En 1927 Óscar Domínguez llegó a París con la encomienda de encontrar nuevos mercados para la producción platanera de la finca su familia en Tacoronte, donde vivió desde los diez años, cuando se trasladaron desde la casa natal del pintor en el número 60 de la calle Herradores. Pero al genio canario pronto le encandiló la vida nocturna de la Ciudad de la Luz y se percató de que a su alma creativa le apretaban las costuras del traje de hombre de negocios. A raíz de la muerte de su padre en 1931 la familia quedó en una precaria situación económica y Domínguez decidió volcarse completamente en la pintura, cambiando su vestimenta por ese abrigo pesado de felpa que a sus contertulios del café de la Place Blanche les evocaba la figura de un oso, pero reconciliaba al tinerfeño con el invierno parisino.
Quizá nunca triunfó con la venta de plátanos en París pero a través de sus obras sí se convirtió en exportador de dragos, cardones y otras especies de flora autóctona, como puede apreciarse en muchos de sus lienzos, entre ellos 'Los sifones', 'Madamme' o 'El Drago de Canarias'. Así como los escenarios de su juventud en Tenerife poblaron sus cuadros de paisajes volcánicos, formaciones rocosas y olas del mar Atlántico, también la cultura canaria inspiró algunas de sus obras más notables, como 'Cueva de guanches', donde probablemente representa el enterramiento aborigen enclavado en el barranco de Guayonje, cercano a la casa de Tacoronte donde también se especula que su padre podría haber custodiado una momia guanche, según señala el crítico de arte Fernando Castro.
El hombre-toro
Así como el paisaje canario representa un motivo recurrente en la obra de Domínguez, también la figura del toro es un elemento primordial. "Es un autor que trabaja de forma obsesiva, insistiendo en elementos iconográficos que aparecen de forma reiterada y alude a su propia persona con una cabeza de toro como un elemento autorreferencial", comenta Isidro Hernández, comisario de la exposición sobre el pintor que actualmente se puede visitar en el TEA. "Óscar Domínguez aparece metamorfoseado en sus cuadros, se inmiscuye en sus obras disfrazado de una forma animal, generalmente representándose con un toro", comenta Hernández.
Bajo la influencia de los postulados surrealistas que se inspiraban en el mundo simbólico de los sueños, Óscar Domínguez construyó un imaginario propio en que "la belleza consiste en juntar lo incompatible", según defiende José Carlos Guerra, autor de Óscar Domínguez: obra, contexto y tragedia. Por este motivo los seres mitológicos como los faunos, criatura híbrida entre humano y cabra, o el minotauro, mitad humano mitad toro, sedujeron al pintor como "una rebelión ante el imperio de lo físico, del orden y las disposición". Además, Guerra ha advertido que, en muchas de su cartas, Óscar Domínguez, firmaba dibujando un toro o un minotauro y esta visión de sí mismo, presente en muchas de sus obras como 'Cabeza de toro', 'El toro herido' o 'Minotauro', viene también reforzada por la imagen que proyectaba en los demás.
A modo de ejemplo, la artista belga Nadine Effront, que le introdujo en la alta sociedad parisina, le representó esculpido en madera con forma de minotauro, tan recurrente en el imaginario del pintor. En las palabras de Eduardo Westerdahl también descubrimos referencias a la corpulencia taurina de Domínguez, derivada en parte de la acromegalia que padecía, una enfermedad endocrina caracterizada por un exceso de producción de hormona del crecimiento. "Óscar era un hombre inmenso, con una cara el doble que cualquier otra cara, agotador de todos los alcoholes y mujeres que le echaran, incansable y, sin embargo, con un aire cansadísimo (..) Andaba con cierta lentitud y desgana en un estado de ensueño y melancolía". Esta tranquila mansedumbre aparente del toro escondía, sin embargo, la promesa de una embestida inminente para "hacer explotar las manoseadas esferas de la razón, de la costumbre, de los prejuicios".
El inconsciente sumergido
"Los surrealistas estaban interesados en los sueños porque abrazaron la teoría psiconalítica de Freud", afirma José Carlos Guerra. Pensaban que la mente humana se consideraba un iceberg, con la conciencia como única parte emergida, expuesta a la luz del sol. Bajo el agua, en el inconsciente, anidaban los instintos, principalmente "el deseo de placer erótico como pulsión asociada a la procreación y la supervivencia de la especie". Sin embargo, a través de la moral, la conciencia censura al inconsciente para que no aflore el deseo de placer que, por tanto, solo puede manifestarse en los sueños. Como consecuencia, la mente humana se configura como una estratificación con varios escalones que Domínguez recrea en muchas de sus pinturas, dividiendo el lienzo en ámbitos independientes que se relacionan entre sí.
En su empeño por rescatar las pasiones reprimidas, Óscar Domínguez ingresó en las tertulias surrealistas de París, donde entró en contacto con muchos artistas, entre ellos André Breton. La relación con uno de los máximos exponentes del movimiento influyó en el pintor que, ya en etapas anteriores, había mostrado rasgos surrealistas en sus creaciones. Si Breton propugnaba la escritura automática como una suerte de creación artística libre de ataduras morales, estéticas o sociales, Domínguez llevó la técnica al terreno de la pintura con motivos como espirales o círculos surgidos de una pincelada espontánea, nacida en el reino onírico ajena a la racionalidad.
En esta línea el pintor tinerfeño inventó la decalcomanía, una técnica que entusiasmó a Breton como un descubrimiento excepcional que el propio escritor definió de esta manera en la revista Minotauro. "Extender por medio de un pincel gordo negro, más o menos diluido, sobre una hoja de papel blanco satinado que se recubre rápidamente con una hoja parecida sobre la que se ejerce con el revés de la mano una presión media. Levantar sin prisa por su borde superior esta segunda hoja en la manera en la que se procede para la decalcomanía, reaplicándola y levantándola de nuevo hasta que esté casi seca". La más representativa aplicación de esta técnica la encontramos en la obra 'Decalcomanía con río y puente' pero también está presente en menor medida en otros cuadros, como 'Los sifones', donde puede apreciarse en la parte inferior.
El artista canario más cotizado
El 28 de febrero de este año la casa Christie´s de Londres subastó el lienzo 'Máquina de coser electrosexual' por 5,2 millones de euros, con lo que Óscar Domínguez se convirtió en el artista canario con mayor cotización en el mercado del arte. Esta obra, además, es la más expuesta del pintor y constituye una fuente inagotable de interpretaciones por su inquietante contenido simbólico. Como apunta José Carlos Guerra, el lienzo refleja el deseo erótico pero lo enmascara bajo una estratagema simbólica que esquiva la censura de la conciencia. De nuevo encontramos la referencia al toro, cuya cabeza derrama sangre sobre el cuerpo desnudo de una mujer y, según establece Guerra, representa al propio autor.
Para apoyar su hipótesis sobre la representación del pintor en el cuerpo del toro, Guerra se remite a un telegrama que Óscar Domínguez escribió a Marcelle Ferry, con quien había mantenido una relación sentimental 20 años antes. En la misiva, Domínguez le contaba que "había estado enfermo, pero el minotauro venció a todo" y la emplazaba a una cita para el sábado a la que Marcelle no asistió. Tres días después, el 31 de diciembre 1957, volvió a escribirle deseándole un feliz año nuevo y en el telegrama firmó con un sello en forma de laberinto, que remite al lugar mitológico en que encerraba al minoaturo. Esa misma nochevieja Óscar Domínguez decidió acabar con su vida pero antes, en un último quiebro surrealista, se aseguró de dejar enviadas las felicitaciones por la llegada de 1958.
Westerdahl y Waldberg, palabras de amigo
Para aproximarnos a la figura de Óscar Domínguez disponemos, además de su obra, de las referencias de quienes le conocieron, sobre todo si trataron de cristalizar en palabras la personalidad del genio. Entre los más destacados se encuentra el pintor Eduardo Westerdahl que, además de describir la obra de Dominguez, propone una manera de mirarla. "Es la paciente testificación de un poeta que va día tras día descubriendo las cosas de este mundo en su doble aspecto de la realidad y el deseo. Cada objeto aparece siempre con otra posibilidad y sus experiencias muchas veces tienen humor y siempre un alto rango poético: un cangrejo descomunal, un pájaro de hierro, una máquina que no está hecha para función alguna, unos cuernos por auricular de teléfono, un toro en pie con catalejo, un toro con bigotes, un toro con cuernos de manillar de bicicleta y una rueda, un minotauro, un caballo-mujer, un gato florero, un frutero come frutas".
También Patrick Waldberg ofrece una descripción muy sugerente que nos acerca a la figura del artista: "Feroz, ciertamente, por la prodigiosa avidez de ser, el deseo siempre renovado de encarnizarse sobre el instante y de engullirlo en el goce, con la furia del tigre que atrapa una presa entre sus garras. Melancólico, también, por el amargo conocimiento de los juegos del deseo y de la saciedad. Indignado por no tener verdaderas alas y por quedar sujeto a las leyes de un mundo regido por la razón. Niño, por la voluntad de someter aquel mundo a su capricho, por el paso constante del asombro maravillado a la ira, de la euforia a la desilusión, de la risa al miedo."