Thaïs Henríquez: el combustible de la música

Doble medallista olímpica, plata en Pekín 2008 y bronce en Londres 2012, la nadadora grancanaria descubrió la sincronizada una lejana tarde al seguir, entre su casa y el CN Metropole, la melodía de una canción

Guardar

Thaïs Henríquez por Farruqo.
Thaïs Henríquez por Farruqo.

Rob Fleming es propietario de la tienda Championship Vinyl, situada en una calle bastante tranquila de Holloway (Londres), a tiro de piedra de Camden Town y en la que vende discos de punk, blues, soul y rytthm & blues, un poquito de ska, algunas cosillas indies, pop de los sesenta y, en fin, un poco de todo. Rob está destrozado. Su novia, Laura, lo acaba de abandonar para comenzar una relación con Ian Raymond, un vecino al que él siempre ha odiado. Ese acontecimiento tan doloroso provoca que Rob redacte una lista con las cinco rupturas sentimentales más importantes de su vida. Lo de hacer inventario con sus ex no es extraño para él. Junto a Dick y Barry —empleados en su negocio— hace catálogos de todas las cosas importantes que mueven al mundo: los cinco mejores libros, las cinco mejores películas estadounidenses de la historia, los mejores cinco filmes en versión original subtitulada, los cinco trabajos de sus sueños, los cinco grupos o cantantes a los que habría que matar a tiros cuando llegue la revolución musical o las cinco mejores caras A de single de todos los tiempos. La música, como pueden leer, está en el centro del universo de Rob, pero “no como inspiración, sino como combustible”, explica él mismo. “Si necesito entrar en un estado de ánimo determinado, sé que hay ciertas canciones que puedo escuchar y que... son el combustible que me llevará justo donde necesito ir”. 

Rob Fleming, en realidad, no existe. Bueno, hay algo de él entre todos los melómanos que habitamos el mundo y es patrimonio incuestionable de la cultura pop después de que el escritor Nick Hornby lo pariera como protagonista de su novela Alta Fidelidad, en la que —tal vez inspirado por algún artículo de la Rolling Stone firmado por Hunter S. Thompson— suelta verdades como esa. Porque la música, a veces, funciona como combustible para alcanzar una actitud o energía determinada para traspasar fronteras. Seguro que usted, querido lector, si se toma unos segundos para pensar sobre esta reflexión, es capaz de encontrar una canción que le haga cambiar este viernes —o la jornada en la que este texto caiga delante de sus narices—. Fue justo eso lo que le pasó un día a Thaïs Henríquez Torres. Tenía sólo 13 años y, como otras muchas tardes, caminaba junto a su hermana Patricia rumbo al CN Metropole para afrontar una sesión de entrenamiento en la pista de tenis. De repente, una melodía la atrapó. Un combustible en su interior entró en ebullición y sus pasos, como los ratones que fueron detrás del flautista en Hamelín, siguieron el rastro de la música hasta llegar a una piscina. Allí estaba el equipo de natación sincronizada y allí, de manera inesperada, ella encontró su lugar en el mundo.

Leyenda de la sincronizada

Casi 30 años después de ese flechazo en una de las piscinas del CN Metropole, el currículo de Thaïs Henríquez (Las Palmas de Gran Canaria; 29 de octubre de 1982) nos pone ante una realidad incontestable: estamos ante una de las grandes leyendas de la natación sincronizada de España. Si el equipo nacional ganó el pasado miércoles la medalla de bronce en los Juegos de París fue —tal vez— porque primero Gemma Mengual, Andrea Fuentes, Ona Carbonell, Irina Rodríguez, Alba Cabello, Paola Tirados, Raquel Corral, Laura López Paula Klamburg, Clara Basiana, Irene Montrucchio, Margalida Crepí, Laia Pons y la propia Thaïs —todas a las órdenes de Anna Tarrés— hace 20 años tiraron abajo un muro —de una patada eggbeater— para convertirse en el ejemplo a seguir de unas niñas que hoy se suben solas al podio olímpico. 

Thaïs Henríquez posa en 2012, en las instalaciones del CN Metropole, después de convertirse en la primera deportista canaria con dos medallas olímpicas. / EFE
Thaïs Henríquez posa en 2012, en las instalaciones del CN Metropole, después de convertirse en la primera deportista canaria con dos medallas olímpicas. / EFE

Thaïs Henríquez ha sido campeona del Mundo —en combinación libre; Roma 2009—, ha sido campeona de Europa —equipo y combinación libre; Eindhoven 2008 y 2012—, se ha subido al resto de cajones del podio en ambas competiciones y ha sido medallista olímpica —plata y bronce por equipos, respectivamente, en Pekín 2008 y Londres 2012—.  Pocos deportistas en Canarias tienen un palmarés así. Pero debajo del brillo que envuelve a las victorias, si se rasca un poco, hay toneladas de esfuerzo, sacrificio, dudas, perseverancia, dolor, frustración y alegrías que para el gran público, en el día a día pasan desapercibidas —e incluso ni se valoran si no van acompañadas de éxitos—. Ahora, cuando ya toca echar la vista atrás y repasar la carrera deportiva, Thaïs Henríquez sabe que no lo tuvo nada fácil para destacar en un deporte en el que su constitución física no le ayudó. Sin embargo, nada pudo con ella.

Familia de deportistas

Nieta del futbolista Manolo Torres —exjugador de UD Las Palmas, Atlético de Madrid o CD Málaga y padre de Mariló Torres, su madre— e hija de Juan Antonio Henríquez —jugador del Náutico de Tenerife de baloncesto—, el deporte siempre fue un asunto innegociable dentro de la familia. Jugó al basket, destacó en el tenis —a nivel insular no tenía rival—, pero fue la natación sincronizada —con esa mezcla de actividad física, danza y música— la que la cautivó. Empezó tarde, con 13 años, y durante un tiempo la compatibilizó con la raqueta, pero pronto despuntó en la piscina. Tanto que fue reclutada por la selección española júnior, con la que debutó en competición internacional en 1998. Entonces su proyección apuntaba alto, el cielo parecía el límite, pero ella decidió parar: consideraba que ya había tocado techo, así que satisfecha regresó a Gran Canaria para terminar COU, superar la Selectividad en septiembre —ante la falta de cintura del profesorado para permitirle combinar estudios y deporte— y probó fortuna como modelo antes de centrarse en una posible carrera universitaria.

Thaïs Henríquez, en el centro (segunda por arriba), en pleno ejercicio durante los Juegos de 2008 en Pekín
Thaïs Henríquez, en el centro (segunda por arriba), en pleno ejercicio durante los Juegos de 2008 en Pekín. / EFE

De aquel impasse tardó poco en salir. Justo el tiempo que pasó entre que decidió parar y que una mañana se topó con la portada de un periódico grancanario en el que aparecía una foto de la selección española de sincronizada después de finalizar en quinta posición en un Mundial. Thaïs Henríquez recordó entonces que la piscina era su hábitat natural y se ganó una nueva oportunidad. Ese día, mientras cenaba en su casa, reunió a sus padres y hermanas y les comunicó su decisión: dejaría el hogar para instalarse en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat (Barcelona) en busca de un sueño, ser medallista olímpica. Nada ni nadie le hizo descarrilar. Ni la lejanía de los suyos, ni la dureza de los entrenamientos, ni los insuficientes apoyos económicos —más allá de las aportaciones de sus padres— en los primeros meses, ni las lesiones en Londres 2012 compitió con dos hernias en la espalda. Ni siquiera un comentario de Anna Tarrés, figura clave en su vida y su evolución como persona, tras un Campeonato de Europa, en el que le deslizó que no podía tener hueco en el equipo nacional por su estatura (185 centímetros de altura) y el color de su piel —dos detalles que le hacían destacar en un deporte con mujeres de cuerpos menudos y compactos— le hizo tirar la toalla.

Dos licenciaturas y un máster

Thaïs Henríquez insistió y ganó. Capaz de entrenar durante ocho o diez horas al día, en los estudios y en la lectura —y no en el descanso de un sueño placentero— encontró todos los días el remedio para superar el agotamiento producido por el deporte. Combinó ambas actividades durante los 12 años en los que se mantuvo en la alta competición. Además de ganarlo todo en la piscina, tiene dos licenciaturas —Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y Derecho— además de un máster de especialización en Asesoría y Gestión Tributaria. Lectora voraz de autores como Marian Rojas Estapé o Mario Alonso Puig —o títulos como El monje que vendió su Ferrari, Coaching para el éxito o Coaching para reinventarse—, desde 2020 forma parte del equipo de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), donde lideró la creación de una Comisión de Igualdad para dotar a las selecciones femeninas de los mismos recursos que los combinados masculinos. Más allá del ámbito deportivo, ofrece charlas en congresos y empresas de todo el mundo y también participa en proyectos humanitarios —en 2016 se desplazó hasta Colombia para conocer y compartir sus experiencias con desplazados por el conflicto armado entre las guerrillas y el Estado—. 

Thaïs Henríquez, cuarta por la derecha, posa con la medalla de bronce lograda en los JJOO de Londres 2012. / EFE
Thaïs Henríquez, cuarta por la derecha, posa con la medalla de bronce lograda en los JJOO de Londres 2012. / EFE

Todo eso es Thaïs Henríquez, a la que muchas veces —como decía Nick Hornby en boca de Rob Fleming— mueve el combustible de la música. Capaz de arrancarse a cantar el Imagine de John Lennon en una gala repleta de gente o de disfrutar en sus auriculares con el Someone Like You de Adele, tal vez la canción que mejor la defina es un tema de una de sus bandas favoritas: Don’t Stop Me Now de Queen. “Así que no me detengas ahora; no me detengas; porque me lo estoy pasando bien; me lo estoy pasando bien; soy una estrella fugaz cruzando el cielo; como un tigre que desafía las leyes de la gravedad”.

Ya lo dijo el gran George Steiner: “Un día sin música es un día muy triste”. A Thaïs Henríquez la melodía de una canción le llevó hasta la natación sincronizada. Eso es, después de todo, la felicidad.