A Ram Bhavnani (Hyderabad; 23 de marzo de 1944), pese a que su patrimonio neto se cifre en 140 millones de euros, no se le conoce ningún lujo. Por no tener no tiene ni coche. A diario, salvo que lo impida algún compromiso en Madrid, cruza a pie Santa Cruz de Tenerife al ritmo que marca la rutina. Camina desde su domicilio a la oficina, de allí —al finalizar la tarde— se dirige al templo, desde donde regresa a casa. En medio cabe todo su mundo: la bolsa, las finanzas, leer El libro de las sagradas escrituras, y la familia. Todo, con un objetivo: iluminar a Dios en su mente para —sin hacer mal a nadie— vivir, comer y dormir tranquilo.
De todos los bienes que dan forma a su patrimonio —entre acciones, sicavs, inmuebles y dinero— hay uno que explica a Bhavnani: un anillo de oro con un pequeño corte. La sortija perteneció a su madre, una persona clave para entender su vida. Falleció en 1983, tras sufrir un infarto. Lo hizo en brazos de su hijo al poco de instalarse junto a él en Tenerife, donde fue incinerada con algo de oro en su cuerpo —según el ritual de la India—. Tres días después de la cremación, su familia llevó las cenizas al río Ganges. A la vuelta, el propietario de la funeraria llamó al señor Ram —como le conocen las personas que trabajan a diario con él— para entregarle el anillo de oro que portaba su madre y que habían encontrado en el incinerador.
Talismán
El detalle habría sido una anécdota más si no fuera porque el oro no es muy resistente a las altas temperaturas —un horno alcanza entre los 760 y 1.100 grados centígrados durante dos o tres horas para reducir un cadáver a cenizas— y porque durante la cremación también se pone en marcha un proceso mecánico que reduce todos los residuos sólidos a polvo. El anillo resistió a todos esos asaltos. Cuando Ram Bhavnani la recuperó, la pequeña joya estaba negra y con un pequeño corte. La mandó limpiar, pero mantuvo la pequeña rotura. Ese episodio le llevó a consultar con su gurú, que le advirtió de una enfermedad que padece el ser humano: el olvido. Desde entonces lleva consigo el anillo a todas partes, como una especie de talismán que, además, le permite recordar siempre a su madre.
La fortuna acumulada durante las últimas cuatro décadas, desde su primera gran operación —la compra de acciones del Banco Popular, movimiento que realizó poco después de la muerte de su madre—, no ha alterado la verdadera naturaleza de Ram Bhavnani. Con apenas cuatro años huyó de Hyderabad, un lugar de mayoría hindú que, sin embargo, quedó bajo control musulmán después de que Gran Bretaña firmara los acuerdos de independencia. La India, ante una realidad tan incómoda de asumir tras décadas de dominación extranjera, envió tropas para intentar anexionar el territorio. El plan derivó en una matanza y en el exilio de miles de personas, entre las que figuraban él y su familia.
Miseria
La huida convirtió a Bhavnani en un refugiado. Su familia encontró acomodo en un campo de exiliados en Nasik —al sur de la India—. Allí, donde un funcionario registró su nacimiento el 1 de enero de 1944 al rellenar la documentación de acceso —detalle que explica por qué esa fecha figura en su pasaporte y no el 23 de marzo de 1944—, conoció la miseria. Varias sábanas colgadas delimitaban las viviendas de cada familia y la comida no era un bien que sobresaliera por su abundancia. En ese paisaje, nunca se sintió pobre: no tenía elementos para compararse y, por tanto, no podía echar de menos lo que desconocía —juguetes, abundancia, etc—, lo que no tenía. Poco ha cambiado desde entonces, tal vez un solo detalle: su principal patrimonio es la tranquilidad que le proporciona el dinero.
Antes de hacer fortuna en Canarias, el destino le permitió cruzarse con otra persona clave en su vida durante su infancia. El campo de refugiados quedó atrás cuando su familia encontró un hogar en Poona (India), pero no las penurias. Su padre emigró a Marruecos y Canarias para trabajar en diferentes negocios regentados por compatriotas y su madre hizo todos los sacrificios posibles para sacar adelante a a todo el clan. Por 30 rupias al mes vivían en una casa con cocina en la que compartían espacio con la madre de un vecino: el señor Kishoo. Ram Bhavnani fue invitado a su boda cuando apenas tenía cuatro años y con 17 —para mantener la tradición de dotar a su hermana para su casamiento— le pidió trabajo.
Hong Kong
Así, en 1961 se incorporó a Kishoo and Sons como empleado de una tienda recién abierta en Hong Kong. Allí Ram Bhavnani empezó a destacar como un trabajador serio y eficiente. Su base académica, tras estudiar con los Jesuitas en Poona, le permitió asumir responsabilidades de contabilidad y ventas. Aprendió chino y se ganó la confianza de su patrón, que lo acogió bajo su propio techo y lo eligió para solventar un problema permanente en su empresa: la gestión de un bazar que había abierto en Santa Cruz de Tenerife y donde cuatro gerentes ya habían fracasado antes en su intento de sacar adelante el negocio.
Ram Bhavnani llegó a Canarias en 1965. Solo y sin conocer el idioma. En pocos meses, Casa Kishoo —un bazar que centraba su actividad en la industria textil— empezó a funcionar como un cohete. El turismo empezaba a dar las primera señales de ser un negocio productivo y la condición de Puerto Franco facilitaba el movimiento de mercancías en Santa Cruz de Tenerife —última parada de miles de barcos camino de Sudamérica—. La productividad de la tienda en el Archipiélago era tan alta que el propietario, con la rentabilidad del establecimiento de Hong Kong en horas bajas, optó por trasladarse con toda su familia a las Islas. Ese movimiento provocó otro cambio sustancial en la vida del señor Ram: su matrimonio concertado con Meera —la hija del propio Kishoo—.
Banco Popular
Tras casi dos décadas centrado en el buen funcionamiento Casa Kishoo —bazar que se convirtió en la mejor escuela para gestionar un empresa—, Bhavnani se plantó un día en la central del Banco Popular en Santa Cruz de Tenerife con una letra de 20 millones de pesetas —120.000 euros— aportada por Almacenes Paraíso (Ceuta) por la compra de mercancía. Sin necesidad de liquidez en ese momento, el señor Ram le solicitó al director de la entidad financiera —José Alonso— que descontara el dinero a cambio de la compra de acciones del propio banco. No hubo objeciones para ejecutar la operación: Casa Kishoo gozaba de buena salud económica, la credibilidad del cliente ceutí y, sobre todo, el conocimiento de la Bolsa por parte del propio Bhavnani —se informaba sobre la evolución del mercado y el cambio de divisas—.
Esa inversión, al poco tiempo, se revalorizó hasta alcanzar los 300 millones de pesetas —tres millones de euros—. Después vinieron muchas más, casi siempre con los bancos como principal activo: la adquisición del 8% del Banco Zaragozano, formando parte del Consejo de Administración y vendiendo sus participaciones posteriormente con la compra de Barclays; la venta del 15% del accionariado de Bankinter en 2007 a Crédit Agricole, para obtener unas plusvalías cercanas a los 400 millones de euros —según eleconomista.es, la operación se cerró por 809 millones de euros, a 13,6 euros por acción— y considerar esta como su inversión de mayor éxito; o la compra del edificio de Deutsche Bank en el Paseo de la Castellana, que adquirió por unos 42 millones de euros y vendió apenas cuatro meses después por 45 millones.
A Ram Bhavnani, que practica el hinduismo y es vegetariano, que madruga para seguir al frente de Casa Kishoo y que forma traders —ya lo cantaba Litto Nebbia: "yo no permito que me impidan seguir; yo les invito a que me vean seguir; y si lo intento es porque estoy convencido; que para lograr algo hay que insistir"—, sólo se le conoce una afición en la que no hay mucho espacio para la razón: el CD Tenerife.