Una clienta entra en la mercería. “¿Qué tal, mi niña? ¿Cómo va lo del cierre?”. La noticia ha llegado al barrio y las cartulinas gritan a voces la liquidación de todos los ovillos, botones, cintas y un largo etcétera de productos que llenan las estanterías de El tallercito de Aída. Su dueña, la propia Aída, cierra por jubilación. Sus dolores ya no le dejan seguir con su comercio, ubicado en la Plaza de la Feria, en pleno centro de Las Palmas de Gran Canaria.
Ella, como tantas otras personas, ha bajado la persiana de su mercería al llegar a una edad. Es lo normal, el cuerpo llega un momento en el que ya pone un límite y por mucha pasión que haya, toca asumir el tiempo. La tristeza y el problema no viene con la jubilación, viene con la falta de relevo generacional. El cierre para estos negocios supone en muchas ocasiones algo definitivo. “La gente que lleva mercerías nos vamos por jubilación normalmente y nadie joven se interesa por coger el negocio”, cuenta Aída detrás del mostrador mientras corta unas telas.
Tener una mercería
“No me voy porque me vaya mal”, explica Aída, aunque asume que es complicado regentar una mercería. “Solo una mercería es difícil de mantener porque lo que se vende son cosas muy baratas, como los botones, que cuestan 15 céntimos”. Es por eso que, además de la mercería, hace arreglos de costura. Con las dos cosas combinadas consigue sacar un dinerillo para los gastos y un pequeño sueldo para ella.
Sonriente, tijera y aguja en mano, comenta que le gusta mucho su trabajo y, tornando la sonrisa con pesar, afirma que le da mucha pena tener que cerrar, pero “es lo que toca”. Quiere liquidar cuanto antes toda la mercancía para poder empezar sus trámites médicos y tratar así entre otras patologías el túnel carpiano, que ya tiene muy avanzado.
Más de 40 años
Su mayor pena es que el barrio pierda un negocio como el suyo. “Muchas mercerías están cerrando y la ciudad se está quedando sin ninguna”, apunta. Mucha de la mercancía de Aída proviene de otra mercería que cerró. “Le compré todo a Marisol, que cerró hace como un año también porque estaba mayor”, cuenta. La tienda de Marisol se trataba de la Mercería Vegueta, ubicada en la calle Reyes Católicos.
Al nombrarla, la costurera recuerda otros negocios junto a Atlántico Hoy, como la Mercería ‘La Gacela’, que se encontraba en la calle La Pelota y junto a otros muchos negocios, dieron vida comercial a esa zona emblemática de la ciudad desde el siglo XX. “Tanto Marisol como la dueña de La Gacela llevaban más de 40 años. Las dos se hicieron mayores y dieron el cierre. Es una pena”, expone Aída.
La Mercería Diepa, en la calle Pedro Infinito, es otro de los comercios que tratan de resistir el paso del tiempo y la falta de relevo generacional. “Espero que la señora que despacha tenga descendencia, porque ya no hay tantas mercerías en los barrios con una persona tan amable y afectiva cómo ella”, recoge el comentario de una persona en las reseñas de Google al buscar el negocio.
Encontrar un relevo
Aída está a la espera de que alguna persona interesada quiera hacerse cargo de su tienda. Sus clientas habituales aprovechan para visitarla, comprarle ovillos con descuento y también preguntarle cómo lo lleva. Ella bromea y les dice que se lleven todos los hilos, que después no van a poder volver a comprar más.
No sabe cuánto tiempo de más estará abierta. “Una muchacha viene la próxima semana para ver si quiere quedarse con el negocio” le comenta a una habitual de la mercería que ha ido a comprar lana para hacerse un suéter. La costurera espera que sea la indicada que asuma el relevo y así evite un cierre más de una mercería en la ciudad.