Redacción

Opinión

Manifiesto de un joven escritor en la era digital

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Quisiera hablar de muros, tanto de los físicos como de aquellos que no se pueden ver, pero que, aun así, siguen estando presentes como si estuvieran hechos del cemento más duro y resistente. También es cierto que preferiría hablar de flores, pero no vivimos en tiempos de flores, sino en tiempos de ladrillos y piedras, apilados con la voluntad de dividir. 

Mi nombre es Rafael Clavijo, tengo veinticuatro años y soy escritor. Acabo de publicar mi primera novela, ‘Corazón de Escamas’. Este es un sueño a mi juicio escaso en la época en la que vivimos. Me niego, sin embargo, a renunciar a mis sueños y a ser yo mismo, aunque se nos pretenda inculcar justo lo contrario. Pero no quiero hablar de mí, aunque este sea mi propio manifiesto. Quiero hablar del mundo o, por lo menos, de cómo yo lo entiendo. 

Nací a finales del siglo pasado, pero me he formado como adulto en el nuevo siglo. Ni siquiera se han cumplido dos décadas en esta nueva etapa de la humanidad, y ya se empiezan a vislumbrar de forma preocupante los primeros síntomas de la contradicción, implícita en nuestra propia naturaleza. 

Es curioso observar con mis propios ojos (los de alguien que no puede evitar ver la vida con un tono amable, pero con la preocupación de un hombre que ha sido educado para intentar ser prudente) cómo, en plena era digital, en la que supuestamente el mundo está en expansión (igual que el universo, o eso dicen), la extraña sensación de cercanía nos ha llevado a construir muros. 

La democratización de Internet ha sido tan amplia que todavía a día de hoy es un territorio por explorar, aunque nos pensemos lo contrario. Ya no sentimos que el lugar más lejano del mundo esté tan lejos. Está al alcance de un simple clic.

No obstante, hay quienes amenazan con construir imponentes muros de cemento para marcar las fronteras; y luego están los que pretenden construir murallas a base del peligroso fuego del alarde militar, que nos enseña el amargo rostro de la muerte en vida. 

Esos son los muros que se pueden ver, pero no son ni de lejos tan peligrosos como los que pasan completamente desapercibidos en nuestra vida cotidiana. En ocasiones, el mayor muro puede llegar a ser el silencio durante una cena familiar; o el triste sonido de los cubiertos mientras almorzamos; también puede ser la terrible brecha generacional, que separa a los hijos que nacieron con un móvil en sus manos y a los padres que se criaron con balones de fútbol o con muñecas; o la terrible realidad a la que nos enfrentamos los escritores cuando oímos que “la gente ya no lee”. 

¿Por qué? Por qué en relación a todo lo que acabo de mencionar. 

A lo mejor nunca nos hemos llegado a acercar. Puede que en realidad nos hayamos estado separando sin saberlo, bajo el pretexto de la globalización como estrategia de marketing. 

No soy historiador, pero tampoco estoy ciego, y mientras mi vista siga intacta, tanto en un sentido literal como simbólico, la voy a usar para intentar derribar los muros invisibles, que son los que de verdad amenazan nuestro proyecto de vivir en un mundo libre. 

También intentaré que mi ego de escritor no me aleje del público, aun sabiendo que es posible que el duro intento de tratar de conectar con la gente me cierre las puertas de lo que se conoce como “alta literatura”. No me preocupa, pues no soy García Márquez, ni Dickens, ni Vargas Llosa, ni Pérez-Reverte. 

Yo soy yo, y entiendo que en un mundo dirigido por Instagram, Facebook, Twitter, los medios de comunicación, el reggaetón, el rap, los bonitos culos al aire y los abdominales brillantes, es importante apaciguar la mente de vez en cuando por medio de los libros y conseguir silenciar a esa bestia que todos llevamos dentro.

No pretendo crear mi realidad paralela y quiero dejar claro que no tengo nada en contra de las nuevas tecnologías, ni de las redes sociales, ni de los medios de comunicación, ni de la música moderna y menos de los cuerpos brillantes que veo cada día en la televisión o en mi ordenador; pues soy usuario de estas redes, uso la tecnología, soy periodista y voy al gimnasio a machacar mis abdominales siempre que puedo. 

Sin embargo, sí estoy en contra de cualquier forma de desequilibrio que nos siga dividiendo y creo que el mejor camino para recuperar aquello que hemos perdido (aunque todavía no sepa exactamente en qué consiste esa pérdida) es alejarnos de cualquier tipo de saturación.  

Espero construir a lo largo de mi carrera más de un puente y derribar más de un muro, pero no los de cemento ni los de fuego, sino aquellos que nos afectan a la hora de tener una agradable comida en familia.