Viene el Celta. El equipo del escritor Domingo Villar. Siempre nos escribiamos cuando se cruzaban los gallegos y los canarios. Ya he escrito alguna vez que Domingo era de las personas que he conocido que más sabía de fútbol y de jugadores con nombres extraños de cualquier lugar del planeta. Domingo falleció hace dos años; pero siempre que veo al Celta lo recuerdo contándome las mismas anécdotas que contamos los seguidores de Las Palmas cuando echamos a andar la memoria. Alguna vez hablamos de un partido que nos marcó a los dos una noche de 1975. La Unión Deportiva ganó tres a uno y se salvó en la última jornada. El Celta se fue a Segunda. Nosotros, cuando éramos niños, no concebíamos al equipo amarillo en Segunda, de hecho nunca lo vimos, y los siete años anteriores a aquel partido fueron, quizá, los más gloriosos del equipo si luego sumanos la final de Copa de 1978. Con Pierre Sinibaldi, que entrenó por última vez a Las Palmas en ese encuentro, le ganamos cuatro a cero al Torino, que en aquellos tiempos era en Italia lo que había sido el Inter de Luis Suárez, o lo que luego fueron el Milán de Sacchi o la Juventus de Platini. Ese partido, además, fue el último que jugó Tonono en el Estadio Insular, y se ganó con dos goles de Pepe Juan, alguien que las nuevas generaciones no pueden imaginar cuánto talento y cuánta clase tenía, y un golazo de Quique Wolff, que luego se fue al Real Madrid, pero que nos dejó a los niños de entonces un halo de épica, señorío y clase que jamás hemos olvidado los seguidores amarillos.
Yo era un niño de ocho años que saltaba en el Estadio Insular junto a mi padre cuando Quique Wolff selló la permanencia del equipo donde había estado siempre y donde seguiría estando, salvándonos a veces por los pelos, hasta 1983, cuando el Bilbao de Clemente cambió nuestra historia para siempre, como quizá hubiera cambiado el día del Celta si no hubiéramos ganado el partido. Después de ganarle al equipo gallego nos seguimos codeando con los grandes muchos años, jugamos la Copa de la UEFA, y también aquella final de la Copa del Rey contra el Barça de Cruyff, que jugaba su último partido de blaugrana en aquella extraña noche que enlutó desde el principio Franco Martínez.
Este sábado regresa el Celta a Gran Canaria. No viene al Estadio Insular, ni estamos en mayo decidiendo nuestro destino; pero sí que nuestro destino vuelve a estar en manos del equipo celtiña. El fútbol es azaroso y proteico, caprichoso con sus postes y sus largueros cuando quiere, y sí, vale que falla la defensa, que algunos jugadores no están siendo los mismos que el pasado año y que, psicológicamente, somos un flan desde que nos vemos con un gol en contra. Pero todo eso cambia cuando ganas un par de partidos: todos los jugadores rinden dos y tres veces más cuando el viento está a favor, y cuando cada toque de balón no es tan decisivo. Tengo que decir que a mí se me gusta mucho el actual entrenador. Creo que si se le ganamos al Celta y le dan tiempo, puede consolidar un proyecto interesante para el futuro de la Unión Deportiva.
El ejemplo a seguir es la historia de aquel equipo de 1975. Muchos de aquellos jugadores habían sido subcampeones de Liga y habían puesto en pie a todos los estadios de la Península los siete años anteriores, y volverían a hacer lo mismo en los siete años siguientes; pero casi caen a Segunda por esa sucesión de desastres que trae la mala suerte y el infortunio, y claro que no voy a comparar aquel equipazo con el equipo de ahora, Ya casi no son posibles los equipazos en lugares pequeños, porque entonces no se movía el dinero que se mueve ahora, había solo dos extranjeros y existía aquel derecho de retención que no dejaba salir a los jugadores decisivos. Este es otro fútbol; pero el destino es parecido, y tiene que ver con los resultados y con las inercias que mueven los vientos hacia los mares más tranquilos. Solo estamos empezando octubre y ya están los pesimistas de siempre viendo al equipo en Segunda. Si le ganamos al Celta estoy seguro de que cambiará nuestro destino, y si no le ganamos habrá que inventarse otra literatura para mantenernos vivos mientras haya matemáticas que hagan posible la suma de la permanenencia. Ahora es el momento de empujar todos hacia el mismo objetivo como en aquella noche contra el Celta de 1975. Los niños que han vuelto a ver a Las Palmas en Primera no quieren que regresemos al abismo de esa Segunda en la que no podían presumir, como lo hacen ahora, de las camisetas amarillas del equipo de su tierra.