En todo caso, lo de Felipe iba más allá del desconocimiento, la impaciencia o la maldad propia de estos 'catedráticos'. Quizás porque ejercía como destinatario de los palos que iban remitidos a instancias superiores. Y es que el fichaje de Felipe ya fue controvertido, pues llegó después de un 'robo' al Sporting de Gijón, al acogerse el futbolista al Real Decreto 1006/85 y pagar su cláusula de rescisión. Desde el inicio fue considerado el pilar sobre el que debía asentarse el Tenerife 89-90 en su regreso a la Primera División, aunque su coste, 60 millones de pesetas, era inferior, por ejemplo, al de Quique Estebaranz, que venía del Racing de Santander y aún no había debutado en la élite. Además, la entidad blanquiazul había adquirido elementos con más experiencia que Felipe en la máxima categoría, casos de Hierro, Francis, Revert o el eternamente lesionado Luis García.
Eso sí, el depositario de toda la presión era el delantero maragato, que el curso anterior había marcado nueve goles en 32 partidos ligueros con el Sporting. Y objetivamente, su curso no era malo: en el Tenerife 89/90 destacó en pretemporada y en la Copa del Rey marcó ante el Deportivo y firmó una exhibición en Vallecas, cerrada con un gol mágico que clasificaba a los blanquiazules en la prórroga. Esas actuaciones y el hecho de que España se estrenara en el Heliodoro, le llevaron a la internacionalidad. Y en su debut con 'la Roja' anotó un gol decisivo en el triunfo (2-1) ante Suiza sobre un barrizal infame. Eso sí, en Liga no marcaba. Y varios medios añadían una coletilla al juicio individual que se le hacía cada partido: “Después de trece jornadas, aún no ha marcado en Liga”, “después de catorce jornadas, aún no ha marcado en Liga”, “después de quince jornadas, aún no ha marcado en Liga”…
Tras veinte jornadas como titular, el cambio de técnico y la irrupción de Estebaranz le llevaron al banquillo. Alejado de los focos, en la trigésima jornada salió como revulsivo ante la Real Sociedad y en el último minuto marcó su primer gol liguero, que le daba un agónico empate (2-2) al Tenerife. El domingo siguiente, 25 de marzo de 1990, volvía a marcar, esta vez ante el Madrid en el Bernabéu. Entonces cesaron unas críticas que estuvieron a punto de arruinar la carrera como blanquiazul de uno de los futbolistas que mejor rendimiento ha dado a lo largo de la historia. Aunque nunca fue un goleador. Sencillamente, fue un extraordinario futbolista.