Vidas marineras

El duro oficio de la pesca, concentrado en los enclaves costeros de la isla, ha sustentado durante centurias a un considerable número de familias tinerfeñas.

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"Mucho cuesta el dinero, pero más cuesta el pescado." 

Con estas palabras respondía Cho Toledo, el pescador de Almáciga, a las preguntas que el curioso Luis Álvarez Cruz le hacía sobre su oficio. 

"No, el pescado no es caro. Pesa más en la balanza de la verdad la faena de los pescadores." 

Así reflexionaba, tras su encuentro, el periodista desde el artículo que publicó en La Prensa en agosto de 1934.

"¡Vidas marineras! La existencia afanosa de los abnegados hijos de la mar. Auroras, crepúsculos, borrascas, rompientes peligrosas, constituyen su diario trajinar sobre los frágiles cascarones de sus barquichuelos perennemente encabritados sobre las olas"

Y así fue durante siglos. Las barcas de pesca. El olor a sal. El salitre. Las redes. Los anzuelos. Las boyas de corteza de pino. O de drago. Las pescaderas con sus cestos a la cabeza, recorriendo peligrosos caminos por la montaña, a pie. Y descalzas. Todo ello forma parte de nuestra Historia. Es un trozo de nosotros. 

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También era así hace cinco siglos. 

El 23 de febrero de 1527, unos meses antes de que Carlos I de España y V de Alemania se lance sobre Roma para saquearla por, sus desaveniencias con el Papa, en nuestra isla de Tenerife sucede un hecho mucho menos grandilocuente y humilde. 

Ese día, el pescador Antonio Fernández, vecino de la Villa y Puerto de Santa Cruz, sella un contrato que le va garantizar el sustento durante un año. Para los libros de Historia aquel sería el año del Sacco di Roma. Para Antonio, el año que consiguió un buen contrato laboral. 

Se va a encargar de proveer de pescado, en exclusividad, a Pero Díaz, vecino de la Ciudad de San Cristóbal de La Laguna. Hablando en plata: cada semana le debe entregar en el puerto de Santa Cruz todo el pescado que coja. Salvo el "pejeperro", como se dice en el contrato. Y, claro, su cliente deberá pagarle por ello. 

¡Pero ojo!...no al precio al que se vende el pescado en Santa Cruz, sino al que se vende en La Laguna, restando solo 2 maravedíes por libra. ¿Por qué impone Antonio esta condición a su socio? Pues porque sabe que el transporte hasta la Ciudad incrementa el precio, y al final Díaz acabaría obteniendo con la venta un beneficio mucho mayor que él, invirtiendo mucho menos esfuerzo y tiempo, y corriendo infinitamente menos riesgos. Y va a ser que no... 

Porque si Luis Álvarez Cruz hubiese podido viajar en el tiempo a 1527 para entrevistarle, le habría dicho lo mismo que Cho Toledo. 

Que mucho cuesta el dinero. Pero más cuesta el pescado.