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Opinión

Absurda pleitesía a la inmediatez

3 minutos

Fran Belín./ CEDIDA

No hace ‘mucho tiempo’ el ser humano andaba (casi erguido) acumulando saberes a través de su tránsito por este planeta cambiante. Sí. Algunos caían intoxicados cuando tomaban una fruta exuberante y otros fulminados hasta que se caía en la cuenta de la causa y así afianzar la trazabilidad de lo que resultaba o no venenoso.

Pasaron los siglos. Pacientes. En estos y más menesteres de la existencia y exigencias humanas. Significaba, y así se constataba, que los resultados de las cosas costaban tiempo, puro y duro, como el que podía requerir la construcción de las grandes catedrales.

El ser humano así lo asimilaba: paciencia, calma, todo llegará,…Abnegados pioneros y emigrantes que mandaban una carta (selas escribían los pocos instruidos-as) a su pueblo de origen y daban por bueno que el emotivo mensaje espistolar, con sus esperanzas y frustraciones, llegaría en meses. Si llegaba, claro, que el vapor podía descarrilar o el navío sufrir un naufragio.

He aquí que, como aquel veneno al que me refería al inicio, mujeres y hombres han sido mordidos paulatinamente por la pitón de la inmediatez. Todo al instante, todo ya. Velocidad, vértigo instalado en vidas que precisan del sí o el no en cuestión de segundos. De una palmada. De un abrir y cerrar de ojos.

Las tecnologías, así, lograban prontitud con connotaciones casi de ciencia ficción: un ‘pájaro de hierro’ que llega en apenas dos horas de París a Nueva York (aquel prodigioso Concorde…). Los más jóvenes que busquen en internet (otra vez la celeridad) con la que Sting o Phil Collins actuaron en el Africa Live Aids de 1985 en Nueva York y Londres el mismo día en un vuelo de apenas tres horas y media. ¿Contrasta esto con el paso de una caravana de beduinos, pastores nómadas, a través del desierto? Contrasta.

Queremos premura, brevedad y nos molestamos, protestamos vivamente si no la tenemos a modo de resorte… Necesitamos que un wasap sea respondido al instante. Desconfiamos. Observamos en la pantalla el horario ‘impreso’ de nuestro interlocutor y desesperamos porque no llega respuesta (y eso que está en línea). Qué decir ya si la otra parte del invento bloquea cualquier posibilidad de comunicación.

Me decanto por la gastronomía, ya saben, y la velocidad del chasquido de dedos se requiere para el portento masticable de una fast food –su mismo nombre lo indica- o quemamos neumáticos para acopiar en el carrito del supermercado productos alimenticios (¿?) a los que no prestamos ni atención a la etiqueta,… Rápido, rápido, que ya luego los consumiré al mismo ritmo…

La atención médica la necesitamos al momento (estamos bien listos) y como no podemos esperar acudimos a urgencias y colmatamos los servicios quizá por un golpe de tos. En un pis-pas pretendemos que nos reparen el coche, igualito que la consulta en internet para quedarnos tan ufanos comprobando nuestros saberes durante una conversación (¡si al menos sirviera para mejorar el vocabulario en wasap!).

Sugerí a un joven familiar que escribiera una carta monda y lironda. Tal como hacía yo con mi primera novia desde el Colegio Mayor. Algunos todavía recordamos que eso lo explicaban en el colegio: destinatario, remitente, sello, matasellos,… Me preguntó por las ventajas de ese medio de comunicación y se sorprendió vivamente de la tamaña lentitud del mismo… “¿Cuándo estará en Madrid este mensaje?”. En Correos le aseveran que en unos cuatro-cinco días. “¡Qué m… es este sistema!”, se desespera. Menos mal que le ofrecen un sobre que ya llevaba el sello y no tuvo que pegarlo con el toquito de lengua a la antigua usanza, pensé.

El veneno de la inmediatez, entonces, ya hermanado con nuestros dispositivos, nuestras aplicaciones que añaden más rapidez todavía al vértigo de vídeos chorras de medio minuto (cuando leerse una novela cuesta sus semanitas). Una ponzoña engañosa que se introduce, dañina, por las arterias del ánimo, de la ansiedad, haciendo mella y que se menoscabe el ritmo de un desafío mucho más prodigioso que toda esa velocidad de respuesta junta: el hecho de vivir con la parsimonia que requiere vivir.

Si escribí en el título “pleitesía”, una vez concluido este texto (corregido varias veces, que eso lleva su tiempo), reconozco ahora que “sumisión” hubiese sido más acertado.

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