Si usted algún día tiene la oportunidad de viajar a Nueva York y le gusta el baloncesto haga la siguiente prueba. No le pido algo tan fácil como entrar en el Madison Square Garden o tan típico como buscar la cancha callejera de Rucker Park para hacerse un selfie en Instagram. Déjese caer por el bajo Manhattan o por Williamsburg, busque alguna de esas típicas tiendas de electrónica repletas de carteles con precios imbatibles y entre a regatear precios en busca del último gadget.
Es muy probable que acabe en un comercio regentado por un judío que, pese a vivir en un mercado puramente NBA —con los Knicks o los Nets como referentes de la Gran Manzana— sea un fanático del Maccabi de Tel Aviv y conozca a la figura que hoy protagoniza nuestra serie: Carmelo Cabrera Domínguez (Las Palmas de Gran Canaria; 1950), base de leyenda del baloncesto español que más de una vez desplegó su magia enfundado con la camiseta del Real Madrid por el parqué de la Mano de Elías —uno de esos lugares paganos sobre los que se levanta buena parte de la identidad de Israel—.
Pionero
Puede parecer —la propuesta anterior— una hipérbole para agrandar hasta la exageración la figura de Carmelo Cabrera, pero no hablamos de un jugador cualquiera. Antes de que nombres icónicos como Corbalán, Solozábal, los hermanos Jofresa, Calderón, Sergio Rodríguez o Ricky Rubio brillaran en el firmamento del baloncesto español, él ya estaba allí, reinventando lo que significaba ser base. Su estilo no se limitaba a jugar; era espectáculo, era creatividad pura. Parecía un personaje de dibujos animados en aquellos años plomizos. Para él, el baloncesto no era solo una competición, era un arte, una forma de expresar algo que no podía decirse con palabras. Era el truco continuo de un prestidigitador —en esa magia algo tiene que ver, seguro, haber nacido un 6 de enero—.
El baloncesto llegó a la vida de Carmelo de manera natural. Su casa familiar en Las Palmas de Gran Canaria daba directamente a la cancha del Colegio Claret, en la calle Obispo Rabadán. Aquel espacio fue su patio de recreo, el lugar donde pasó interminables tardes soñando y practicando. Desde joven, Carmelo demostró que no solo entendía el juego, sino que lo vivía de una manera única. Allí trazó virguerías que luego hizo realidad por medio mundo. Ya saben lo que dijo Picasso: "Todo lo que puedes imaginar es real". De genio a genio.
Real Madrid
Hijo de un trabajador de Prensa Canaria, Carmelo formó parte de la primera generación del Colegio Corazón de María, donde los claretianos no solo le enseñaron valores, sino que cultivaron su pasión por el baloncesto. Pronto, su talento comenzó a ser un secreto a voces en Las Palmas, donde los partidos del Claret se convertían en un fenómeno popular creciente gracias a aquel joven prodigio que hacía maravillas con el balón. Su destreza y creatividad lo llevaron a liderar al CN Metropole en 1967, cuando el equipo juvenil —con Pepe Moriana como entrenador— ganó el campeonato de España. Aquella hazaña lo puso en el radar de los grandes clubes, y un año después, Carmelo fichaba por el Real Madrid.
Llegar al equipo blanco fue el inicio de una etapa gloriosa que marcó una era en el baloncesto español. Durante once años, Carmelo Cabrera se divirtió y dio espectáculo, pero sobre todo ganó para escribir páginas doradas en la historia del Real Madrid: levantó 10 Ligas, siete Copas, dos Copas de Europa y tres Intercontinentales. En las canchas, su estilo de juego rompía moldes: pases sin mirar, asistencias imposibles, un manejo del balón que parecía desafiar las leyes de la física. No por nada lo apodaron el Globetrotter Blanco. Carmelo no solo jugaba, divertía y transformaba el baloncesto en un espectáculo que trascendía el resultado.
Selección española
Además de sus éxitos con el Real Madrid, Carmelo Cabrera tuvo una destacada trayectoria internacional con la selección española. Fue convocado en más de 100 ocasiones y debutó en 1970. Uno de los hitos más importantes fue la medalla de plata en el Eurobasket de Barcelona en 1973, un logro que consolidó su lugar entre los mejores jugadores de su generación. Un año antes había participado en los Juegos Olímpicos de Munich 72 —donde fue testigo del ataque terrorista de Septiembre Negro contra la delegación israelí— y en 1974 jugó el Mundobasket 74 de Puerto Rico, donde su mayor hazaña no consta en las estadísticas. En 1975 fue incluido en el quinteto de la Selección de Europa, un reconocimiento que pocos jugadores españoles han logrado.
Tras su etapa en el Real Madrid, Carmelo Cabrera continuó su carrera en el CB Valladolid, donde jugó durante dos temporadas a principios de los 80, formando una dupla inolvidable con Nate Davis: entre los dos convirtieron a una generación de jóvenes futboleros en creyentes del basket a base de algo nunca visto por estos lares: los alley oops. Más tarde, recaló en el CB Canarias, donde prolongó su magia en las canchas hasta su retirada en 1988. Durante su tiempo en La Laguna, lideró la ACB en asistencias y demostró que su genio seguía intacto para convertirse en una leyenda en San Benito.
Espinita clavada
El 23 de abril de 1988, Carmelo Cabrera se despidió oficialmente del baloncesto profesional en un emotivo homenaje en el pabellón Juan Ríos Tejera. Aquel día, el público reconoció no solo al jugador, sino también al hombre que había dado tanto al baloncesto español. Colgó las botas, eso sí, con una espinita clavada: no poder jugar en categoría profesional con el Claret —embrión del actual CB Gran Canaria— tras un desacuerdo, precisamente, con Pepe Moriana —el técnico que le dirigió en el CN Metropole campeón nacional junior—.
Aunque dejó las canchas, Carmelo Cabrera no se desvinculó del deporte. Fue mánager general del Tenerife Nº 1 en la ACB, aquel proyecto liderado por Amid Achid que tomó el relevo del Náutico y donde llegó a entrenar una institución del baloncesto europeo como Alexander Gomelsky —técnico que llevó a la URSS hasta la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Seúl 88, victoria que provocó que Estados Unidos se plantara en Barcelona 92 con jugadores de la NBA para formar el Dream Team—. También compartió sus conocimientos como director de la Escuela Municipal de Gáldar y como comentarista en la Televisión Canaria —formando dupla en las narraciones con periodistas como Pedro Guerra o Julio Cruz—, para mantener viva su conexión con el baloncesto.
Reconocimiento
Más allá del deporte, Carmelo Cabrera también exploró otras facetas de su vida. En 2007, fue candidato a la alcaldía de Las Palmas de Gran Canaria, mostrando su compromiso con la sociedad y su voluntad de contribuir en diferentes ámbitos. Sin embargo, su legado más grande sigue estando en las canchas, donde su creatividad y pasión inspiraron a generaciones de jugadores y aficionados.
Carmelo Cabrera es mucho más que un nombre en la historia del baloncesto español. Es un símbolo de creatividad, esfuerzo, camaradería —hizo mejor a sus compañeros— y amor por el juego. Su legado perdura no solo en los títulos y reconocimientos, sino también en la memoria de quienes lo vieron jugar y se maravillaron con su talento. Porque si algo demostró a lo largo de su carrera es que el baloncesto, como la vida, es mejor cuando se vive con imaginación y pasión.
Si alguien se merece un monumento en la puerta del Gran Canaria Arena es él. Y más pronto que tarde.