Canarias, hace 40 años, era un lugar emocionante dentro de un mundo que ya andaba perturbado. La Ley de Puertos Francos había convertido las Islas en el escenario perfecto para una, dos, tres o cuatro novelas de aventuras. En plena Transición española, con la Guerra Fría de fondo, en el Archipiélago convivían espías, turistas, caciques que se vestían de demócratas, peninsulares y extranjeros en busca de una oportunidad, forajidos, terroristas, revolucionarios trasnochados, traficantes de armas, estafadores y patriotas de lo suyo. Anclada en el Atlántico, en medio de tres mundos —en sus ciudades había espacios que evocaban al desarrollo arquitectónico europeo, los cerros caraqueños o una kasbah argelina—, esta región y todos sus habitantes aspiraban a lo mismo: dejar atrás la miseria.
Entre los grupos que eligieron Canarias para buscarse la vida, la comunidad indostánica —durante esos tiempos— era de las numerosas. Su presencia en las Islas, además, respondía a un patrón mercantil: habían regado con su presencia diferentes puertos de la Ruta del Cabo —itinerario marítimo que une Asia con Europa circundando África por su extremo más austral—. Estaban presentes en Dubái (Emiratos Árabes Unidos), Stone Town (Zanzíbar), Ciudad del Cabo (Sudáfrica) o Dakar (Senegal) y también eran legión en Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife con el negocio de la venta de material electrónico como principal actividad —a precios muy económicos gracias a la liberalización de la entrada y salida de mercancías en el Archipiélago para los turistas que llegaban desde la Península o el norte de Europa—.
Última carta
Los hermanos Girdhari y Manmohan Chhabria formaban parte de ese grupo. Entre 1974 y 1982 llegaron a abrir cinco tiendas de electrónica en Gran Canaria, pero el negocio no acabó de cuajar. Con una deuda de 26 millones de pesetas y lo poco que quedaba del dinero que la familia había ahorrado en la India antes de cruzar medio mundo, se lo jugaron todo a una sola carta: se hicieron con los locales situados en la parte trasera del Centro Comercial Cita (Playa del Inglés), los que nadie quería, y levantaron su primer local bajo la marca de Fund Grube. En 175 metros cuadrados montaron una revolución comercial: centraron su actividad en la perfumería y la necesidad les hizo dar con la fórmula del éxito: sin dinero para montar vitrinas y estanterías optaron por el self service como sistema de exposición dentro de una tienda que, para atraer a la clientela, tiró del alcohol, el tabaco y el cambio de divisas como reclamo.
Los pasillos oscuros del Cita, de repente, se convirtieron en un gran bazar. Con el modelo de los duty free de los aeropuertos por bandera, la familia Chhabria le dio una vuelta al negocio: mucho volumen de productos en exposición, precios imbatibles en toda la oferta, un año completo con buenos índices de clientela —con turistas europeos durante los meses de otoño, invierno y primavera; con consumidores locales a lo largo del verano— y un estrecho margen para el beneficio. La fórmula, a base de grandes ventas, fue un éxito formidable. Tanto que representantes de las grandes marcas del sector del perfume se plantaron en Playa del Inglés, procedentes de Francia, para comprobar que Fund Grube era real.
Karma
Unos cuantos años antes, cuando Girdhari y Manmohan eran unos niños que vivían en Bombay, su madre visitaba con ellos diferentes templos y ofrecía el poco dinero que tenía a los brahmanes como limosna a cambio de prosperidad para sus hijos. Hoy, casi 41 años después de la inauguración de la primera tienda de Fund Grube en el Cita, la empresa familiar cuenta con 54 locales repartidos por Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote y Tenerife, da empleo a un millar de personas y es una de las 25 empresas canarias que factura más de 100 millones de euros al año —cifra que le permite estar en el top 10 nacional en su sector—. El karma se ha cumplido en una familia que ahora ha dado el relevo al frente de la compañía a su segunda generación.
Desde 2020, Dhiraj Chhabria —uno de los tres hijos de Manmohan— ocupa el cargo de CEO de Fund Grube. Con el cambio en la cúpula de la firma han llegado otras transformaciones que marcan el paso hacia nuevos desafíos dentro del sector del retail: el cambio de hábitos de los turistas —que apuestan por visitar entornos urbanos, hospedarse en viviendas de alquiler vacacional y que optan por gastar dinero y tiempo en la oferta de ocio antes que en el consumo— o la venta online definen los grandes retos de una empresa que en 2018 se embarcó en la construcción del Mogan Mall, un proyecto que lideró y que ahora, bajo la gestión del Grupo Número1, traza el camino a seguir en las zonas turísticas del sur grancanario —la modernidad del centro comercial ubicado en Puerto Rico destaca frente a la obsolescencia de recintos como el Metro, el Cita o el Faro2 (todos ubicados en San Bartolomé de Tirajana)—.
ADN
Licenciado en Administración y Dirección de Empresas (ADE), Dhiraj Chhabria cursó un MBA en el Instituto de Madrid. Completar su formación académica no significó su incorporación a la empresa familiar. Durante cuatro años ejerció como becario en grandes firmas internacionales: Ernst & Young, Commerzbank AG, Böwe Systec AG, Novotel Hotels, The Times Of India o BCCL Ltd. Y su regreso a Canarias lo llevó primero, durante 21 meses, a ejercer en el área de Control de Gestión del Grupo Dinosol. Fue en 2005 cuando regresó a Fund Grube, la compañía que lleva en el ADN. Cuando era adolescente, él y sus dos hermanos cubrían turnos los domingos y festivos en las tiendas. Su vuelta dibujó una trayectoria medida al milímetro: primero, durante cinco años, ocupó la dirección de Servicios Generales; luego se convirtió en director de Expansión y Desarrollo —entre 2009 y 2013—; en los tres años siguientes ejerció como director de Marketing & Desarrollo para pasar, en 2016, a sentarse en el consejo de administración. Desde 2022, además, es miembro del Comité Consultivo de CaixaBank.
A Dhiraj Chhabria le toca mantener próspero el pozo que encontró su familia (con un tesoro dentro). Ese es el significado de Fund Grube.