La historia que sigue es probablemente una de las menos conocidas del concierto que Michael Jackson celebró en Tenerife, del que hoy se cumplen 30 años y que, gracias a una de las mayores catarsis colectivas que se recuerdan en el Archipiélago, supuso uno de los hitos más importantes de la historia reciente de Canarias.
De todo se ha dicho sobre aquel evento, que tuvo muchos padres pero solo uno de verdad -el entonces concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, José Chiyah-, para rellenar la sección cultural del los periódicos canarios cada 26 de septiembre desde entonces.
Todas menos una: la de los niños que fueron seleccionados en todas las partes de Tenerife para bailar -aunque más que bailar fue un trote desacompasado alrededor de una fluctuante bola del mundo- junto a Michael durante la canción Heal the world.
Lo sé porque sí: yo fui uno de los niños de Michael Jackson en Tenerife (y pido perdón por el titular decididamente clickbaitero).
En el centro
La máxima del periodista es no ser nunca el sujeto de la noticia. Este caso en particular bien lo valía, aunque ahora no tengo claro que si fue buena idea comentarle a mi director aquella anécdota que está apunto de convertirse en un recuerdo compartido.
Quizás por eso intenté, desde que me fue encomendada la misión, encontrar a otros de los que vivieron aquel momento inolvidable a mi lado para desviar un poco esa atención no solicitada. No tenía mucha fe porque, en el fondo, llevó muchos años buscándoles. Contando la historia, buscando conexiones, pero de las dos decenas de niñas y niños que me acompañaron entonces nunca supe nada.
Con el altavoz que me proporciona Atlántico Hoy pude haber presionado más a través de redes, pero quería indagar en voz baja, no fuese a ser que se despertara la competencia.
Apuré la búsqueda según se aproximaba la fecha de entrega y me llegó un susurro que lamentablemente no pude confirmar y que me hubiera sacado del foco. Pudiera ser que una relevantísima política socialista tinerfeña (o su hermana) hubiese estado entre los elegidos. Mañana le doy un toque a ver si es verdad.
Por suerte la búsqueda dio sus frutos y hallé, casi por casualidad, a Stephany Vicente. Ella me ayudó a rellenar los huecos en la memoria del niño del ocho años que era entonces. Juntos recordaremos una historia que ha servido para enloquecer a tantas personas a las que le hemos contado esta anécdota a lo largo de los treinta años que han pasado.
Selección
Mentiría si dijese cómo empezó aquello. Mi padre trabajaba en Radio Nacional y creo que mi madre en aquella época colaboraba en algún programa musical. Michael Jackson se escuchaba en casa, pero no más que Los Beatles, Rolling Stones o el típico éxito del momento -All that she wants, de Ace of base, es la que se me viene a la cabeza-. Yo le conocía sobre todo por el juego Moonwalker de la Mega Drive.
El acuerdo para que el pequeño de los Jackson actuase en Tenerife se selló, al menos de viva voz, en Londres, como recuerda el periodista José Antonio Pérez. Entonces no se conocían las exigencias del rey de pop, pero entre ellas se incluía el reclutamiento de un grupo de niños para subir al escenario durante la canción Heal the world.
Se activó la maquinaria. Se solicitó la colaboración de diferentes emisoras de radio para una serie de audiciones que desembocarían en la selección de los jóvenes y gracias a eso tuve mi oportunidad, pero he de decir que entonces aquello le hacía mas ilusión a mis padres que a mí.
La primera prueba fue muy fácil porque la dirigía por el mítico periodista Fabri Díaz, a quien conocía perfectamente, y se contaban por decenas las veces que había estado en el estudio donde se había hecho la convocatoria.
Un poco de todo
Siguiendo el mensaje que mandaba la que entonces era la mayor estrella del planeta, era necesario que los niños que subiesen al escenario fueran el reflejo de las diferentes etnias que viven en el mundo.
Esa consigna era muy difícil de aplicar en la Santa Cruz de Tenerife, por lo que hubo de acudir a los núcleos turísticos para encontrar perfiles que no eran posibles en muchas partes de la isla.
De Los Cristianos salieron muchos de ellos, elegidos en una discoteca al aire libre que había entonces en el límite con el municipio de Adeje, La Roca. Su organizador, José Alberto Cortés, director de la radio de mayor difusión en la zona de aquella época, Bahía, recuerda que “necesitaban a chicos de diferentes nacionalidades y nos llamaron para colaborar. Montamos una fiesta para los chicos y al final mandamos a unos cinco o seis para el concierto”.
Pese a que ella no estuvo en esa convocatoria, Stephany Vicente recuerda que aquello, dada su ascendencia filipina, fue un espaldarazo para que fuese elegida, en una época en la que ella, con solo nueve años, ya realizaba trabajos como modelo para marcas como Wehbe, un establecimiento clásico santacrucero. Otros cinco o seis salieron de su grupo.
Prueba final
Antes de la quiebra de las cajas de ahorros, CajaCanarias lo era todo en la provincia de Santa Cruz de Tenerife. No era descabellado que fuera patrocinador del concierto y que albergara la prueba final para todos los que, de diferentes partes de la isla, fuimos a por el premio final.
Mi motivación era creciente porque todo el mundo te hacía saber lo importante que era aquello, ya fuese en el colegio, con el equipo de fútbol o en casa.
Ay, en casa. Quien me conoce sabe que el ritmo no corre por mis venas y Heal the world es más lenta que el caballo del malo, así que poner toda mi concentración durante seis minutos y medio (uno menos si se omite la intro) fue todo un ejercicio de constancia, hasta que me pusieron el tocadiscos en mi cuarto, contraindicando a mi padre, cambiaba el LP y ensayaba con Smooth Criminal, que es la que me gustaba de verdad. Creo que eso me ayudó.
Había tantos niños en el auditorio de la sede del banco que me parecía imposible conseguirlo. Nos ventilaban de diez en diez, todos en fila, uno al lado de otro como en una rueda de reconocimiento. Y a bailar. Smooth Criminal no valía de mucho en esas circunstancias pero como mi madre me enseñó que se come con las manos pegadas al cuerpo intenté extrapolarlo a aquella situación. Al jurado le tuve que hacer gracia.
No sé cuantos días pasaron después de aquello pero no se me va de la mente aquella vuelta de la playa. Creo que aún no había empezado el colegio. Llegamos a casa y había un mensaje en el contestador (para los más jóvenes, mirar en Google) en el que decían que había sido seleccionado.
El no-concierto
Tampoco sé cuanto transcurrió desde entonces hasta el día del concierto. Lo cierto es que yo estaba más preocupado por el Tenerife, que jugaba su primer partido en la Copa de la Uefa unos días después.
El concierto empezaba a las 22.00, y si la memoria de mis padres es correcta, a los niños nos dejaron en el Muelle Norte de Santa Cruz, con el antiguo Jet-Foil que conectaba con Las Palmas aún en funcionamiento, sobre las 19.30.
Una guagua con bastante más capacidad de la necesaria nos esperaba y poco a poco fuimos entrando tras las comprobaciones necesarias, porque eso sí, poca broma con la seguridad de Michael Jackson.
No me dio mucho tiempo a fantasear sobre el sitio al que nos llevarían a cenar porque la guagua recorrió pocos metros antes de hacernos bajar en el Club Náutico. Una elección lógica por la cercanía pero muy decepcionante para mí, pues allí había almorzado ese mismo domingo. Por lo menos, a salvo del ojo avizor de mi madre, pude repetir el menú más guarro de todos.
Alrededor de una larga mesa nos reunimos los integrantes de aquel grupo heterogéneo, en la sala entonces dedicada a las películas y reuniones infantiles, y lo cierto es que montamos un jaleo digno de la ocasión. Por un instante, en medio de aquella torre de babel, funcionó aquella amalgama improvisada a medio camino de Los chicos del coro y El señor de las moscas. Todo ante la mirada impasible de nuestros vigilantes, una mezcla muy cuidada de comprensivas cuidadoras e intimidantes porteros de discoteca.
La llegada
Se notaba la impaciencia y la emoción desmedida. Stephany recuerda la llegada a los aledaños del concierto donde nada más llegar nos dieron una camisa conmemorativa de la gira y unos tapones para los oídos. “Mis padres aún los conservan”, cuenta ella entre risas. Yo solo la camisa, y aún hoy me sigue llegando hasta las rodillas.
Nos vistieron con ropa especial para salir al escenario. Camisa, pantalón y, por supuesto, los guantes. Es curioso que de las cosas con las que más nos reímos al echar la vista atrás, esta provocara la mayor carcajada.
“Me acuerdo de que se me ensució un guante y y corrieron a cambiármelo. No fuera a ser que le tocase con un guante sucio”, me dice, porque en el momento antes de salir al escenario, nadie sabía a quién cogería de la mano Michael.
Pinocho
Y luego, a pocos metros del escenario, el éxtasis. Siempre que cuento la historia digo lo mismo, que era como entrar en la isla de los juguetes de Pinocho pero sin los cigarros. Un espacio gigante, seguro amplificado por el paso de 30 años, en el que no cabía un juguete más por metro cuadrado.
Hasta hace nada yo pensaba que era una nave que nos habían construido ad hoc para amenizar nuestra espera, pero la cosa es mejor de lo que creía. Según me contó Pepe Chiyah, el instigador del concierto, ese era el camerino que había solicitado el mismísimo Michael Jackson, repleto de todo aquello que un niño puede soñar.
Stephany lo confirma. “Sí, claro, de los juguetes me acuerdo, había de todo. Una de las cosas de las que más me acuerdo es que con muchos hablaba en inglés, que es mi segunda lengua, y que no faltaba de nada”.
Con todo relata que “al final se me hizo largo. Yo quería salir, quería estar en el escenario”. A mí me pilló en medio de un dos para dos y no me hizo gracia dejar el pique en tablas.
Ya está
No era mi caso, pero había entre los seleccionados auténticos fanáticos del rey del pop que después de más de dos horas te hacían querer salir al escenario de una vez solo para perderles de vista. Era casi medianoche y nos dieron el visto bueno.
Los porteros de discoteca llamaron a filas y según lo ensayado nos dirigimos obedientes hacia el escenario. Los diez minutos en el backstage dieron para mucho, bajadas de tensión incluidas. No olvidaré nunca la frase de una de las chicas a las que daba la mano e iba delante de mí: “Si me desmayo yo también, cógeme”.
Una ayuda, porque la sola idea de tener que ocuparme de ella si le pasaba algo me evitaba sucumbir ante el miedo escénico -término acuñado por la única persona que podía eclipsar a Jackson entonces en Tenerife, Jorge Valdano- por actuar frente a 50.000 personas.
Al final no fue para tanto. Con la emoción del momento, creo que ninguno nos habíamos dado cuenta de que al final íbamos a dar vueltas como un tío vivo alrededor de una bola del mundo que, asociada con la intensidad de los focos y la altura de la música, nos sumió en un trance woodstockiano que nos imposibilitaba ver nada, y mucho menos disfrutar de ese instante que para nuestros padres tuvo que ser inolvidable.
“Cuando bajamos del escenario pensé: ¿y ya está? No me dio para disfrutarlo nada”, lamenta Stephany. “Si que fue bonito cuando bajamos y lo celebramos todos, pero lo que fue el momento del escenario es casi como si no hubiera pasado”.
¡Hola, Michael!
Una de las cosas que más ganas tenía de preguntarle a Stephany es lo que recuerda de conocer al cantante, porque reconozco que es uno de los huecos que pensaba que había rellenado mi memoria.
Nuestro relato es el mismo, con nimias diferencias, así que otra prueba superada. Supongo que la duda me sobrevenía por lo estandarizado del encuentro. Ella lo cuenta así: “Estaba muy separado, no se nos acercó mucho. Nos repitieron muchas veces que no nos quitáramos los guantes”. Cómo iba a darnos la mano si no. ¿En serio esa es la misma persona de Leaving Neverland? Me resisto a creerlo.
Durante todo aquello, y lo que vino antes, los flashes nos deslumbraban constantemente pero todo aquel material gráfico tuvo que permanecer en manos del equipo del artista, porque nadie en Tenerife tiene constancia del mismo.
Ni siquiera Pepe Chiyah, que cuenta con un amplio repertorio fotográfico de aquella época pero nada relacionado con nosotros.
Hombre o mito
Pocas veces se es consciente de cuándo se está formando parte de la historia, y la verdad es que yo tardé bastante en darme cuenta de que, en su justa medida, viví en primera persona un acontecimiento que trascenderá generaciones.
Tenerife fue la única parada en Europa de aquella gira que muchos consideran el canto del cisne del genio de Indiana, justo cuando los primeros casos de abusos a menores salieron a la palestra y desde entonces le marcaron durante el resto de su vida.
Stephany y yo coincidimos en otra cosa. No hay persona a la que le contemos esta anécdota y no pregunte en algún momento, de una forma más o menos sutil, si “nos tocó” o si abusó de nosotros. Nada más lejos de la realidad, pero ya sabemos que la verdad no debe estropear una buena historia. “Yo me sentí cuidada. Nada de lo que viví entonces me hizo pensar en nada raro”. Poco más tengo que añadir.
Solo que, con independencia del chascarrillo fácil y el comentario cuñado, no ha habido aún un interlocutor a quien haya contado esta historia -se imaginarán que han sido muchos pero desde ahora les remitirá a este artículo- que no haya expresado, verbal o gestualmente, cierta admiración o envidia sana. Es cuestión de elegir entre el hombre y el mito, y en el fondo todos preferimos creer en el mito.