Redacción AH

Opinión

Historia de la "Danza isleña de Pozas"

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Hace poco tiempo, ofrecía una conferencia sobre la huella de la emigración canaria en Cabaiguán, en el centro de Cuba; nos encontrábamos en la Sede de nuestra Asociación local y en un momento determinado afirmé: 

—Considero que la agrupación musical y danzaria del folklore canario más antigua que existe en el mundo, pudiera ser la Danza Isleña de Pozas, precisamente de este municipio. Hubo un murmullo general y un amigo canario que nos visitaba, preguntó con mucho  respeto: 

—Perdón, ¿pero usted incluye grupos de la propia Canarias, Venezuela y otros países? ¿Se refiere también a agrupaciones solo musicales? 

—Pienso que sí, aunque pudiera comprobarse —respondí.

Sin dudas, incrédulo, él volvió a inquirir:

—¿Ha tomado en cuenta a grupos como Los Sabandeños, Los Gofiones, Coros y Danzas de La Palma, Los Viejos, Cuarto Son y otros, que ahora no me vienen a la mente? 

Solo le pregunté:

—¿Los que usted menciona son anteriores al año 1929?

Ante su duda, concluí: 

—Habría que indagar por fechas exactas, pero dudo que algunos cumplan este 2019, noventa años de fundados. 

Entonces, ante un silencio total del auditorio, ofrecí las razones que poseía; tuve en cuenta mis limitados conocimientos, pero los expuse con claridad para propiciar un justo intercambio de informaciones. Como en esa ocasión no obtuve respuestas, pongo a consideración de los lectores canarios esta reseña, por lo que agradecería, a quien lea estos párrafos y pueda confirmar o negar lo anterior, me lo comunique a través de este propio medio.

Resumiendo, expuse lo siguiente: 

Cabaiguán y sus zonas adyacentes recibieron miles de inmigrantes canarios en las tres primeras décadas del siglo XX; eran atraídos por la fertilidad de sus tierras para el cultivo del tabaco y por todo el entorno socioeconómico que provocaba ese fenómeno. Junto a ellos trajeron sus hábitos, costumbres y cultura, entre otros elementos. La música y la danza típicas tuvieron una presencia apreciable, vinculadas a diferentes fechas, conmemoraciones, festividades y hasta al poco tiempo libre que les dejaban sus duras faenas agrícolas.

Precisamente, sobre dos de estos inmigrantes anónimos humildes trata este escrito: José Garcés Hernández y Juan “Chimijo” Hernández Lorenzo, asentados en la zona rural de Pozas, perteneciente al municipio de Cabaiguán.

danza de las pozas

Para una mejor comprensión de lo tratado, es necesario abundar en el contexto sociocultural festivo de entonces, donde se desenvolvieron estos dos hombres; el mismo poseía características puramente rurales, al encontrarse muy alejado de los centros urbanos y caracterizarse por contar con elementos singulares y precisos, que lo hicieron auténtico, identitario y poco abordado por investigadores e historiadores.

Debe considerarse que el poco tiempo libre con que contaban los trabajadores isleños en el campo, lo utilizaban generalmente en recordar a sus islas; al ser de naturaleza alegre, entusiasta y divertida, no era de extrañar que prefirieran ejecutar, o al menos disfrutar, la música y la danza tradicionales de su tierra, lo que realizaban de diferentes maneras.

La más primaria y elemental de ellas, consistía en cantar o bailar individualmente o en grupos improvisados, en compañía de sus amigos y familiares canarios o cubanos, durante la celebración de fiestas y guateques espontáneos, o en fechas señaladas; en innumerables ocasiones, regresaban directamente a las labores agrícolas cantando sus canciones, pues era tanto su placer y entusiasmo, que en ese momento olvidaban o renunciaban al necesario descanso.

Los inmigrantes agricultores, cuando no estaban en las faenas del tabaco, realizaban especialmente sus parrandas en los días festivos, aunque era común que utilizaran otros pretextos para incrementar la frecuencia de las mismas; en ellas reproducían elementos que recordaban de sus años en las islas, tanto en los bailes como en la música. En estos casos, las fiestas se celebraban en casas de campesinos y se mezclaban a gusto los cubanos y los canarios. La interpretación de isas, malagueñas y folías, a la par de puntos y sones, fue conformando una identidad en esas zonas rurales, que se ha afianzado con el paso del tiempo.

La Noche Buena y el Año Nuevo constituían fechas especiales, en las cuales se bailaba, se cantaba, se comía y se bebía, degustándose alimentos y licores tradicionales de los dos archipiélagos, lo que contribuyó a consolidar los rasgos identitarios que se estaban conformando y que han llegado hasta nuestros días. Después de la cena, era característico organizar un grupo de tocadores y recorrer las casas de la zona, instalándose finalmente en una de ellas para que los vecinos bailaran.

Fue en los campos del actual municipio de Cabaiguán, como ya se ha dicho, donde más se asentaron en la centuria pasada los inmigrantes canarios, destacándose lugares como Neiva, Santa Lucía, El Purial, Los Rubíes y Pozas, entre otros, famosos por sus siembras de tabaco; este último sitio, ha hecho historia en cuanto a la presencia y conservación de la música y de la danza de origen canario en Cuba.

Precisamente es en ese asentamiento rural donde se destacan las figuras de José Garcés Hernández y Juan “Chimijo” Hernández Lorenzo como almas de la Danza Isleña de Pozas, surgida entre 1929 y 1933 en la zona tabacalera conocida como Cacahual de Pozas, y que se ha mantenido funcionando desde entonces, con pequeñas intermitencias danzarias, pero sin dejar nunca de existir el formato musical.

Esta agrupación tiene lejanos antecedentes, pues fue creada, en forma de grupo musical en 1929 por Garcés, natural de Los Realejos, en Tenerife; su llegada al mundo de los vivos ocurrió allí, el 15 de julio de 1902 y había arribado como inmigrante a ese territorio cabaiguanense en 1924, incorporándose plenamente a las labores tabacaleras. En las tardes domingueras o en las noches de serenata, este hombre, que conocía y ejecutaba la música folclórica de su tierra natal, deleitaba a sus compatriotas con tristes folías o alegres isas, ejecutadas magistralmente con su timple, traído en el baúl de viajero, en ocasiones hasta altas horas de la madrugada; sin demostrar cansancio y con solo una taza de café, se marchaba con cara de satisfacción a realizar sus labores rutinarias. Alrededor de su figura se fue nucleando un grupo de músicos canarios que comenzó a contagiar a todos con sus melodías.

danza isleña de las pozas

Fue entonces cuando “Chimijo”, también inmigrante, natural de Villa de Mazo, en La Palma, nacido el 13 de agosto de 1901 y asentado allí en Pozas en 1928, organizó un grupo de baile, alrededor de 1933, incorporándolo a los músicos de Garcés y realizando su primera presentación conjunta un tiempo después; utilizaba como escenario una carroza en forma de barco. Sobre este bailador, cabe destacar que era muy entusiasta en la conservación de sus tradiciones, pues, además, era uno de los primeros en el enrame de la cruz el 3 de mayo, fiesta donde también se presentaba el grupo, y en la preparación de platos típicos y de vino criollo, para el cual sustituía la uva —ante su carencia— por productos del campo cubano.

Tanto “Chimijo” como Garcés sentían gran amor y nostalgia por todo lo relacionado con su tierra, especialmente las tradiciones musicales y danzarias, lo que contagiaba a sus compatriotas, lo mismo en el surco, que en la fiesta; este entusiasmo y añoranza por lo canario caracterizó a la colonia isleña de Pozas en esos años. Herminio Barreras, gomero bailador del grupo y ya fallecido, me contó:

“El grupo musical era necesario para bailar; yo recuerdo a Jeremías con su clarinete, a Garcés con su laúd, a los hermanos Gonzalo y Desiderio Brito y a Carmelo Fernández bailando. Juanito estaba en el grupo tocando y Garcés era un fenómeno, pues además del laúd sabía meterle a la guitarra y al timple. El baile lo empezábamos siempre con un pasodoble; éramos doce parejas y había que vernos después con un vals, malagueñas, polkas, y cerrábamos con una isa. Aquello duraba como media hora y salíamos vestidos con ropa canaria”.

El formato de este singular grupo lo conformaban un timple, un laúd, que a veces era sustituido por una bandurria, dos guitarras, una pandereta y un clarinete. Al parecer, “Chimijo” y Garcés siempre estaban buscando la forma de perfeccionar al conjunto en sus presentaciones estelares. Por eso utilizaban también, además del barco, una escenografía que imitaba fachadas de casas típicas canarias y verjas con sus trepaderas.

Parece existir consenso en cuanto a que el conjunto folclórico se presentó formalmente en Pozas, en 1933, cuatro años después de los inicios de Garcés con sus músicos; el espectáculo, de unos treinta minutos de duración, incluyó una malagueña como baile de apertura, con una pareja que evolucionaba como solista dentro de la coreografía concebida; a continuación, todos los bailadores ejecutaron una polka, y por último, lo más vistoso del trabajo: la isa, donde las parejas tejieron cintas de diferentes colores, alrededor de un palo, en cuya parte superior se exhibía un escudo de las Islas Canarias.

El vestuario femenino consistía en blusa blanca de mangas al codo y chaqueta ajustada con cordones entrelazados y saya ancha recogida a un lado, dejándose ver la sayuela de vuelos; se completaba con un sombrerito blanco sobre un velo y medias largas de color blanco. Era costumbre que las sayas y chalecos fueran oscuros.

Por su parte, los hombres utilizaban camisa blanca de manga larga, chaqueta oscura, al igual que el pantalón de bombacho a la rodilla, que terminaba en un pequeño vuelo; las medias y las zapatillas eran también, generalmente, de color blanco.

Estas fiestas de los años treinta y cuarenta en Pozas, aunque a veces informales, se caracterizaban por la asistencia espontánea de vecinos, a veces frente a algunas de las dos tiendas de víveres y otras en casas particulares, pero siempre manteniendo el sabor canario. Ventura Garcés, hijo de José y tocador de timple en el grupo, tuvo la alegría de visitar la tierra natal de su padre en 1996, precisamente con el grupo, invitado al Quinto Centenario de Los Realejos. Este gran amigo, lamentablemente fallecido cuando aún era un hombre joven, me explicó:

—“A veces nos reuníamos algunos músicos y no esperábamos por los bailadores; Papá decía: ¡Vamos a hacer hoy una comida de caldo, gofio, papas, pescado, mojos y vino!, y se reunían siete u ocho isleños con su familia y ya estaba. Empezaban las isas y las malagueñas, y nos cogía la madrugada”.

Como puede apreciarse, lo esencial en estos hombres era mantener vivo el recuerdo de sus Islas a través del folclor musical y danzario, impregnando, a la vez, al campo cubano con sus ritmos y pasos, convirtiéndose, sin proponérselo, en embajadores culturales de un pueblo en otro y contribuyendo a su interrelación identitaria.

En esos años el grupo visitó caseríos y zonas campesinas de la zona, e incluso llevó su arte a escenarios del propio Cabaiguán a iniciativa de la antigua Asociación Canaria y de la Asociación de Cosecheros de Tabaco; ellos divulgaban el folclor de su tierra por todos esos parajes, siendo partícipes y ejecutores del proceso que unía cada día más a ambos archipiélagos.

En los primeros momentos, esta agrupación no salió nunca del territorio cabaiguanense, presentándose en bailes, fiestas y otros atractivos; en una ocasión actuaron junto a un grupo folklórico canario que visitó el poblado en 1950. Sin embargo, y a pesar de tanta actividad, al cabo de varios años, los bailadores no prosiguieron su labor, mientras el grupo musical decidió continuar de forma solitaria, pero entusiasta.

En la década del sesenta del siglo pasado, y tras un meritorio trabajo de rescate y revitalización realizado por el instructor de arte Jorge Ovidio Padrón, volvió a presentarse la agrupación con su formato musical-danzario anterior, lo que constituyó todo un éxito.

Estos logros artísticos de la “Danza Isleña de Pozas” se afianzaron con la obtención de premios y menciones en festivales a distintos niveles, y la presentación en varias ciudades del centro del país, además de La Habana.

En la década siguiente, y ante la ausencia de Padrón, el trabajo fue retomado por el instructor de arte Víctor Cruz, el cual, apoyándose en el grupo musical del perseverante anciano Garcés, que nunca colgaba el timple ni la guitarra, conformó una agrupación danzaria con los estudiantes de la Escuela Secundaria Básica “Octavio de la Concepción”, situada en medio de los campos de Pozas; durante años se mantuvo viva la herencia cultural de los originarios pobladores del barrio rural, participando en actividades en la zona y en festivales nacionales estudiantiles, donde obtuvieron dos segundos y un primer premio.

En 1980 los instructores de danza Felicia Estepa Valdivia y Alfredo Sánchez Albóniga, reorganizaron el grupo con bailadores y músicos jóvenes y adultos de la zona, casi todos hijos y nietos de los fundadores, manteniéndose activo hasta el día de hoy; constituye el único con la categoría de “Portador de Tradiciones Canarias”, reconocido por el Ministerio de Cultura de Cuba. Ha merecido innumerables premios, pero el más entrañable resultó el logrado en 2019, en su noventa aniversario: “El Bardino Canario”, otorgado por la Junta Directiva de la Asociación Nacional.

Han archivado presentaciones en varias ciudades cubanas y en actividades de envergadura como “La Huella de España”, en La Habana; la “Jornada Cucalambeana”, en Las Tunas; “La Fiesta del Fuego o del Caribe” en Santiago de Cuba y el “Festival de Tradiciones Canarias” en La Habana, entre otras. Además visitaron las Islas Canarias en 1996 y Venezuela en 2007, merecieron el Premio “Memoria Viva” del Centro para la Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello” en el año 1999, y el de “Cultura Comunitaria Nacional” en el 2000.

Ellos han heredado de sus antecesores la manera singular de cantar, de bailar y de vestirse, pero incorporándoles detalles de cubanía como la rapidez en la ejecutoria musical, la colocación de los brazos de los bailadores, obviando la elegancia hispana, y el tamaño y el color de las piezas de vestir, adaptándolas al calor tropical y a los gustos del campo cubano.

En el repertorio de la agrupación —compuesta en la actualidad por veintitrés personas, once músicos y doce bailadores (seis parejas)— pueden apreciarse la isa, la malagueña, la polka, la folía, el pasacatre, el pasodoble, el Conde de Cabra, el sirinoque, la Danza del Trigo, el tambor gomero, la berlina y otros temas típicos canarios. Su arte puede valorarse en grabaciones y documentales realizados a través de todos estos años. En la actualidad, Producciones “Ibora”, de La Laguna en Tenerife, y el Ministerio de Cultura de Cuba preparan dos interesantes ofertas audiovisuales sobre el tema.

danza isleña de pozas, folklore

Debe recordarse, que en pleno apogeo de la inmigración existieron muchas agrupaciones de ese tipo, pero con el tiempo casi todas fueron desapareciendo; sin embargo, es sumamente significativo, y constituye un elemento a considerar si se realizase un análisis identitario de la cultura cubana, el hecho de que los diferentes géneros de la música y la danza canarias se han conservado en la isla antillana en la memoria o en músicos y bailadores aislados, con la excepción del grupo de Pozas de los incansables Garcés y “Chimijo”, y de otro que existió en Taguasco, también en la provincia de Sancti Spíritus, pero que desapareció hace unas décadas.

La existencia de la mencionada agrupación —en activo hoy a sus noventa años—, el impulso de la Asociación Canaria de Cuba “Leonor Pérez Cabrera”, el apoyo del Gobierno de Canarias y de otros amigos de ese Archipiélago, en los últimos veintiocho años, ha traído como resultado la creación de varios grupos con ese estilo en diferentes zonas y ciudades del país, incluyendo La Habana.

En el año 1983 fallecieron estos dos apasionados del folclor de sus islas, “Chimijo”, el 4 de junio, con ochenta y un años, y Garcés, el 17 de agosto, con setenta y nueve. Ambos descansan en el cementerio de Cabaiguán y forman parte de la identidad local, que posee un sello característico y un tono común, marcado por la herencia isleña, que une simbólicamente el timple y el tabaco, en un abrazo fraternal cubano-canario; esta ha determinado que más del ochenta por ciento de los habitantes del lugar, descendamos de inmigrantes canarios.

Como epílogo a lo que he dicho anteriormente, deseo referir lo plasmado en un escrito por el tinerfeño Francisco González Casanova, “Paco”, cuando regresó a sus Islas Canarias, luego de un recorrido en 1980 —hace ya cuarenta años— por la Mayor de las Antillas: “Amigo: Si vas algún día a Cuba y pasas por Cabaiguán, Las Villas, barrio de Las Pozas, allí encontrarás al viejo campesino chicharrero de nacimiento, José Garcés, que con su hijo Ventura y sus compañeros Moisés Cruz y Juan Hernández (ambos también de ascendencia canaria), te deleitarán con unas folías, isas o malagueñas como si estuvieras en tu misma tierra.”

Luego de leer todo lo anterior, le pregunto: ¿Considera que la agrupación musical y danzaria del folklore canario más antigua que existe en el mundo pudiera ser la “Danza Isleña de Pozas”, precisamente del municipio cubano de Cabaiguán? Amiga o amigo, tiene usted la palabra.