Uno creía que el mundo saldría mejor después de que nos diéramos cuenta de que la vida es un visto y no visto si se cruza con el tiempo. La pandemia nos avisó y nos mantuvo encerrados durante muchas semanas. Pero no aprendimos nada. La salida fue peor que la entrada, y en lugar de inventar nuevas maneras de entendernos y de derribar fronteras hemos montado más guerras y hemos traído el pasado, que pensábamos que habíamos dejado atrás, a la mesa del presente. Que Trump haya vuelto, y además con más respaldo que antes, dice mucho del ser humano que estamos creando, porque los humanos, como los robots, se van creando mejor o peor según los cables y los circuitos que los alimenten, y ahora también según los algoritmos que les enseñen el mundo virtual que algunos recrean para poner un puente de plata a toda esa gente que en las semanas de la pandemia creíamos que desaparecerían para siempre, o lo creíamos los más ilusos y los que nos empeñamos en ver el mejor lado de todo lo que lo que nos enseñan los paisajes.
Estos días se ha inaugurado en el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) una magnífica exposición que lleva por título Cepa Virulenta y que enseña el talento y el arte creativo de Zak Ové. A Zak lo conocí a los pocos días de que llegara a Gran Canaria y a su padre, Horace Ové, lo había conocido mucho antes sin saber quién era, por las fotografías que había visto, y sobre todo por el retrato del poeta Derek Walcott. En la exposición del CAAM, Zak se asoma a sus ancestros caribeños y a la mirada atávica de África cruzando esos caminos con el bendito cosmopolitismo de Londres, una ciudad que cada día amo más, aunque esté mucho tiempo sin verla. Zak aprendió en Londres que el mundo es un cruce de razas y que el arte es el arjé de la fisis que nos iguala en la búsqueda de respuestas ante la derrota o la muerte, y esas respuestas, cuando se crean desde la nada, suelen estar unidas al camino de la belleza, perseguidas de mil formas diferentes, como las persigue Zak en las distintas propuestas creativas que exhibe el CAAM. Y también, claro, está el recuerdo de su padre, su influencia y su memoria. La cepa virulenta que uno encuentra colgada antes de entrar en las salas que acogen sus obras, quizá sea el recuerdo de lo que somos, de lo que fuimos y de lo que seremos, seres a merced del azar cuando se cruza un bicho que muta como quiere por nuestros adentros.
Esa cepa metafórica la encontramos hoy en día en la maledicencia y en el interés de quienes se empeñan en que nos alejemos de la educación y de los Derechos Humanos. Nunca antes la mentira fue tan global, tan inmediata y tan peligrosa. Uno se acuesta rodeado de seres humanos y se levanta al día siguiente con zombis que van con pantalla por las calles y que se creen solo lo que les dice la imagen, lo que les cuentan las cuentas apócrifas de las redes sociales, o lo que genera la rabia cuando se avienta o se inventa para convertirnos en una turbamulta sin alma. La atávica mascarada que Zak Ové recoge de los carnavales de Trinidad y Tobago no tiene nada que ver con estas siniestras caretas de quienes buscan destruir los resortes sagrados de la vida humana, la fraternidad y la convivencia, la búsqueda de consenso, la palabra, y, por supuesto, el arte que nos podría servir para darnos cuenta de que los bárbaros siempre regresan si se les deja libre el camino con la ignorancia.