Canarias lleva siglos empeñada en vivir de espalda a África, sin querer mirarle a la cara. Es como un vecino de la misma calle, el Atlántico, al que si puede hasta evita darle los buenos días. Cosas de la soberbia y la condescendencia de quien se cree superior por algo tan aleatorio como ser diferente. Tan cerca y, a la vez, tan lejos. Esa obstinación por ignorar lo que sucede enfrente —en Mauritania, Mali, Senegal, Gambia, Burkina Faso, Guinea Bisau, Guinea-Bisáu o Níger— mantiene al Archipiélago fuera de un tablero en el que, probablemente, ahora mismo se cuece la mayor transformación geopolítica desde la caída del Muro de Berlín. ¿Qué sucede en el Sahel? Pues hay de todo: un desafío firme al neocolonialismo francés, movimientos rusos para desestabilizar la hegemonía de la Unión Europea en represalia al apoyo a Ucrania, el avance chino para trazar un nuevo orden mundial, oportunidades de negocio, el impulso de los países que forman el bloque de los BRICS y el sueño de una emancipación definitiva.
Senegal
Los senegaleses están llamados a elegir presidente el 25 de febrero. A un mes de las elecciones, el ambiente es plomizo en las calles de Dakar. Las heridas que dejaron las revueltas del pasado verano —levantamiento provocado tras la detención de Ousmane Sonko, líder de la oposición— aún no han cicatrizado. El pulso entre el Estado y simpatizantes del Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad (Pastef) dejó 23 muertos en las calles del país. Hoy, varios meses después, la universidad de la capital —foco de la asonada— mantiene cerradas sus facultades porque las clases prosiguen vía telemática. Calma tensa.
Para miles de senegaleses, la actualidad de su patria es algo que llega a cuentagotas después de cruzar el océano en cayuco. De los cerca de 40.000 migrantes que llegaron a Canarias en 2023, la mayor parte procedían de Senegal. Esa diáspora, contenida justo ahora, antes de abrir las urnas, retrata la crisis de un país que, a diferencia de los estados de su entorno, no ha sufrido un golpe militar o una guerra civil durante la última década. Macky Sall, en el poder desde 2012, renunció en junio del año pasado —en medio de las revueltas— a un tercer mandato. Amadou Ba, su primer ministro, será el candidato de la coalición gobernante para unas elecciones a las que no se podrá presentar Sonko. La candidatura del opositor, encarcelado desde el pasado verano, fue anulada en noviembre por el Tribunal Supremo después de que la corte de Ziguinchor —el 12 de octubre— habilitara al líder del Pastef a concurrir a los comicios.
Lo que suceda el 25 de febrero marcará la estabilidad de Senegal. Una tormenta política en Dakar dejaría lluvias en Canarias.
Mali
El 14 de noviembre del año pasado, el Ejército de Mali recuperó la ciudad de Kidal. El asunto pasó desapercibido en Europa. En la operación participaron unidades del grupo mercenario Wagner, brazo armado de Vladimir Putin. El detalle no es menor: da pábulo a los que aseguraban que la misión de las Naciones Unidas protegía a los rebeldes —para salvaguardar los intereses franceses en la región— y certifica que la junta militar que gobierna el país, con el coronel Assimi Goïta al frente tras dar un golpe de Estado, ha encontrado en el Kremlin un aliado para sacudirse el neocolonialismo galo, al terrorismo yihadista y a los independentistas del norte.
Desde 2021, año en el que Goïta derrocó a Ba N’Daou, Mali ha puesto en marcha una refinería de oro para procesar 200 toneladas al año por cuenta propia —sin injerencias desde París—. El proyecto cuenta con financiación rusa, apoyo que certifica la ruptura del gobierno de Bamako con Francia y valida la estrategia del Kremlin en la región, rica también en uranio o agua. ¿Qué busca Rusia allí? ¿Necesita esos recursos naturales? En teoría no, los produce dentro de sus fronteras, pero el apoyo de la Unión Europea (UE) a Ucrania pasa factura en otras zonas del mundo donde se libra una batalla geopolítica de alto voltaje.
Rusia, de momento, financia al gobierno maliense y entrena y dota de material a su ejército, que por primera vez en mucho tiempo ha logrado que el yihadismo —los restos de los grupos reclutados por Occidente para derrotar a Muamar el Gadafi en Libia— retroceda en el Sahel. El Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes (JNIM), franquicia de Al Qaeda en la zona, ha empezado a liberar rehenes rebajando sus pretensiones económicas en busca de financiación para resistir.
Como dicen los tuaregs, el desierto no es más que un bosque sin árboles.
Burkina Faso
Las decisiones erróneas en la guerra contra el yihadismo fueron la excusa que argumentó el capitán de artillería Ibrahim Traoré para justificar su golpe de Estado contra Paul-Henri Sandaogo Damiba. Comparado —según el bando, claro— con Thomas Sankara, el nuevo líder de Burkina Faso también ha optado por abrir las puertas del país a la inversión rusa: el Kremlin, a través de la compañía estatal Rosatom, construirá una central nuclear. El objetivo es pantagruélico: llevar electricidad al 95% de las zonas urbanas y al 50% de las zonas rurales para 2050. Hoy sólo un 19% de la población de Burkina Faso tiene acceso al suministro eléctrico (60% urbano y 3% rural).
La presencia de Rusia en Burkina Faso ha significado otra derrota de Francia en el Sahel, donde sus intereses caen como piezas de un dominó. En enero del año pasado, las autoridades del país exigieron a Emmanuel Macron la retirada de sus tropas en el plazo de un mes. Esa decisión fue el paso previo para la llegada de unidades Wagner, reclamadas para combatir al yihadismo.
Sin militares galos, los intereses del Eliseo —y las compañías frnacesas— se debilitan sobre el terreno. El 16 de septiembre de 2023, Mali, Níger y Burkina Faso firmaron la Carta Liptako-Gourma, que establece una nueva alianza entre estos tres estados africanos francófonos del Sahel. Esa coalición sentó las bases para cambios aún mayores, como dejar de usar como moneda el Franco CFA, para muchos un vínculo con el colonialismo.
París exige desde 2005 a las naciones que usan el franco CFA que deriven al Tesoro francés el equivalente al 50% de sus exportaciones —hasta 1963 era el 100%— con la excusa de ser garante de la convertibilidad de la moneda, primero en francos franceses y luego en euros. Esto permite a Francia actuar como una entidad de crédito, con capacidad para adquirir recursos nacionales ante posibles impagos. Ahora, Burkina Faso, Níger y Mali tienen la intención de poner fin, en los próximos meses de 2024, a esos acuerdos fiscales, considerados vestigios coloniales.
El dinero no se volatiza, sólo cambia de manos.
Níger
El 70 % de la electricidad que se consume en Níger se produce en Nigeria. Por eso, el pasado verano, después de que un golpe de Estado derrocara a Mohamed Bazoum como presidente nigerino, la primera respuesta del ejecutivo nigeriano fuera cortar el suministro de energía. El movimiento no sirvió de nada. La asonada militar prosperó —bajo advertencias de apoyo de Mali y Burkina Faso— y Francia perdió otro bastión en el Sahel: en diciembre salieron del país sus últimas tropas.
La salida francesa, que completó un retiro iniciado en octubre, allanó el camino para que Rusia reforzara su posición en la región. Las bases que los militares galos dejaron vacías en Menaka, Gossi y Timbuktú —todas en Mali—, fueron rápidamente ocupadas por hombres del grupo paramilitar ruso Wagner —que ahora utilizan una nueva marca en la zona: Africa Corps, con menos carácter privado y más control del Kremlin tras la rebelión de Yevgueni Prigozhin—.
La junta militar que gobierna Níger desde verano de 2023, con Ali Lamine Zeine al frente, se encuentra estos días inmersa en una gira internacional que le llevará durante los próximos días a Rusia, Irán, Turquía y Serbia —con China, que entró en el Sahel a través de los diferentes ejecutivos que han pasado por las administraciones de Niamey, muy atenta a cualquier movimiento—.
En África, los gobiernos que quieren romper con el pasado colonial europeo empiezan a buscar financiación en el bloque de los BRICS —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica—, un grupo que este año incorporará en su organización a Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos y que aspira a cuestionar el control de los países occidentales en organismos clave como el FMI o el Banco Occidental. Para Rusia, además, sirve en su lucha contra el orden establecido, mientras que China pretende aumentar su poder e influencia, especialmente en África par convertirse en la voz líder del Sur Global.
La presencia del gigante asiático en Níger, uno de los países más pobres del mundo, no es testimonial. Allí hay uranio —es proveedor para los 56 reactores nucleares de Francia— y se produce petróleo desde 2011 —cuando el yacimiento de Agadem comenzó a producir merced a la compañía formada por el Estado y PetroChina, que posee el 60%, tres una inversión de 4.000 millones de dólares—. Además, Pekín se encarga de la construcción de una central hidroeléctrica en la presa de Kandadjia para cortar la dependencia energética con Nigeria.
La OTAN tal vez instale misiles en Kiev que apuntan hacia Moscú, pero Rusia le ha tocado el bolsillo —y algo más— a Francia en el Sahel. La Marsellesa ya no es considerado un canto a la libertad en el corazón de África. Eso sólo queda para los nostálgicos en Casablanca, Hollywood y París.