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Cultura

Los juegos del azar y la palabra

La nueva novela de Paul Auster vuelve a rastrear en sus propias vivencias y en esa condición azarosa que mueve casi todos los hilos de nuestro teatro diario

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Portada de la nueva novela de Paul Auster publicada en España por Seix Barral

La vida es una conjunción de azares que uno va escribiendo desde que se levanta de la cama hasta que el sueño pone el punto y aparte a cada capítulo diario. De vez en cuando la repasamos; pero al hacerlo, esa vida ya se vuelve ficción irremediablemente porque sabemos que nunca viviremos lo recordado. Quizá por eso nos inventamos historias con las que podemos regresar muchas veces a donde queremos o a donde necesitamos cambiar todo aquello que querríamos que hubiera sido diferente. Leemos desde mucho antes de conocer las palabras, creo que es una necesidad del alma para buscarse en otras existencias, para darse cuenta de que lo que se lee y lo que se vive, lo que se escribe y lo que se protagoniza, son caras de una misma moneda, con la diferencia de que lo que escribimos lo creamos nosotros, dueños del azar gracias a la literatura, para que la vida no sea solo la que nuestra propia existencia nos regala. 

De esa música del azar escribe como nadie Paul Auster, y en su última novela nos vuelve a llevar de la mano por todos esos movimientos de la imaginación o del destino que crean personas y personajes, ficciones que se confunden en la memoria cuando las logramos mirar con los ojos que nos inventan desde dentro sin necesidad de otra realidad que la que nosotros mismos vamos creando. En Baumgartner, Auster se adentra en el dolor y en la pérdida. Los golpes que la vida le ha dado últimamente son tremendos, con las muertes de su hijo y de su nieto, y con la lucha contra un cáncer que ha cambiado todos sus planes. Lejos de derrumbarse, Auster escribe, y además lo hace sin la estridencia del grito de quien sufre ante la sinrazón de la muerte inevitable. Busca otro dolor, otro argumento que él no vive, para contar sus miedos y sus ausencias. Se parece a aquel poeta fingidor de Pessoa que fingía el dolor que en verdad estaba sintiendo para poder contarlo mirando a otro espejo, y para que la literatura, al fin y al cabo una cura para el alma, pudiera restañar las heridas e ir cicatrizando poco a poco el dolor humano con las metáforas.

La novela de Paul Auster vuelve a rastrear en sus propias vivencias, en su infancia, en la relación con sus padres, en sus amores, sus miedos y en esa condición azarosa que mueve casi todos los hilos de nuestro teatro diario. Lo ha hecho muchas veces en sus novelas, podemos decir que es parte de su universo; pero siempre parece que nos lo está contando por vez primera porque esas supuestas vivencias reales las transforma luego en las puertas de entrada y de salida de ese espejo en el camino que decía Stendhal que era la novela, lo que realmente queda cuando ya pasamos, lo que conservamos para salvarnos de la desmemoria hasta que llegue el olvido y nos escriban en otro libro, me imagino que con el mismo azar que requiere la ficción para parecerse a las biografías que vamos protagonizando. También hay mucha metaliteratura en esta novela de Auster, un acercamiento a los procesos de escritura y a muchas de las referencias que han marcado al escritor de Nueva Jersey que lleva años convirtiendo a Brooklyn en algo más que un espacio humano habitable. Uno se adentra en las historias que cuenta Auster como mismo nos adentramos en los sueños. Buceamos en nuestro propio subconsciente, porque son argumentos que requieren de las vidas de quienes las leen para humanizarse mientras se van descifrando las palabras. Vivimos en ellas hasta que despertamos en la última página. Ya luego, cada uno de esos párrafos, nos escribe donde no sabemos llegar si no median la ficción y la palabra.

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