Corría el año 1781. El comandante en jefe George Washington reflexionaba sobre el devenir de la Guerra de la Independencia americana tras una batalla enquistada contra los británicos en la zona de Dobbs Ferry, al norte de la isla de Manhattan, junto al río Hudson. Sus tropas, maltrechas tras varios inviernos durísimos, habían menguado en número y las epidemias habían aumentado las bajas en el frente. La diarrea mataba más que los disparos.
Para contrarrestarlo, Washington contaba con guarnición de comida, pero el problema estribaba con el agua. La suciedad de los ríos, cuando no estaban congelados, hacía imposible que las tropas pudiesen beber en condiciones, lo que aumentaba la crisis en el número de soldados.
Vino para las tropas
Por ello, el comandante en jefe del ejército americano decidió como mejor opción, junto al encargado de la logística del ejército general, William Heath, emplear vino para dar de beber a los soldados, pero, sobre todo, para tratar a los enfermos de los hospitales. Pero no cualquier vino. Vino de Tenerife.
Así lo relata el escritor e investigador especializado en el comercio atlántico del siglo XVIII, Carlos Cólogan Soriano que, tras varios años de estudio del origen vitivinícola de su familia, los Cólogan, descubrió y profundizó en este momento histórico de uno de los padres de Estados Unidos.
De Tenerife al frente, vía Massachusetts
Y es que en ese contexto bélico, el vino era empleado para ayudar a ingerir las amargas medicinas naturales. Incluso, se utilizaba para dárselo a los enfermos terminales que necesitaban de opio parta ello y así reducir sus últimos dolores.
De esta manera, Heath, que ya conocía el vino de Tenerife, compró cinco o seis pipas de vino de Tenerife de las que el gobierno de Massachusetts guardaba unas 50 tras haberlas incautado a un comerciante en el puerto de Filadelfia. Asimismo, a George Washington no había que hablarlo mucho de los vinos de la isa, pues ya los consumía, al menos, desde 1757.
Archivos
Según comparte Cólogan, tinerfeño, no fue muy difícil conocer la procedencia del vino, pues en Tenerife se guardan aún los archivos de las casas de comercio que exportaban a las Trece Colonias en los años de la guerra, a los que accedió el historiador.
En este sentido, cuenta que no eran más de cuatro empresas las que lo hacían y todas eran siempre eran del Puerto de la Cruz. ¿El proceso? El habitual. El vino salía desde el muelle rumbo a las colonias en buques de no gran tamaño que, a su vez, y a modo de transacción, dejaban en la isla las duelas de roble americano, con las cuales se elaboraban las pipas.
Un vino ya conocido
“Cuando empieza la guerra de la independencia, en 1776, nosotros ya llevábamos más de tres décadas exportando a Estados unidos”, abunda el historiador y escritor a Atlántico Hoy, al respecto. “No solo nosotros, sino también la familia Franchy, por ejemplo, de La Orotava”, agrega.
En este contexto, indica que sus antepasados vendían vino a ciudades costeras del este como Filadelfia, Charleston, Nueva York y a Boston. “El vino de Tenerife era muy conocido en esas ciudades y, sobre todo en Filadelfia, que era la principal, se compraba vino y las duelas para fabricar las pipas”, apuntó antes de señalar que entonces “se estableció un comercio grande y “uno de los importadores, Robert Morris, acabo siendo uno de los padres fundadores de Estados Unidos”.
Así, comparte que el vino “pululaba” por la costa americana y especifica que “en Estados Unidos no se hacía vino, y menos en la costa este. Ya en el siglo XIX el país empezó a sacar viñedos en tierras más propicias, pero en el siglo XVIII no había viñedos en la costa este, porque no había forma que creciera nada y entonces el vino lo traían de Europa”.
El principal motor de Tenerife
Lo que hay detrás de todo esto es que desde 1550, particularmente Tenerife ha dependido de la exportación de vinos para la subsistencia de la isla. “No es como ahora. Antes había mucha más producción de vino y la economía de Tenerife era agrícola”, esgrime Cólogan. “Como el consumo aquí era carísimo lo más interesante era la exportación”, añade.
De esta manera, explica que “las casas anglosajonas del Puerto de la Cruz tenían capacidad exportadora a cualquier sitio, por lo que compraban gran parte del vino de Tenerife para exportarlos. Lo pagaban muy bien porque lo cobraban fenomenal. Estaban los cosecheros y los exportadores, que eran los extranjeros en aquella época, que también los había en Santa Cruz”.
Descubriendo a sus antepasados
Por último, Carlos Cólogan Soriano cuenta a Atlántico Hoy que el descubrimiento y análisis de la relación del vino de Tenerife con Estados Unidos surge de estudiar a su propia familia. “En el los siglos XVII, XVIII y principios del XIX, nuestra familia tenía una empresa de exportación de vinos. Somos de ascendencia irlandesa y llegamos a establecernos como exportadores de vinos y, ya desde Dublín, importaban vinos de Canarias. Cuando tuvieron que irse por la persecución británica, pues se vinieron”, argumenta.
Esa compañía, que se llamaba Juan Cólogan e hijos, fue generando un archivo empresarial que conoció por el 2006. “Me sorprendió mucho que nadie supiera de él, nadie me hablara de él y nadie de la familia supiera la historia”, relata con detalle sobre cómo comenzó a estudiar la empresa familiar y cómo a través de libros en la Universidad conoció los lazos con George Washington.