Las Pequeñas cosas (Ediciones La Palma, 2017), ha estado conmigo en el avión, en la guagua, en la lectura nocturna poco antes del sueño, en mi cerebro mientras trabajo y pienso que, en mi soledad de retirada, me esperan las narraciones de Paola.
Los microrrealatos que componen esta primera obra de Paola Tena (Méjico, 1980), son mosaicos sorprendentes que hablan del amor fallido por una irrelevante anécdota, de personajes locos como el hombre que se enamora de una sirena que nace de una semilla o el modo en el que se degrada la identidad de los mitos para devolverlos a una realidad más palpable y humana o la presencia del amor (siempre el amor) entre los ausentes que parecen volver, pero quizá no hayan vuelto ni vayan a hacerlo nunca.
Cierra con brillantez sus textos. Los cierra, pero no del todo. Los cierra, pero sin sentencia firme. Nada de portazos ni de propuestas para dirigir la imaginación de nadie. Deja su voz de excelente narradora en un filo perfecto para abonar la ensoñación en mis ojos de lector, que se humedecieron cuando descubrí la extraña esperanza ante la supervivencia del amor (otra vez el amor), cuando la tristeza satura ya el tiempo y el espacio ante el día del fin del mundo, un 31 de diciembre de cualquier año o la asombrosa alegoría de la montaña, en la que primero mueren los pobres, que con su hedor de cuerpos fallecidos y abandonados, envenenan la confortable vida de los ricos para acabar, ricos y pobres muriendo juntos, entremezclándose sus cuerpos en el vacío de la muerte.
Podría seguir para evitar sentir que me dejo muchas palabras en el tintero, pero debo parar. Me resulta difícil parar después de haber leído los micros Panegírico, el Yo del futuro, o Sigo mismo. Aprendiendo de Paola Tena, cierro esta reseña, la cierro dejándolo en el filo perfecto para fabricar hambre y más hambre de lectura y de imaginación, de deseo por Las pequeñas cosas.