Juan, el 'hombre de los pantalones', busca mover la iniciativa a más rincones

"Casi todos los vecinos me dan las gracias y los turistas se detienen para hacerse fotografías", asegura Juan, quien se emociona al recordar las historias que se esconden detrás.

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Malasaña no es sólo uno de los rincones más emblemáticos de Madrid, también se ha convertido en símbolo del reciclaje urbano gracias a la labor desinteresada de Juan, el 'hombre de los pantalones', autor de los maceteros con apariencia humana y los floridos zapatos que adornan la céntrica calle del Pez.

Al inicio de la calle, figuras de medio cuerpo ataviadas con ropa y calzado reciclado y apostadas en farolas que se emplean como macetas sirven de señuelo para continuar el trayecto hasta los pequeños jardines verticales elaborados con zapatos de tacón, botas, chanclas o zapatillas deportivas repletos de flores.

Todas estas creaciones han tomado forma con el propósito de "deleitar a los vecinos, porque me he dado cuenta de que las cosas compartidas se disfrutan el doble y más aún si son seres vivos como las plantas", relata a EFE Juan Pérez, un alicantino que reside en el barrio madrileño de Malasaña desde hace 35 años.


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Jardines verticales elaborados con zapatos de tacón, botas, chanclas o zapatillas deportivas repletos de flores. EFE/Rafael González

Vecinos y visitantes anónimos depositan pantalones y zapatos usados entre antiguos ventanales donde se emplazan los jardines verticales, unos doscientos calzados con sus respectivas pequeñas macetas que ahora alojan flores de temporada, como los pensamientos, que "aguantan bien el frío y no necesitan mucha agua".
Las plantas, "muy pequeñas y económicas" que Juan encarga a una floristera del barrio, también son acomodadas en los 'maceteros humanos' que, una vez rellenos de papeles, cartones o plásticos para darles forma, se emplazan en algunas de las farolas de la calle.
"El problema es el riego, porque aquí no hay ningún grifo cerca, tienes que ir a casa y transportar el agua embotellada y, claro, son 200 zapatos...", un inconveniente que Juan trata de solventar con el que ha denominado "sistema de la botella": cada maceta cuenta con un recipiente plástico por donde el líquido discurre y la humedad se mantiene gracias a una mecha.

Su deseo es que esta iniciativa se extienda a otras zonas de la capital y se prolongue en el tiempo, aunque para ello se necesitan "padrinos y madrinas" que se comprometan a "cuidar, regar y conservar" estos lugares, que se han convertido en la "única zona verde de Malasaña".

De hecho, una vecina del barrio ha amadrinado los bolardos que ella misma se ocupa de regar, además de algunos zapatos; "para el resto todavía no he encontrado voluntarios o voluntarias".
Todo comenzó hace tres años, cuando "pedí al Ayuntamiento que rehabilitara el jardín vertical que había en la Plaza de la Luna", recuerda este ex profesor de Ciencias de la Naturaleza, quien, ante la respuesta del Consistorio de eliminar dicho jardín, decidió crear estos entornos llenos de vida.

Su deseo es que esta iniciativa se extienda a otras zonas de la capital y se prolongue en el tiempo, aunque para ello se necesitan "padrinos y madrinas" que se comprometan a "cuidar, regar y conservar"


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Al inicio de la calle, figuras de medio cuerpo ataviadas con ropa y calzado reciclado | EFE

Desde entonces, "casi todos los vecinos me dan las gracias y los turistas se detienen para hacerse fotografías", asegura Juan, quien se emociona al recordar las historias que se esconden detrás de algunos zapatos.

Cuando comenzó su labor, un inmigrante "me pidió que colocara los tacones de su mujer para acordarse de ella cada vez que acudía a trabajar", pues alrededor de cuatro o cinco años sin verla, relata.

Juan, natural de la localidad alicantina de Villena, también se ha ganado el apodo de 'El jardinero clandestino', porque "normalmente no me ve la gente trastear por aquí, aunque saben que hay un hombre que aparece en ocasiones".

Junto a la fiel compañía de su perra Alaska, acude por la mañana o al caer la tarde a supervisar su trabajo y aún se sorprende de que los transeúntes valoren su obra; "no se llevan nada y se ha convertido en una parte del mobiliario urbano, lo curioso es que la gente lo respeta".

Una tarea que 'El hombre de los pantalones' o 'El jardinero clandestino', así le gusta que le llamen, piensa continuar "hasta que el cuerpo aguante".