Es en el siglo XI cuando la cerveza adquiere su ingrediente más moderno: el lúpulo. Aunque esta planta trepadora -que llega a alcanzar los cuatro metros de altura- ya se cultivaba en Bohemia en el año 859, no fue hasta que la abadesa alemana Hildegarde (1098-1179) recomendó su utilización a las abadías benedictinas y comenzó a extenderse.El lúpulo no solo aportó el característico amargor que identificamos hoy en la bebida universal sino que alargó su vida útil ya que es un excelente conservante natural. Constituyó, por tanto, uno de los grandes secretos para la confección propia de unas "garimbitas" de "andar por la abadía" hasta que se prolongó a la futura producción a mayor escala.El lúpulo proporciona equilibrio, intensidad y madurez. Existen numerosas clases de lúpulo (más de 200, además de otros muchos en proceso experimental), importados generalmente por los productores de cerveza desde diversas procedencias del mundo.