Eduardo Chillida cumpliría nada más y nada menos que 100 años hoy, 10 de enero. El escultor vasco murió con un sueño sin cumplir y que, por suerte, ya no se cumplirá jamás. Todo artista se obsesiona en algún momento de su carrera con algo. Ese algo para Chillida fue Tindaya (La Oliva, Fuerteventura).
El artista deseaba vaciar la montaña para crear un espacio en su interior que las personas pudieran visitar y, en propias palabras de Chillida, sentir “en su plenitud la pequeñez humana”. Sin embargo, su proyecto más ambicioso se vio frustrado por “una pandilla de gamberros e incultos que no saben nada de arte”, quienes en realidad, fuera de los ojos encendidos del escultor, se trataban de geólogos, arqueólogos y ecologistas canarios.
Un proyecto ya imposible
Tindaya podría haber sido su Panteón de Roma o sus pirámides de Egipto, pero la idea que nació como una utopía, como tal quedó, a pesar de la maldición de Chillida: “se hará aunque yo no lo vea”.
En 1995, el gobierno canario dio luz verde al proyecto y se adjudicó la obra a FCC y Entrecanales por 8.450 millones de pesetas (50 millones de euros) en 1998. No obstante, este proyecto colosal que daría sentido a la vida de Chillida se vio envuelto por el escándalo y nunca llegó a arrancar. Fue ya en 2019, después de años paralizado, cuando el Cabildo de Fuerteventura decidió descartar de manera definitiva la idea. Y a principios de 2023, el Ejecutivo autonómico amplió la protección de la montaña al completo, más allá de la cumbre, lo que hará imposible que se realice.
Bien de Interés Cultural
La montaña de Tindaya alberga la mayor concentración de podomorfos -grabados en forma de pies- de Canarias, una presencia de grabados rupestres que le valió su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) a partir de una sentencia judicial tras una demanda impuesta por el grupo ecologista Ben Magec. Esos podomorfos se asemejan a los grabados que se pueden encontrar también en el norte de África, hechos que permiten vincular a los aborígenes canarios y los pueblos amazigh.
En 1997, el programa de televisión, Metrópolis, viajó a la isla majorera para conocer el motivo de la revuelta en contra de la idea de Chillida. Las personas que entrevistaron recalcaron que era “un ejemplo claro de colonialismo cultural” (palabras de Antonia Perera, arqueóloga), así como que “cualquier escultor canario respetaría el paisaje vasco o el paisaje de la Península” (Juan Carlos Carracedo, geólogo) y por ello, clamaban el respeto a la montaña sagrada.
Una idea que se esfumó
Cuando un ser querido muere, el anhelo de cumplir sus deseos persiguen a quienes quedan en el mundo terrenal. Esas ansias poseen a la familia Chillida que no ha abandonado la idea del proyecto y hasta hace tan solo unos años reclamaban que se invirtiera dinero público en iniciar la obra del artista vasco.
Dinero que ya se destinó en su momento en 2011 cuando se trató de impulsar de nuevo el proyecto, estando Paulino Rivero como presidente canario. Además del presupuesto que pagó el Archipiélago (900 millones de pesetas) a las concesionarias de los derechos de la mina para extraer piedra (traquita, usada para el revestimiento de fachadas) que se abrió en 1982 en Tindaya. Un dinero que nunca fue devuelto al gobierno a pesar de que la obra no se llevó a cabo.
En este vaivén de deseos, sueños, obsesiones, defensa, proyectos, demandas, los expertos calculan que la suma de dinero público gastado alcanza alrededor de los 30 millones de euros. Un dinero que no volverá, que ha desaparecido, como esa idea de Chillida, que se la ha llevado el viento de Fuerteventura entre dunas de arena y aulaga, lejos de Tindaya, ‘montaña grande’ en la cultura aborigen.