El fútbol de mi infancia era un rebumbio interminable en cualquier descampado que se convertía en un gran estadio desde que empezaba a rodar la pelota. Siempre nos acabábamos entendiendo y conocíamos las tres reglas esenciales, porque el fútbol se entendía fácil y por eso nos gustaba tanto. El fuera de juego no existía y el campo atrás se interpretaba siempre como un fracaso. Tampoco se celebraban los goles de puntú, y al que venía a dar patadas lo sacábamos del campo hasta que aprendiera que aquel juego solo salía bien si todos consensuábamos el mismo divertimento.
En aquellos años asistí a muchos robos de partidos a la Unión Deportiva Las Palmas en el Estadio Insular, injusticias de goles en fuera de juego o penaltis inventados; pero con el VAR el fútbol se ha convertido en una ficción delirante en la que suceden cosas que no han pasado en el campo. Ahora, en lugar de celebrar los goles, cruzamos los dedos quince segundos y miramos a la pantalla por si algún lumbrera de los que nunca jugaron un rebumbio en la calle decide reinventarse el reglamento y cargarse el espectáculo.
Lo que sucedió ayer en el partido entre Las Palmas y el Mallorca solo consigue que uno se vaya cada vez más veces a Youtube a recordar los viejos tiempos y el fútbol vivo y real que acontecía solo en el campo. En el mes de junio, ese punto que nos robaron —o los tres que parecían ya cerca— puede ser determinante; pero lo peor de lo que ha sucedido es que te quitan las ganas de sentarte a ver un partido de once contra once en el que siempre puede acontecer cualquier desastre o cualquier milagro con las cuatro reglas con las que jugaron Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona, o con las que la Unión Deportiva Las Palmas llegó a ser subcampeón de Liga y de Copa en unos tiempos en los que les aseguro que, casi siempre, jugábamos contra doce si nos tocaba enfrentarnos a los grandes.
Ahora, visto lo de ayer, en cualquier momento te pueden pitar un penalti en contra por protestar o resbalarte en el centro del campo. La tecnología nos está volviendo robóticos e insensatos, y además hemos dejado el fútbol en manos de los que nunca lo jugaban y nos llamaban brutos a los que llegábamos manchados de tierra y de barro a todas partes. Al final ganaron ellos con las maquinitas que inventaron para matar los sueños de los niños que queríamos seguir jugando.