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Sergio Rodríguez: ¿qué es el 'chachismo'? El 'chachismo' es la vida misma

El jugador tinerfeño de baloncesto, doble medallista olímpico y campeón de Europa, España, Rusia e Italia, se retira este verano después de hacernos felices con su juego

6 minutos

Sergio Rodríguez por Farruqo.

Al principio de todo, también ahí, la victoria ya era lo más importante. ¿De dónde, si no, viene el lema olímpico? Citius, Altius, Fortius [Más rápido, más alto, más fuerte].  ¿A qué creen que fueron Harold Abrahams o Eric Liddell, hace cien años años, a París? La respuesta fue siempre la misma y la explicó a la perfección, mucho tiempo después, siempre sabio, Luis Aragonés: ganar, ganar y ganar; ganar, ganar y volver a ganar. Lo único que ha cambiado en el deporte, desde el primer día hasta hoy, son las formas que llevan al triunfo, sobre todo en las disciplinas en las que se compite por equipos: hasta hace poco la belleza del juego era el camino más corto para vencer; hoy hay otras vías, todas reglamentarias, casi todas plomizas.

El asunto tiene miga y, por supuesto, una explicación. El deporte se ha convertido en una industria de entretenimiento, mediática. Esa transformación deriva en negocio y cuando hay grandes cantidades de dinero de por medio los intereses particulares determinan juegos que, en su mayoría, son colectivos. El presidente de un club calcula el beneficio, el entrenador se desempeña en el día a día para no perder el puesto de trabajo y no salir de la rueda, el jugador obedece, cada día más reprimido entre tácticas y estrategias, en busca del gran contrato y el aficionado sólo quiere ver ganar a su equipo porque bastante frustra ya la vida como para amargarse en un estadio o en un pabellón. Pocos rompen la baraja porque, al final, el dinero huye del riesgo. La lógica de estos tiempos, donde hoy hay que dar siempre un poco más para obtener una recompensa mayor que la de ayer. ¿Les suena? Citius, Altius, Fortius [Más rápido, más alto, más fuerte].

Declaración de intenciones

Por eso, cada vez que un verso suelto rompe las cadenas que le impone el sistema, el pueblo lo celebra: el juego vuelve a ser un poco de la tribu y no tanto del especulador que está al frente del chiringuito. Algo así sucedió hace poco más de 20 años. El 13 de junio de 2004, en el quinto —y decisivo—partido de la final de la ACB entre FC Barcelona y Estudiantes, se personó en nuestras vidas Sergio Rodríguez Gómez (San Cristóbal de La Laguna; 1986) y el baloncesto, de repente, fue un lugar más divertido. Apareció como un amor de verano, para hacernos disfrutar el momento, sólo del ahora, sin mirar más allá en el calendario. ¿Hace falta más para ser feliz?

Sergio Rodríguez celebra el triunfo de España en el Mundial 2006 de Japón. / EFE

Apenas quedaba por consumir un minuto de aquella final cuando Sergio Rodríguez hizo su debut en el baloncesto profesional. Calzaba entonces 18 años recién cumplidos y acababa de sustituir a una leyenda del Estudiantes, Nacho Azofra —eliminado con cinco faltas personales— cuando el base tinerfeño cogió la pelota, cruzó a toda mecha el parqué del Palau Blaugrana, dribló a un par de rivales, esquivó zarpazos, salió ileso de un intento de tapón y anotó dos puntos. Aquello fue más que una canasta, aquello fue una declaración de intenciones. A él, imberbe y con la mochila llena de ilusiones, le daba igual tener enfrente a Juan Carlos Navarro, Dejan Bodiroga o Roberto Dueñas. Su forma de interpretar y descifrar el juego iba a ser la misma ahí, debajo de los grandes focos de la industria, como en la habitación de su infancia —donde soñaba con meter canastas como esa y dar asistencias de todos los colores— arropado por los pósters de Kevin Garnett, Allen Iverson, Kobe Bryant o Jason Kidd.

Una cinta VHS del 'Dr. J'

El juego de Sergio Rodríguez tiene una esencia romántica, pero el origen de todo tiene una explicación científica: lo suyo con el baloncesto es una cuestión genética, porque sus padres —Sergio Rodríguez y Puchi Gómez, ambos jugadores de basket— se conocieron en una cancha. A partir de ahí, todo giró alrededor del juego: los primeros juguetes —un pequeño aro de los Celtics en la habitación, una canasta en el patio trasero de su casa (situada al norte de Tenerife) que machacaba a diario [pum, pum, pum], balones, camisetas… y una cinta VHS con movimientos de Julius Dr. J Erving que desgastó a base ver y rebobinar, ver y rebobinar, ver y rebobinar—.

Los Sixers de Filadelfia, la última aventura de Sergio Rodríguez en la NBA. / EFE

Con 10 años fue reclutado por el equipo del Colegio La Salle, donde jugó su padre. Allí, a las órdenes de Pepe Luque, encontró su lugar en el mundo. Rodeado de amigos como Dani González y un entrenador que le dio libertad para desarrollar su personalidad y pulir su juego. Durante cuatro años no quedó cancha de Tenerife en la que Sergio Rodríguez no deslumbrara. Su rendimiento no pasó desapercibido para la Federación Española de Baloncesto (FEB), que con 14 años lo seleccionó para formar parte del Centro de Perfeccionamiento Siglo XXI de Bilbao. Allí, adolescente y lejos de sus padres y de su hermano Javier, coincidió con otro tinerfeño, Roberto de la Rosa, e hizo buena migas con Fran Vázquez.   

Mucho McMillan y poca pipa

Desmantelado ese proyecto de la FEB, Sergio Rodríguez recaló en el Estudiantes, en Magariños, donde protegido por Pepu Hernández su juego entró en ebullición: debut en una final de la ACB —estaba en Tenerife, de vacaciones, cuando fue convocado el mismo día del último partido para sustituir a Andrés Miso—, elección como mejor jugador joven de la liga y su convocatoria para el Mundial 2006 de Japón —donde fue clave para derrotar a Argentina en la semifinal y luego ganar el torneo—. Sergio Rodríguez mutó entonces en el Chacho y el chachismo se convirtió en un dogma de fe que, además de arrastrar a un buen número de creyentes, también cautivó en Estados Unidos. Tenía 20 años cuando los Blazers de Portland lo reclutaron. En un suspiro pasó de soñar rodeado de póster de estrellas de la NBA a compartir parqué con ellos.

Sergio Rodríguez, tras anotar una canasta con el Real Madrid. / ACBPHOTO

Aquel viaje no resultó ser una aventura placentera. Nate McMillan, el entrenador del equipo de la franquicia de Oregon, encasilló al Chacho con el rol de microondas —jugador capaz de cambiar el ritmo de un partido saliendo desde el banquillo—. Fueron días difíciles, lejos de la familia, hasta cierto punto incomprendido por su propio técnico y sin la posibilidad de sentarse con sus amigos en un banco a comerse un paquete de pipas —producto que echó de menos en Estados Unidos—. Tras tres temporadas en los Blazers, en su cuarto año en la NBA fue traspasado primero a los Kings de Sacramento y luego a los Knicks de Nueva York. Para muchos, una experiencia así puede ser traumática, pero para Sergio Rodríguez —empeñado siempre en ver el lado positivo de las cosas— fue un aprendizaje —nuevos conceptos del juego, progreso físico, aprender un idioma— que le sirvió para afrontar decepciones futuras.

¿Qué es el 'chachismo'?

Tal vez sin ese poso adquirido en Estados Unidos el Chacho no hubiera sobrevivido a su primer año en el Real Madrid, primero con su juego atrapado en las ideas fijas de Ettore Messina y luego desubicado con la espantada del propio técnico italiano. Todo eso podía parecer el principio del fin de la magia del chachismo, pero marcó un punto de inflexión ascendente. El fichaje de Pablo Laso como entrenador del equipo blanco y la madurez que maceró el baloncesto de Sergio Rodríguez elevaron al jugador tinerfeño a otro nivel. Desde entonces ha moldeado el currículum de una leyenda que cerró ganando su último partido: dos medallas olímpicas —plata en Londres 2012 y bronce en Río de Janeiro 2016—, se ha subido a todos los escalones del podio en el Eurobasket, tres Euroligas —dos con el Real Madrid y una con el CSKA de Moscú—, cuatro Ligas ACB, cinco Copas del Rey, dos Ligas rusas, una Liga italiana, dos Copas de Italia y una Supercopa italiana —con el Armani Milano—. 

Pero lo más importante de todos esos títulos es que Sergio Rodríguez, marido de Ana y padre de Carmela, Greta, Sergio y Roberta, los ha logrado con la misma alegría y diversión que con la que jugaba, de niño, en la cancha Anexo Paco Álvarez de Santa Cruz de Tenerife. Eso es, en definitiva, el chachismo. Y usted se preguntará, después de todo, ¿qué es el chachismo?: juntarnos unos amigos alrededor de un balón y dos canastas, hacerlo lo mejor posible, atacar mucho el aro del rival, recuperar la pelota lo antes posible para volver a atacar, tener algo de suerte, pasarlo bien. Eso es el chachismo. La vida misma.