Los sueños del fútbol viven hasta que empiezan los partidos. Todo es posible en los prolegómenos, el campo es grande, y juegan once contra once. La diferencia la suelen marcar el dinero y el talento, pero cada día vemos que puede saltar la sorpresa, aunque es verdad que desde que acabaron los dos o los tres extranjeros por equipo esas sorpresas son cada vez más imposibles. El Barcelona integra a media selección española, por lo que casi podemos decir que jugamos contra muchos de los mejores jugadores de este país. Está el mejor, Lamine Yamal, y el que más que nos gusta a los canarios, Pedri. Y encima esta vez es posible que coincidan ambos en el campo. Vi ganar a Las Palmas muchas veces al Barcelona, pero siempre en el Insular, aprovechando el ambiente y el terreno de juego con menores dimensiones. Sí recuerdo que toda mi infancia se hablaba de la victoria de cuando yo tenía cuatro años, con Gilberto II y León como goleadores ( la segunda vez que le ganábamos al Barça en su feudo). Yo tengo ahora cincuenta y siete, y hemos jugado decenas de veces en el Camp Nou saliendo casi siempre goleados. Ahora no jugamos en el Camp Nou, pero sí ante uno de los equipos más en forma de Europa, a pesar de los últimos despistes en la Liga.
Pero la pregunta sigue siendo la misma. ¿Podremos ganar? Mi respuesta de antes del partido es que sí podemos hacerlo, y hasta visualizo una carrera de Moleiro con pase a Sandro para que meta el primer gol, y un trallazo de Kirian desde fuera del área que, después de tocar en el poste, se cuela en la meta culé. Solo veo un gol del Barcelona faltando dos minutos y sin tiempo para empatarnos. Lo puedo escribir, porque uno se puede adelantar a las vivencias y convertirlas luego en ficción si finalmente no son ciertas, o al revés, podemos cambiar el pasado todas las veces que haga falta. Por eso es tan necesaria y tan mágica la literatura; por tanto esto es literatura, columna literaria, recreación de sueños que algunos dirán imposibles, pero que unas horas antes del partido son tan reales que dejan de parecer mentira. Si sucediera lo que escribo, con todos esos detalles, está claro que me ficharían mañana los grandes apostadores para que les contara dónde será el próximo potosí futbolístico; pero mi apuesta va a un cielo abierto, y abraza al niño que escuchaba los partidos en la radio y soñaba con ganarle al Barça de Cruyff o de Maradona hasta que Segunda Almeida empezaba a narrar el partido. Ya luego nos solía caer un saco de goles, pero no pasaba nada porque eso era lo previsto, lo que todo el mundo esperaba, incluso lo que esperaba nuestro yo más racional y realista.
En estos tiempos ya no dejan ni que los días sean largos, por lo menos hasta la tarde, para poder soñar los partidos desde que salimos de la cama. Ahora te levantas, desayunas, te das una vuelta o lees un rato el periódico, y antes del almuerzo ya tienes el encuentro en la tele. Es verdad que esa suerte de ver en directo lo que tantas veces recreamos en abstracto siendo niños, también se convierte sobre la marcha en un hándicap para los sueños, porque al no ver la evidencia desde que empieza el partido, te podías imaginar a los amarillos más fuertes, más altos y mucho más confiados en la victoria. Ahora los ves muchas veces con las caras de susto mirando de reojo a las figuras del otro equipo o impresionados por el ambiente en las gradas, tan impresionados que cuando despiertan ya van perdiendo tres a cero. Pero eso, de momento, no ocurre porque todavía no ha aparecido la verdad de la pantalla y todo sigue siendo una epifanía de la mentira que siempre gana aunque sepamos que los otros tienen mucha más ventaja en el partido. De lo que no quiero hablar es de los árbitros y de los VARES, esos nunca aparecen en los sueños, porque en lo que realmente importa tienen que pasar desapercibidos. No quiero pensar lo que puedan inventarse después del bochornoso delirio del sábado en el Gran Canaria. Pero volvamos a la senda de los prolegómenos en donde todo es posible y mantengamos intactas las jugadas con las que todos los aficionados amarillos queremos ganar el partido.