Sabina Urraca (1984) es una escritora, editora y periodista que vive entre dos mundos: el de su propia creación e imaginación y el de la búsqueda de talento entre la llamada ‘Generación Z’. Lleva batallando siete años con una de sus novelas y espera que este 2023 sea el año definitivo para poder acabarla porque su interés por las historias, como explica, es lo único que no puede ocultar. Este año tiene un objetivo claro: alejarse de los centros, de las capitales y poner el punto de mira en los pueblos, en las islas y en las ciudades de provincias.
Urraca estará este jueves en el Museo Pérez Galdós, en el ciclo ‘Escritoras en la Casa-Museo’, donde el centro trata de poner cara a los rostros destacados de la literatura actual. Allí hablará sobre su concepción de la literatura de ficción, a medio camino entre la mentira y la verdad o a lo que ella denomina "la profesionalización de la mentira".
[Pregunta] Las publicaciones que hay sobre usted hablan de periodista, editora, escritora. Pero, ¿quién es Sabina? ¿Cómo se presenta ante una persona desconocida en un bar?
[Respuesta] En general, no me gusta anteponer el oficio en una conversación con alguien a quien acabo de conocer (aunque creo que escribir va más allá de un oficio; es más bien una forma de mirarlo y escucharlo todo). Si no me preguntan directamente, no menciono a lo que me dedico. De primeras, en un bar, en una fiesta, lo único que me es imposible de ocultar es mi interés por las historias y los recuerdos de los otros. Enseguida empiezo a preguntar y a fascinarme por lo que me cuentan. Es decir, enseguida se me nota el interés por las historias. Hace poco, una chica desconocida me contó que era bombera y me confesó que a veces le apetecía que hubiera más avisos de percances para poder poner en práctica todo lo que había aprendido. Hace poco un hombre me contó su infancia, lo difícil que había sido crecer con una madre con enfermedad mental, cómo se enfrentaba ahora a su paternidad. A veces es sólo una historia, un detalle, como una amiga poeta, que me contó que su abuela estaba tan obsesionada con la pureza y la virginidad, que si veía a su nieta durmiendo desmadejada, le cerraba las piernas. Todas estas historias, estos destellos de la realidad, son lo que más me gustan de la vida y lo que después, si se me permite, entremezclo en mi escritura.
Como editora, ¿qué espera encontrar y presentar en los títulos de 2023?
Mi intención es alejarme de los centros, de las capitales, y mirar a los pueblos, a las islas, a las ciudades de provincias. No limitarme a lo que podríamos llamar lugares de paso habituales de la literatura. Rebuscar con ahínco. También tengo gran interés en nuevas formas narrativas: poesía en prosa, narrativas híbridas, formatos que no tengan clasificación clara.
Y como escritora, ¿hacia dónde vuela su mente este año?
Hace dos meses recibí la beca de creación de la Fundación BBVA, una oportunidad única (es de las pocas becas buenas de creación que hay en España ahora mismo) para terminar de una vez una novela con la que llevo batallando siete años. En ello estoy. Por otra parte, en marzo saldrá Cha-cha-chá (Dueto), un libro híbrido en la Editorial Comisura, que es de las más bellas y cuidadosas con la edición que han surgido en los últimos años, en el que se aúna una novela corta mía y las imágenes de Bego Antón, una fotógrafa espectacular. Aparte, sigo colaborando con revistas que cuidan mucho los textos, el diseño, como Salvaje o Matador. Lo considero todo un privilegio: poder trabajar con personas que dan importancia y miman los escritos.
Háblenos del proyecto que realizará con la beca de creación de la Fundación BBVA, ¿qué es El celo?
Creo que no es sensato hablar demasiado de un libro que aún está siendo escrito, porque se puede volver algo completamente distinto de lo que es. Sólo puedo decir que es una novela que parte del celo de una perra para hablar de muchas otras cosas.
En la ficción, ¿es difícil marcar un límite entre la verdad y la mentira? A veces esa línea puede ni siquiera existe, ¿no?
Yo aún diría más: esa línea no debería existir, no existe. En la vida real debemos tener claro cuáles son los límites, pero en la escritura el campo se amplía, se vuelve infinito, podemos usar lo que queramos de la realidad e inventar lo que nos apetezca. En pocos territorios se es tan libre. Es descorazonador que tantos lectores y periodistas quieran saber qué es verdad y qué no. Es como si quisieran obligar al escritor a romper la magia, a revelar el truco. ¿Qué es verdad, qué es mentira? Sólo puedo decir que, en general, mi identificación suele ser mayor con las situaciones ficticias de mis personajes que con las que más o menos se apegan a mi realidad. A veces siento que soy todos mis personajes. Esto es lo que puedo decir de mi narrativa, pero claro, cada autor es un mundo de gradaciones de realidad y ficción. Es imposible hablar de porcentajes, de nivel de ajuste a la realidad, porque en el momento de escribirlo todo es real.
Cuando se sienta ante un manuscrito, ¿qué busca, qué espera?
Que no me resulte plácido ni cómodo. En general, en todas las creaciones artísticas, busco que me duelan en alguna parte. Muchas veces digo que amo las películas y los libros que me sientan mal.
Muchos lectores no buscan ese dolor del que hablas sino la comodidad, el mundo en rosa (por así decirlo). Además, poder consumir contenido rápido en las redes sociales vídeos de pocos minutos hace que la capacidad de concentración disminuya. ¿Es difícil llegar a los lectores de esta generación?
No siento que sea difícil llegar a los lectores en este momento, pero sí que considero importante no plegarse a las normas imperantes en el mercado y a lo que los lectores piden. No creo que haya que escribir pensando en los lectores, porque de ahí sólo pueden salir dos cosas: un monstruo (una malformación de lo que queremos escribir, una desviación complaciente, llena de miedos) o una novela súperventas que podrá contentar a lectores facilones durante un tiempo, pero que después se perderá en el olvido. No hay que tener miedo al rechazo de los lectores, no hay que crear personajes adorables que hagan todo como nosotros lo haríamos. El gran mal de la ficción en la actualidad es, en mi opinión, ese lector que dice "no me ha gustado porque no me he sentido nada identificado", o bien "me ha encantado, me he sentido súperidentificado". Esto es la negación de la literatura, de la ficción, el mirar al mundo únicamente para buscarse y encontrarse a uno mismo. Este lector infantilizado, que casi parece que lo que busca es un meme que poder sentir como suyo y poder compartir en redes, en lugar de una historia, es un problema general, social, con respecto al consumo de productos culturales. Hacerle caso a ese lector malcriado y ególatra es resignarse como escritor.
¿Puede definir de alguna forma a voces nuevas como Andrea Abreu o Aida González, entre otras?
No puedo definirlas. Eso sólo pueden hacerlo ellas mismas. Sí que puedo decir que buscarlas, encontrarlas, poder acompañar la construcción de sus libros y frotar esos manuscritos como tesoros, sacándoles brillo, pero sin romperlos (en eso consiste la edición) ha sido un regalo de la vida.
¿Qué pueden ofrecernos, no solo este año sino en el futuro, las nuevas voces de la narrativa en español? (Luis Díaz, María José Hasta, Manuela Espinal Solano…)
Pues cada autor ofrece y ofrecerá una cosa distinta, supongo. Yo sólo puedo decir que todos son, cada uno a su manera, mentes singulares. Siempre digo que lo que me interesa de una narración es sentir, aunque sea en la voz del personaje, qué laberintos recorre el pensamiento del autor, cómo es su imaginación. Y los laberintos del cerebro de estas personas son algo digno de ser seguido con una mirada lectora llena de fascinación.
A veces a las generaciones anteriores se les hace difícil dar paso a lo nuevo, a lo diferente (pasa siempre con el cambio generacional). ¿Se le está cediendo el espacio que merece a esta nueva generación de escritores?
Absolutamente sí. Me emociona poder observar y colaborar con este abrirse paso de autores nacidos en los 90. Tienen voces únicas, se saltan los formatos, hacen lo que quieren, tienen mayores facilidades para llegar a los lectores. Ser raro o pensar cosas raras ya no es impedimento ni un miedo, sino un poder, un motor de escritura y encuentro con el mundo. Hay lugar para ellos, sin duda.
Hablemos de su vida periodística, ¿hace falta más periodismo de inmersión en España?
Hace años que dejé el periodismo de inmersión. No creo que "necesario" sea la palabra, pero sí que siento que algunos medios deberían alejar el foco del clickbait y prestar atención a la calidad y la veracidad del contenido. Ojalá fuese tan fácil de hacer, claro. Yo misma he estado ahí, en esa obligación de producir contenido y llamar la atención con titulares que muchas veces no eran justos con el texto ni con la vivencia. Y no era agradable. Pero bueno, fue la manera que me puso.
¿Qué le ha aportado hacer este tipo de periodismo a nivel profesional y personal?
Estuvo bien en su momento, pero ahora es un momento distinto. Era bonito sentir que la gente quería leer lo que yo vivía y sentía acerca de la realidad. Hace unos años fue la forma de empezar a vivir de la escritura, cosa que siempre agradeceré. Pero a veces era agotador y, de alguna forma, iba desgastando mi intimidad. Había algo de mí que se estaba exponiendo constantemente y se iba generando un personaje que a veces no me terminaba de gustar. A nivel periodístico, ahora sólo escribo columna de opinión en el suplemento Ideas de El País.
Pudo entrevistar a una figura como fue La Veneno. Mirándolo ahora y con retrospectiva, ¿crees que te faltó algo por preguntarle?
He entrevistado a algunos personajes icónicos, como Cicciolina (Por cierto, amo una foto que tiene con La Veneno en el paseo de la Playa de Las Canteras), La Veneno o el escritor ruso Eduard Limónov, y en todos esos casos de personajes carismáticos he sentido lo mismo: ojalá hubiese podido conocerlos tranquilos, en su casa, destruidos, si es así como estaban, en ropa de andar por casa, y ojalá hubiésemos podido hablar sin esa máscara impenetrable que llevan siempre algunos de estos personajes. Me da pena cuando una persona sufriente está tan encerrada en esa jaula. Recuerdo cuánto le temblaban las manos a Cristina La Veneno, la sensación, a pesar de su desparpajo, de que podía derrumbarse en cualquier momento. Murió unas semanas más tarde.