Hace un año nos despertamos sin saber lo afortunados que éramos. Ese día, un lunes traicionero, se torció luego de manera imperdonable: el corazón de Alexis Ravelo se cansó de tanto dar. Su muerte le robó un trozo de vida a los suyos, a su familia, a Thalía. Al resto, amigos, conocidos, lectores, nos dejó sin su humanidad, sin los encuentros imprevistos —siempre cerca de alguna librería y solventados con una cita futura que nunca llegó— y sin las historias que brotaban en su cabeza y, poco después, se convertían en una novela o un cuento.
Es el primer aniversario de la muerte de Alexis Ravelo así que ante una fecha de semejante tamaño no les voy a cargar con un panegírico sobre una figura como la suya. Hace un año mucha gente escribió magníficos textos sobre él —les bastará con repasar la hemeroteca para comprobar que no les engaño— y durante estos días, con las emociones más reposadas, encontrarán reportajes o columnas de opinión que rendirán honores como se merece a un gigante como Alexis.
Yo, para no meter mucho la pata, me limitaré a pedirle que sigan la sugerencia que el propio Alexis Ravelo hacía siempre que podía: “¡lean, carajo!”, una invitación que hoy debería convertirse en un grito de guerra para salvarnos a todos. Aquí van unos cuantos libros que me han hecho disfrutar en los últimos tiempos.
- Un caballero en Moscú, de Amor Towles (Salamandra). Advertidos quedan. Se van a enamorar de Alexandr Ilich Rostov, el conde ruso al que un comité revolucionario, que no sabe muy bien qué hacer con él, condena a un arresto domiciliario perpetuo en el Metropole, un lujoso hotel de Moscú del que si sale será ejecutado. Su exquisita educación, su ingenuidad, su flema, sus principios, su capacidad para sobrevivir en medio de un mundo —su mundo— que se desmorona —la caída de los zares, los planes quinquenales, el ascenso de Stalin o la hambruna de Ucrania— o su delicioso encuentro con una niña a la que educará para ser una princesa construyen una historia de la que uno nunca se acaba de ir.
- El hombre en el castillo, de Philip K. Dick (Minotauro). ¿Qué habría pasado si el Eje —la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperialista— hubiera sido el bando vencedor en la II Guerra Mundial? Eso plantea el escritor estadounidense, autor también de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? —obra en la que se basa la película Blade Runner— en esta ucronía en la que los vencedores se reparten el mundo y parte de la galaxia a su antojo para dar rienda suelta a sus salvajadas. Sin embargo, la resistencia personal puede cambiar el orden mundial. Amazon Prime estrenó hace unos años una serie basada en este libro y su éxito le permitió desarrollar la trama más allá del final de la historia original.
- Madrid, de Andrés Trapiello (Ediciones Destino). No tengan en cuenta la deriva reciente del autor, que eso no les asuste para acercarse a este libro. La obra es una declaración de amor a la capital. Hay mariposas en el estómago, dolor, incertidumbre, hambre, días de abundancia, oscuridad, mucho Galdós, miradas al pasado y paseos por el presente. Hay Austrias y Borbones, árabes y dictadores, Transición y Movida. Museos célebre y galerías desconocidas. Madrid es mucho más que Callao, Gran Vía, Chueca, La Latina o Malasaña. Y sí, por mucho que diga Ayuso, en sus calles te puedes cruzar con tu ex.
- Los surcos del azar, de Paco Roca (Astiberri Ediciones). Aunque el autor acaba de publicar El abismo del olvido junto a Rodrigo Terrasa, pasen primero por este cómic, que cuenta la historia de La Nueve, la compañía formada por republicanos españoles que, exiliados tras perder la Guerra Civil, lucharon en Europa contra el fascismo durante la II Guerra Mundial. Entraron en antes que nadie en París, cuando aún quedaban tropas de Hitler a las que patear el culo, y luego quedaron en el olvido. Los recuerdos del tinerfeño Miguel Ruiz, el protagonista creado por Roca, retratan la doble derrota de estos exiliados que se partieron la cara contra varios dragones.
- La balada del norte, de Alfonso Zapico (Astiberri Ediciones). La Revolución del 34 en Asturias aún carga con cierto fulgor épico entre la izquierda española. Algunos, incluso, consideran que fue la última comuna que se consolidó en Europa. No hagan caso. Fue la consumación de un desastre. Surgió por la explotación de la clase obrera, que movida por la venganza arrasó con todo lo que oliera a poder entre las cuencas mineras del Nalón y el Caudal y Oviedo. Después sólo quedó represión, familias rotas, dolor y desconfianza. Los cuatro volúmenes de esta pantagruélica obra retratan ese dolor, tormento en el que sólo queda una esperanza: el corazón de gente como Apolonio.
- Los chicos de la Nickel, de Colson Whitehead (Random Hosue). La vida de Elwood Curtis, un joven afroamericano ejemplar —zarandeado por los discursos de Martin Luther King grabados en vinilo—, se trunca por un error inocente: estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Racismo, segregación, malos tratos, impunidad. Para entender el presente de Estados Unidos, con movimientos como Black Live Matters, primero hay que escarbar un poco en su pasado más reciente.
- Archipiélago, de Inger-Maria Mahlke (Ediciones Vegueta). Es curioso que, con todos los escritores que han surgido en Canarias en las últimas décadas, la gran novela que cuenta el siglo XX de las Islas —centuria que recorre hacia atrás— lleve la firma de una autora alemana. La precisión, claridad y libertad con la que se cuenta esta historia nos pone frente al espejo: política, familia, corrupción, fútbol, Sáhara, muerte, amor, caciquismo… Todo cabe. En definitiva, Canarias.
- Los valientes están solos, de Roberto Saviano (Anagrama). Quedan pocos Quijotes en el mundo. En un mundo donde se da más valor a la guarnición que al filete, es normal que la gente deje de poner la otra mejilla en favor del prójimo. El autor italiano, condenado a muerte en vida por la Camorra, cuenta en esa novela la vida y asesinato de Giovanni Falcone, el juez que entendió que la Mafia siciliana era más que un grupo de paletos que resolvían sus problemas a escopetazos; su poder era tan inmenso que destruía el sistema desde dentro. Luchó contra eso y perdió. No fue el único. Por el camino cayeron jueces, fiscales y policías para empobrecer un país como Italia.
- Golpe de gracia, de Dennis Lehane (Salamandra). Hay pocos escritores que alcancen el nivel que firmó Lehane en Mystic River o en Cualquier otro día. Después de demasiados años de silencio, siete, el escritor estadounidense regresa con una historia que tiene como epicentro el lugar que mejor conoce: las calles del Southie, barrio de Boston. 1974, mafia irlandesa, pobres, una madre coraje, un poli extoxicómano y racismo se mezclan para dejar una novela que se lee y se disfruta a bocados grandes.
- Paisaje de otoño, de Leonardo Padura (Tusquets). Hablamos del cuarto libro de la serie —con la que cierra la tetralogía de las Cuatro Estaciones— de Mario Conde, el inspector de policía de La Habana cansado de cargar consigo mismo, pero incapaz de soltar la mano de sus amigos —Carlos El Flaco, Tamara, El Conejo o Candito El Rojo—. Noble, enamoradizo, idealista, aspirante a escritor, de abuelo de Las Palmas, el protagonista debe resolver un asesinato que le lleva desde la Cuba del periodo especial a los años del Imperio español a través del mercado de obras de arte.