradona y Simeone. Y en el otro, Valdano, Cappa, Redondo, Pizzi, Dertycia y Castillo. Y 22.000 tinerfeños que habían tomado parte en la batalla y dejaron 55 millones de pesetas en las taquillas. Al final, el tango acabó en tangana. Fútbol hubo poco, pero tarjetas quince. Doce amarillas y tres rojas.

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Maradona en el piso ya se ha dado cuenta que la roja no es para Redondo. | JUAN GARCÍA CRUZ/ACAN

A la hora de juego, el Tenerife ya ganaba por 2-0 después de que Pizzi convirtiera dos penaltis (justos). Fue entonces cuando Redondo y Maradona, que pertenecían a la relación de amonestados, chocaron en el centro del campo. El 'cinco' cometió una dura falta sobre el 'diez' y se montó el subsiguiente tumulto. El árbitro acudió raudo y castigó al infractor: mostró la tarjeta amarilla, comprobó sus anotaciones y observó que el amonestado era reincidente. Así que, entre empujón y empujón, se hizo sitio, sacó la tarjeta roja de su bolsillo… y expulsó a Pizzi. Entonces, ardió Troya. “El ciiiiiiinco, fue el ciiiiiiiinco”, bramaba Maradona mientras el árbitro miraba para otro lado. “El ciiiiiiinco, fue el ciiiiiiiinco”, insistía colérico 'el Diego'.

Y todo ello, mientras Maradona agarraba y zarandeaba a González Lecue, que no tuvo más remedio que expulsarle. La tarjeta roja enfureció (aún más) a Maradona. “El ciiiiiiinco, fue el ciiiiiiiinco”, repetía aún cuando era retirado a los vestuarios entre compañeros, rivales y policías varios. Para entonces, desde el banquillo visitante volaban botellas de agua hacia el césped o la Tribuna. A poco del final, Dertycia hizo el 3-0. Una anécdota.