Al menos en casos como el de Pablo Amigó no lo es. Santacrucero trotamundos y de vuelta a su ciudad para encajar espacio de autor, el cocinero despliega una línea digamos que atípica sin renunciar a unas convicciones que muy bien harían sorprender al gourmet de más acusada cerrazón. “Sabemos a dónde queremos llegar”, asevera a modo de estandarte.
Si hay “escribidores” de relatos, utilizando el “trampantojo” de Vargas Llosa, entonces existen orfebres del emplatado. Pulpo asado con pipián y panceta de cochino del país; lechoncito negro con zanahorias fermentadas, puré de piel denaranja y castañas; vieiras asadas con mantequilla de levadura de cerveza y soja, puré de alcachofas y huevas de arenque…
Valgan sólo estos enunciados para entrever que, después de años en Barcelona y Milán, el chico que partió en busca de experiencia volvió con las ideas claras, realistas: “al margen influencias, mi cocina soy yo mismo, lo que sale en cada momento; aventurarme en propuestas ‘extrañas’: esa es mi tendencia y mi estilo”.
No suele ser lo habitual, pero Hernández Amigó es tajante en lo de darle “la vuelta a la tortilla”. Se explica y los lectores lo entenderán. “En realidad yo sé perfectamente qué no me convence y qué no quiero hacer. Vuelves eufórico, pero rápido percibes que abrir un local en Santa Cruz no es nada fácil y más aún si pretendes introducir mi tipo de cocina –que se lo digan por lo del solomillo con liquen-“.